sábado, 5 de agosto de 2023

Viajar: Reflexiones de un chinchetero (Barcelona-Seoul)

El concepto de “chinchetero” lo escuché por primera vez de mi amigo Guille Gironés. Lo escuchó a su vez de unos compañeros de viaje que utilizaban la idea para criticar la fijación coleccionista de los viajeros que se centran en acumular países en la mochila. Quizás sea cierto que haya cierta obsesión en mi sed de recorrer el mundo; pero creo que hay algo más en ese hambre. 

Por ejemplo, el anhelo de entender. Los primeros días al pisar tierra extraña, me descubro intentando clasificar y encajar lo nuevo: empieza la observación. Al principio uno está atento, abriendo todos los poros de la piel para captar y registrar las diferencias que encuadren la esencia de la cultura visitada. Al empezar un nuevo viaje, uno trata de auscultar la cultura que late bajo el país, pues, como en medicina, el diagnóstico suele deducirse de una exploración. 

Pero no puedo negar la fijación por seguir viajando. Durante las primeras noches de jet lag, me preguntaba qué provoca exactamente ese síndrome de abstinencia, y lo reconocí en la misma fiebre impulsiva de los buscadores de oro: nos mueve la necesidad de responder a la llamada de la fiebre (que siempre seduce con la promesa de encontrar). Unos, atraídos por la del oro, buscando fortuna; otros, perseguimos el Grial del encuentro con lo exótico, lo diferente.

Y por eso aterrizó nuestra chincheta en Corea: por el deseo de encontrarnos con lo exótico. El primer día hábil (pues el anterior ya habíamos llegado por la tarde), la búsqueda resultó así: no encontramos lo exótico paseando por el arroyo Cheonggyecheon (quitando la escultura cromática de una caracola gigante); tampoco en el City Hall (si no es por albergar un jardín vertical en su interior); encontramos un destello delante del palacio Deoksugung al presenciar el cambio de guardia (y solo un destello, pues la artificialidad contaminaba el efecto). En el Mercado Namdaemun, el bulgogi que comimos empezó a desafiar los sentidos, pero grupos de scouts, que están celebrando un encuentro mundial por estas fechas, plagaban cada rincón (restando autenticidad a un escenario lleno de extras).

La primera confrontación a la idea de lo exótico llegó en el barrio Myeong-dong con una mujer que paró en la calle para ofrecernos un paraguas que aplacara el inclemente sol. En el primer momento nos sobrevino el pudor a dejarse ayudar, pero su insistencia y su explicación (it's for the baby) levantaron las defensas. Protegidos ahora bajo el parasol, una idea comenzó a brotar: ¿no será lo exótico un espejismo? Al fin y al cabo, ¿no es cada cultura sino la adaptación y respuesta de cada ser humano a su entorno?, ¿realmente somos tan diferentes?

Con estas ideas germinando, un teleférico nos llevó hasta los pies de la Namsan Tower. Allí, una abrumadora cantidad de hechizos de amor "eterno" se amontonaban en las barandillas como hormigas de caramelos multicolores caminando unas sobre otras. Algunos candados habían perdido su encantamiento, pues Lara iba comprobando uno a uno y conseguía cazar entre sus manitas varios amores frustrados reconvertidos en trofeos que mostraba orgullosa.

Tras recrearnos con las vistas de Seoul desde arriba, llenamos nuestros estómagos con una barbacoa coreana en el restaurante 853. 

Al día siguiente, el templo Jogyesa nos recibió engalanado con flores de loto que permitían un paseo entre macetas que entibiaba el ambiente con la imaginación de estar atravesando un estanque.

En el Palacio Gyeongbokgung, los hanboks (el traje tradicional coreano) sobreimprimían el entorno con un recuerdo, una transparencia temporal pintada con los colores de la dinastía Joseon. 

Un gran porcentaje de turistas (coreanos, foráneos y scouts) vestían con los ropajes alquilados para posar ante las cámaras de sus móviles. De caderas para abajo, destacaban los colores pastel de las faldas de ellas; arriba, despuntaban las semitransparencias negras de las copas de los gat (sombreros) de ellos; en las pieles, se heterogeneizaba lo que en la dinastía Joseon hubiera sido parte del "uniforme" de todos. En el cambio de turno de la guardia real, los colores pastel dieron paso a los estridentes trajes de los guardianes.

Tras un descanso, subimos la cuesta que lleva a Ihwa, conocido por los murales con que varios artistas dieron nueva vida al barrio, que estaba deteriorándose. A los pocos minutos de pasear por la calle principal, las corrientes monzónicas nos dieron la bienvenida y tuvimos que refugiarnos bajo un toldo. Al rato, amainó un poco y salimos. Entonces, una pareja apretujada bajo su paraguas se acercó a explicarnos que nos habían visto desde los edificios de enfrente y venían a traernos un paraguas. Lo cierto es que las varillas del regalado el día anterior por la coreana amenazaban con voltearlo por completo y dejarlo inservible si no se usaba exclusivamente como parasol, pero el pudor a ser ayudados se impuso de nuevo, y tras agradecer el ofrecimiento con rubor, dijimos que no podíamos aceptarlo porque ya teníamos uno y esperábamos que dejase de llover pronto. La cultura individualista chocando con la colectivista. 

