viernes, 18 de agosto de 2023

Donde el 4 es el 13, el 5 es el 3 (Busan)

Llegamos a mediodía al Hotel Soyu. Los tres estamos muertos del madrugón para llegar a Busan, así que hacemos una minisiesta, interrumpida por una llamada de recepción. El encargado se disculpa por la habitación que nos ha dado su compañero y nos ofrece una más grande para que estemos más cómodos. Mucho mejor.

La habitación está en un "quinto piso"; y entrecomillo, por dos razones: una, que los coreanos empiezan a contar el primero como el piso a pie de calle; la segunda, que algunos edificios deciden obviar el piso cuatro por superstición, por lo que nuestra habitación del quinto piso estaba ubicada, para nosotros, en un tercero.

Por la tarde damos un paseo por los alrededores. Empezamos por Bosu Book Street, un callejón abarrotado de montañas de libros de segunda mano. Lara hace estragos con sus andares independientes y seguros a lo Charlot, y la propietaria de una de las tiendas se vuelve loca con ella pidiendo fotos.

Bajamos hasta BIFF Square, el Hollywood Boulevard de Busan, en busca de la huella de la mano de Kim Ki-duk. Posar allí la mano fue como concederle un "aquí empezó el viaje": con el director de las pocas palabras, la violencia, los personajes marginados y las metáforas visuales por el que me enamoré del cine surcoreano.

Camino al Lotte Department Store vimos los rescoldos que quedaban del Jagalchi Market, el mercado de pescado que visitaríamos al día siguiente; hoy ya recogía sus bártulos.

El agua conectó los dos lugares, pues este centro comercial presume de tener la fuente musical de interior más grande del mundo. Paseamos por el piso 13, que incluye un jardín con vistas al puerto, compramos provisiones, y disfrutamos de las caras de asombro de Lara mientras la fuente daba su espectáculo musical, que concluyó con una cortina de gotas formando la palabra Lotte en el aire que comenzaban a esparcirse.

El segundo día nos dedicamos más a fondo a conocer el mercado de Jagalchi. Cangrejos, anguilas, gusanos, conchas, caracoles, pulpos y otros diversos animales marinos esperaban expuestos en peceras a ser escogidos en la primera planta para luego ser troceados o cocinados en la segunda. Un parquecito con vistas corona el octavo piso.

Lo que queda de mañana y parte de la tarde lo dedicamos a la Gamcheon Village, un proyecto cultural que surgió de la idea de revitalizar un barrio de refugiados a golpe de arte, como ya lo había hecho el ave fénix de Ihwa, en Seoul. Diferentes artistas pusieron su grano de arena hace casi 15 años para dar color al barrio más empobrecido de Busan. El leitmotiv escogido fue los peces de madera, las casas y el Principito.

Las casas de techos multicolores, dispuestas a lo largo de una ladera, parecen brotar como setas pintadas con tizas de colores en un patio infantil: una primavera imaginada por la inocencia más desacomplejada.

Durante todo el trayecto, Lara aporta la curiosidad y la espontaneidad del personaje de Saint-Exupéry. Cada vez que encontramos una figura, ella la llena de saludos y besos, aunque acabe con la cara hecha un poema tras recoger la suciedad de todas y cada una. Ojalá no pierda la capacidad de ver el elefante devorado por la serpiente donde nosotros aprendimos a ver solo un sombrero y siga soñando aldeas de colores.

Por la tarde tratamos de cruzar el Songdo Yonggung Suspension Bridge, pero está cerrado por amenaza de fuertes vientos; sin embargo, el teleférico que conecta con Songdo Beach funciona sin problemas; así que nos montamos en una de las cabinas que cruzan sobre el mar para acercarnos hasta el bus que nos lleve al Choryang Observatory, donde empieza a atardecer sobre el conjunto de rascacielos que destaca bicolor sobre el paisaje, cual luciérnagas iluminadas por la luz de la golden hour, como si los bloques acristalados reaccionasen químicamente reverdeciendo con los últimos rayos de sol.

Aún no lo sabemos, pero se avecina un tifón. La melodía de Royal Blood (Typhoon) empieza a sonar en la distancia, reverberando con cada gota de lluvia que se aproxima. Amanece lloviendo y leemos que Khanun (el nombre con que han bautizado a este fenómeno) hará su aparición durante la noche y mañana siguientes.

