El concepto de “chinchetero” lo escuché por primera vez de mi amigo Guille Gironés. Lo escuchó a su vez de unos compañeros de viaje que utilizaban la idea para criticar la fijación coleccionista de los viajeros que se centran en acumular países en la mochila. Quizás sea cierto que haya cierta obsesión en mi sed de recorrer el mundo; pero creo que hay algo más en ese hambre.
Por ejemplo, el anhelo de entender. Los primeros días al pisar tierra extraña, me descubro intentando clasificar y encajar lo nuevo: empieza la observación. Al principio uno está atento, abriendo todos los poros de la piel para captar y registrar las diferencias que encuadren la esencia de la cultura visitada. Al empezar un nuevo viaje, uno trata de auscultar la cultura que late bajo el país, pues, como en medicina, el diagnóstico suele deducirse de una exploración.
Pero no puedo negar la fijación por seguir viajando. Durante las primeras noches de jet lag, me preguntaba qué provoca exactamente ese síndrome de abstinencia, y lo reconocí en la misma fiebre impulsiva de los buscadores de oro: nos mueve la necesidad de responder a la llamada de la fiebre (que siempre seduce con la promesa de encontrar). Unos, atraídos por la del oro, buscando fortuna; otros, perseguimos el Grial del encuentro con lo exótico, lo diferente.
La primera confrontación a la idea de lo exótico llegó en el barrio Myeong-dong con una mujer que paró en la calle para ofrecernos un paraguas que aplacara el inclemente sol. En el primer momento nos sobrevino el pudor a dejarse ayudar, pero su insistencia y su explicación (it's for the baby) levantaron las defensas. Protegidos ahora bajo el parasol, una idea comenzó a brotar: ¿no será lo exótico un espejismo? Al fin y al cabo, ¿no es cada cultura sino la adaptación y respuesta de cada ser humano a su entorno?, ¿realmente somos tan diferentes?
Tras recrearnos con las vistas de Seoul desde arriba, llenamos nuestros estómagos con una barbacoa coreana en el restaurante 853.
En el Palacio Gyeongbokgung, los hanboks (el traje tradicional coreano) sobreimprimían el entorno con un recuerdo, una transparencia temporal pintada con los colores de la dinastía Joseon.
El tiempo empeoró, y por suerte, el empeño coreano por ayudar volvió a insistir. Esta vez, un hombre conduciendo una moto bajo la lluvia se acercó hasta el toldo, y enseñándonos su paraguas, casi sin frenar, nos interpeló un "take it" y aceleró alejándose de nuevo, cual rider con prisas que ha entregado su paquete, dejándonos el paraguas. Refugiados, caminamos hasta una cafetería para dejar que pasase el agua al calor de un café latte.
Ya de vuelta en Insadong, el barrio donde nos alojamos, los coreanos volvieron a agasajarnos con una sopa de noodles de regalo para Lara.
La comida en el Gwangjang Market, rodeados de tiendas de tela y comiendo sentados en taburetes, fue la más auténtica de todas; fue también el preludio de una nueva tanda de lluvia que nos pilló, esta vez, bajo techo.
Y volviendo al presente, dejadme retomar la reflexión inicial: reivindico la figura del explorador tan denostada tras la colonización, aunque tan alejada de su idea: colonizar es imponer una visión foránea a un pueblo; lo que busca el explorador es, precisamente, escuchar otras visiones, enriquecerse de ellas, ser mil veces "colonizado".
Antes explicaba que me identificaba con los buscadores de oro, y es que no solo comparto la fiebre que les mueve a buscar aventura, sino el procedimiento para buscar el tesoro: la técnica del bateo; el filtrar a través de la observación. Con la técnica, uno se va dando cuenta de que el intento de catalogar, no es sino simplificar y eso sólo puede acabar reduciendo la cultura a un holograma, un reflejo, una caricatura. Igual que en el proceso de destilar uno no se queda con la diferencia sino con la esencia, para el viajero, encontrar el oro es la revelación de que aunque la cultura nos diferencie, la esencia no cambia. Quizás ese sea el tuétano del viajero, quizás ahí resida la emoción de la búsqueda: en el bateo para tamizar las diferencias en busca de lo más valioso, lo que nos une. Desvelar, descubrir el “espejismo” de la diferencia es el ocaso del chinchetero y la ventura de quien busca.
(27 a 31 de julio)
Madre mia gracias a lara...q no os quemasteis del sol ni chopasteis por la lluvia. Ya me extrañaba q no hubieras escrito, aunque con lara el poco tiempo q queda sin ocupar descubriendo se lo lleva ella. Besos a las tres
ResponderEliminarPues sí. Cuesta más encontrar huecos, pero la razón merece la pena. Iremos escribiendo aunque sea en diferido. Un besote muy fuerte
EliminarMe encanta vivir esa experiencia a través de tus palabras! Cuando os vea os ofreceré un paraguas ☂️ Me preguntó si aquí l agente tambien lo ofrecería 🤔
ResponderEliminarMuchas gracias por compartir estos viajes tan magníficos, así que me alegro de que tengas esa "fiebre del oro "y la puedas compartir con mosot@s a través de tu blog.( justo la semana pasada compartí tu blog con una chica 😜)Un fuerte abrazo
Lidia! Qué alegría que nos leas. Quiero creer que en todos lados puedes encontrarte con gente que te eche una mano. Sea como sea, lo bueno de que te pase es que contagia y a la vuelta estaremos más atentos para poder echar un cable a otros. Comparte, comparte! Qué ilusión! Un abrazo enorme!
EliminarQué atentos, menudo chollo viajar con babys
ResponderEliminarDesde luego... Es un reclamo!! Y cuando aprenden a saludar en coreano ya tienes atención máxima!
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