El tiempo empeoró, y por suerte, el empeño coreano por ayudar volvió a insistir. Esta vez, un hombre conduciendo una moto bajo la lluvia se acercó hasta el toldo, y enseñándonos su paraguas, casi sin frenar, nos interpeló un "take it" y aceleró alejándose de nuevo, cual rider con prisas que ha entregado su paquete, dejándonos el paraguas. Refugiados, caminamos hasta una cafetería para dejar que pasase el agua al calor de un café latte.

Ya de vuelta en Insadong, el barrio donde nos alojamos, los coreanos volvieron a agasajarnos con una sopa de noodles de regalo para Lara.

Al día siguiente, el templo Bongeunsa nos recibía adornado con un techo de farolillos blancos dispuestos de manera tan simétrica, que cuando las nubes dejaban asomar el sol, la luz que pasaba entre los espacios que dejaban libres los farolillos creaba armónicas calles y avenidas de luz, azulejos radiantes y efímeros; aluzejos, vaya…

Antes de comer, Lara se marcó varios intentos imitando a una joven que seguía los pasos del Gangnam Style frente a la estatua que conmemora el hit que menciona el barrio. La joven, inciándola en la cultura TikTok, consiguió que Lara aprendiese a poner las manos como PSY, cual jinete cabalgando alegre y confuso.

La comida en el Gwangjang Market, rodeados de tiendas de tela y comiendo sentados en taburetes, fue la más auténtica de todas; fue también el preludio de una nueva tanda de lluvia que nos pilló, esta vez, bajo techo. 

Por la tarde, mientras el sol se ponía, exhausto de reflejarse en superficies tan distintas y variopintas, dimos un salto adelante en el tiempo para pasear por las instalaciones futuristas y sinuosas de Zaha Hadid, en la Dongdaemun Design Plaza.

Y volviendo al presente, dejadme retomar la reflexión inicial: reivindico la figura del explorador tan denostada tras la colonización, aunque tan alejada de su idea: colonizar es imponer una visión foránea a un pueblo; lo que busca el explorador es, precisamente, escuchar otras visiones, enriquecerse de ellas, ser mil veces "colonizado".

Antes explicaba que me identificaba con los buscadores de oro, y es que no solo comparto la fiebre que les mueve a buscar aventura, sino el procedimiento para buscar el tesoro: la técnica del bateo; el filtrar a través de la observación. Con la técnica, uno se va dando cuenta de que el intento de catalogar, no es sino simplificar y eso sólo puede acabar reduciendo la cultura a un holograma, un reflejo, una caricatura. Igual que en el proceso de destilar uno no se queda con la diferencia sino con la esencia, para el viajero, encontrar el oro es la revelación de que aunque la cultura nos diferencie, la esencia no cambia. Quizás ese sea el tuétano del viajero, quizás ahí resida la emoción de la búsqueda: en el bateo para tamizar las diferencias en busca de lo más valioso, lo que nos une. Desvelar, descubrir el “espejismo” de la diferencia es el ocaso del chinchetero y la ventura de quien busca.


(27 a 31 de julio)

6 comentarios:

  1. Madre mia gracias a lara...q no os quemasteis del sol ni chopasteis por la lluvia. Ya me extrañaba q no hubieras escrito, aunque con lara el poco tiempo q queda sin ocupar descubriendo se lo lleva ella. Besos a las tres

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    1. Pues sí. Cuesta más encontrar huecos, pero la razón merece la pena. Iremos escribiendo aunque sea en diferido. Un besote muy fuerte

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  2. Me encanta vivir esa experiencia a través de tus palabras! Cuando os vea os ofreceré un paraguas ☂️ Me preguntó si aquí l agente tambien lo ofrecería 🤔
    Muchas gracias por compartir estos viajes tan magníficos, así que me alegro de que tengas esa "fiebre del oro "y la puedas compartir con mosot@s a través de tu blog.( justo la semana pasada compartí tu blog con una chica 😜)Un fuerte abrazo

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    1. Lidia! Qué alegría que nos leas. Quiero creer que en todos lados puedes encontrarte con gente que te eche una mano. Sea como sea, lo bueno de que te pase es que contagia y a la vuelta estaremos más atentos para poder echar un cable a otros. Comparte, comparte! Qué ilusión! Un abrazo enorme!

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  3. Qué atentos, menudo chollo viajar con babys

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  4. Desde luego... Es un reclamo!! Y cuando aprenden a saludar en coreano ya tienes atención máxima!

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