miércoles, 9 de agosto de 2023

Las sirenas arrugadas (Islas de Jeju y Udo)

Dejemos al inmenso Seoul alejándose por la ventanilla del avión y entremos de lleno en la bandera surcoreana: cumpliendo con los símbolos de los trigramas que rodean el Yin y el Yang sobre el blanco, nos desplazaremos por aire, tierra y mar dejando que el sol complete sobre nuestras cabezas el cuarto de ellos, fuego. 

Desde el aire, antes de aterrizar, nos topamos con unas vistas privilegiadas al verde promontorio volcánico que domina la isla de Biyangdo, la cual extiende sus aguas azul turquesa luminiscentes para tocar la playa de Hyeopjae (en la vecina Jeju), donde acabaremos nuestra visita.

Desde el primer momento en tierra resuenan ecos oceánicos con los carteles de musgo que dan la bienvenida a modo photocall.

En la tienda Pokémon, un Pikachu convertido en hareubang atrae con cantos de haenyeo a Lara mientras sostiene una mandarina; sintetizando el misticismo volcánico de la isla y la cultura manga.

Jeju es la isla de los hareubang, unas estatuas antropomorfas de basalto coronadas con un sombrero entre el bombín boliviano, el gorro de lana y el bombín del payaso rosa del circo de Playmobil. Estas representaciones petrificadas de la senectud (hareubang en el dialecto de Jeju significa "abuelos"), que sirven de mojones y dan protección a sus habitantes, dominan la isla, y son el símbolo por antonomasia de Jeju. Pero la isla nos ofrecerá más y mejores ejemplos de cómo dar el valor que se merece a la ancianidad.

Para trasladarnos por tierra alquilamos un coche eléctrico. 

El primer día avanzamos mucho menos de lo planeado... entre la llegada, el parón para comer, la velocidad media permitida (unos 45km/h de media) y que muchos lugares turísticos cierran entre las 17h y las 18h, ya solo nos quedaba mojar nuestras espinillas en la playa Hamdeok mientras Lara descubría asqueada el tacto de las algas y se repetía un "no passa res" moviendo la manitas para autoconvencerse, cada vez que el mar las empujaba hacia sus piernas.

Con el sol ya puesto, nos encontramos la puerta del hostal vacía, con un montón de carteles con información exclusivamente en coreano, un número de teléfono, un ascensor, y un teléfono que no funcionaba (que apareció cuando Violeta expresó indignada "¿por qué no ponen un teléfono para llamar?"). Por suerte, en casi toda la isla hay WiFi gratuito, y pudimos mandar un mensaje digital en botella virtual desde el chat de Booking. Apareció una mujer que no hablaba inglés, pero consiguió guiarnos hasta la habitación. Cerramos el día con una barbacoa de black pork, especialidad de Jeju.

Al amanecer del día siguiente subimos los 500 escalones que llevan a la cima del cráter Seongsan Ilchulbong. En la cresta, la mañana estaba nublada, pero un grupo de coreanos posaba para un aficionado que aprovechaba las sombras que crea el contraluz. 

Cuando pedimos una instantánea, el hombre nos convirtió en modelos improvisados y empezó a exigirnos poses Asian style: sonrisa y mano cerrada exceptuando el pulgar sobre el índice (símbolo coreano del corazón); sonrisa y puño en alto, victorioso; choque de puños coronado por un thumbs up; el "fuck you" rapero a la inglesa... Pero el momento álgido fue la cara de situación de Violeta cuando el hombre le pidió que ladease la cabeza, pusiese mirada soñadora mientras me sonreía, y crease un nido para su barbilla juntando las palmas de las manos a las mejillas.

Tras descender la empinada bajada, con las camisetas chopadas de sudor y humedad, probamos el helado de mandarina, la fruta de Jeju.

Ningún visitante puede escapar al cítrico: jabones aromatizados, postres de sabor a mandarina, puestos vendiéndolas a granel, o incluso gorras para vestir de auténticos coreano-mandarinos. 

Con fuerzas repuestas, nos dirigimos a la cercana isla de Udo, la isla de los cacahuetes. Cumpliendo con el tercer trigrama, nos dejamos transportar desde la cubierta de un barco, con la ilusión de estrenarnos conduciendo un sidecar para visitar Udo. Desgraciadamente nos encontramos con las trabas (no sabemos si legales o recelos y excusas por ser extranjeros) de que no teníamos el carnet de conducir coreano (no les servía el internacional), que éramos tres para un automóvil de dos, y que para colmo, aunque nos dejasen, nuestro carnet internacional no tenía sello en "vehículos tipo A".

Sea como fuere, solo nos quedaba la opción de visitar la isla en un hop-on-and-hop-off bus. Así que disfrutamos de las reducidas paradas. Primero, tomando un helado de cacahuete cerca de la Geommeolle Beach, con vistas espectaculares al brazo verde de tierra que la recoge. 

Después, parando en la alfombra blanca de la Hongjodangoe, como cubierta de nieve, radiante por el sol que se refleja sobre los restos de algas coralinas (rodolitos) que sustituyen a la arena.

De vuelta en Jeju, presenciamos cómo en la isla se hacen realidad historias de sirenas, encarnadas en las arrugas de las haenyeo.

Estas mujeres, que tienen entre 50 y 80 años, descienden en apnea hasta 10 metros de profundidad para pescar abulones y caracolas. Decididos a conocerlas y atraídos por un cartel que anunciaba performance a las 14h, fuimos a comer al restaurante que tienen a pie de playa. Nos sirvieron jeonbokjuk, unas gachas de arroz con abulón. A la hora prometida, y guiados por la voz que salía de un altavoz, nos unimos a la reunión de turistas que esperaban.

Dos haenyeo comenzaron a cortar a rodajas, a demanda para los que iban pidiendo previo acuerdo de pago, piñas de mar o meongge (un corazón de espinosa coraza), caracolas y abulones que se retorcían mientras los cortaban a juliana.

Nos quedamos sin escuchar el sumbisori, el canto que emiten estas vetustas sirenas al llegar a la superficie mientras intercambian el dióxido de carbono acumulado por oxígeno. La piel de estas sirenas, su neopreno, no se arruga con el agua, sino que gana flexibilidad con la experiencia.

Por la tarde nos dirigimos a Seongeup Folk Village, donde paseamos por las casas tradicionales de techo de paja. A diferencia de otras aldeas tradicionales, aquí los habitantes de Seongeup pararon el tiempo preservando el estilo de sus antepasados. Acabamos la tarde cenando una barbacoa en Seogwipo-si.

El día siguiente se hace algo corto, pues la mañana la tenemos que dedicar a hacer la colada y organizar los siguientes pasos. Como el horario de comida es reducido, a las 17h empiezan a cerrar todo, y la velocidad de conducción es tan mínima, nos da el tiempo justo para visitar tres lugares. 

Primero, las cascadas vecinas Sojeongbang y Jeongbang; la segunda es la única en Corea que cae directamente al mar, por lo que esperábamos una imagen más espectacular; sin embargo, el viento y la acumulación de gente la desmejoraban considerablemente. 

La siguiente parada fue un agradable paseo hasta la cascada Cheonjiyeon. Junto al río, los hareubang y otros diferentes objetos dispuestos en el camino servían de descanso y atracción al posado para selfis. De vuelta, una garza real paseaba en la otra orilla, disimulando su presencia.

Nos atardeció con vistas a Oedolgae, una roca de 20 metros que sobresale como un índice señalando el cielo. El oleaje mostraba su intensidad intentando superar el listón marcado por la roca, como si estuviera compitiendo a salto de altura con su propia sombra.

Al día siguiente el oleaje seguía picado, mostrándose fiero y juguetón a partes iguales en el Jusangjeollidae, motivo por el cuál no pudimos visitar la costa de Yongmeori que habían cerrado por motivos de seguridad.

Pero desde el signo de "cerrado" divisamos un templo cuyo Buda destacaba en la falda de la montaña, así que nos acercamos hasta allí. Recorrimos las escaleras de la parte externa del Sangbangsan Bomunsa custodiados por un lado por figuras que representaban los animales del horóscopo chino, y escoltados por el otro por Budas vestidos de diferentes colores festivos que echaban su plácida mirada sobre nuestros pasos. 

Tras comer, nos dimos un baño baby friendly en Hyeopjae beach, donde Lara era la única a la que cubría mínimamente el agua cuando las olas venían más altas, puesto que el área de baño estaba acotada y el agua no nos cubría más que la cintura. Eso sí, los niños coreanos iban preparados con la protección full equip: chaleco salvavidas, manguitos y flotador; a lo Transformer acuático.

Ya en el avión, sobrevolando Jeju y mirando por la ventanilla, nos despedimos de la isla de las sirenas arrugadas, que consiguen modificar la imagen de estas criaturas, demostrando que un cuerpo con estrías puede estar más capacitado que uno definido y que la belleza puede tener pliegues y continuar seduciendo con su canto.

(1 a 4 de agosto)

3 comentarios:

  1. Bueno, el sidecar para otra ocasión 🤷🏻 ( autoconvencimiento como el de Lara "no passa res" jejejeje, esa es la actitud.
    Un abrazo familia

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  2. 😂 no passa res, no. Que queden cosas por ver o por hacer, siempre es positivo. Un besote!!

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  3. Ay lara ya siendo positiva con ese barro...feucho.. yo no habria comido nada de eso......puf y lo de las arrugas de las sirenas...aludiendo a q la edad...eres genial.
    Besos cariño a los tres

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