Como vamos decidiendo las noches sobre la marcha, tuvimos capacidad de reacción para flexibilizar los planes, y alargar dos noches más asegurándonos visitar la costa de Busan.

Nos ponemos los chubasqueros y salimos camino al Beomeosa Temple, con parada en la estación de buses para comprar los billetes que nos llevarán a Gyeongju en tres días.

Por las inclemencias del tiempo, hoy la visita a Beomeosa es gratuita. Una mujer observa la lluvia, de espaldas a la puerta, cuando entramos a la oficina de turismo del templo. Se sorprende al vernos, doblemente al reparar en Lara, y empieza a darnos conversación, animada, para acabar pidiéndonos que vayamos con cuidado de no resbalar.

La fina lluvia que cae transportada por el viento, la neblina que viste los montes circundantes y la ausencia casi total de turistas hacen más especial la visita. Los colores del templo, apagados por las nubes, mimetizan la estructura con la quietud y la espiritualidad del apartado paraje. El moktak (instrumento para la oración budista) parece acompañar la escena con sonidos de naturaleza acordes al retiro y la meditación.

Las últimas lluvias del día las pasamos resguardados en el Bujeon Market. Caminamos por calles de comida, montones de algas, reflejos plateados de pescadito seco, y platos de almejas y marisco emplatados en espiral. Nos llama mucho la atención el ingenio del sistema espanta-insectos que han montado: sobre los platos, cintas atadas a los ventiladores bailan espasmódicamente impidiendo que las moscas encuentren tranquilidad para su deseado banquete.

Acabamos el día paseando por Seomyeon Street, posando sobre el arte callejero que desafía la percepción de las dimensiones; y mientras cae la tarde, nos tomamos un cálido café en Jeonpo Street.

El cuarto día, la calma reina en nuestra habitación de hotel mientras Khanun sopla con fuerza. Fuera, la superstición numérica coreana parecía justificada. Aprovechamos el encierro para acabar de decidir y atar los últimos pasos en Corea. En recepción nos informan de que el tifón abandonará la zona a mediodía, por lo que preparamos la colada para salir en cuanto sea viable.

Sobre las 14h estamos comiendo en un restaurante chino exquisito (Hwaguk Chinese Restaurant) que según una guía del hotel ha sido escenario de películas coreanas como New World y Nameless Gangster.

Esa tarde, nuestra excursión es infructuosa. Tras unas dos horas de trayecto en metro y bus, encontramos el templo Haedong Yonggungsa cerrado. Cuando preguntamos las razones, recibimos unos brazos en cruz por respuesta (el templo está cerrado). Suponemos que, aunque el temporal ya pareciese solo un recuerdo del que quedaba un agradable airecillo, habían decidido prevenir. Así que nos encuentra el atardecer en el camino de vuelta.

El último día en Busan seguimos topándonos con medidas tomadas por el tifón: el camino de costa de Igidae también está cerrado. Aprovechamos para preguntar en una oficina de turismo por el templo cuya visita se frustró ayer. Tras un par de llamadas, nos informan que hoy está abierto, por lo que después de pasear por el suelo acristalado del Oryukdo Skywalk, que conecta el acantilado con unos metros al vacío adentrándose mar adentro, salimos de nuevo hacia el templo.

Haedong Yonggunsa tiene la peculiaridad de estar construido sobre unas rocas a pie de mar. Cruzando el puente que lleva a la entrada, una vez más, nos encontramos el templo engalanado con farolillos multicolores. Lara se dedica a correr y a imitar, frente a frente, el movimiento de unos pequeños monjes de plástico que asienten incansables como lo hacen ella y el brazo del gato de la fortuna.

Por la tarde nos mojamos los pies en Haeundae Beach, rodeada de rascacielos imponentes que parecen intentar encajar en el paisaje compensando con el azul de sus escamas. No es posible introducir más que nuestros pies, pues unos "socorristas de seguridad", a golpe de silbato y porras de luz roja se pasean, arriba y abajo, asegurándose de que nadie entre más de la cuenta, persiguiendo hasta la saciedad a los atrevidos que intentan esquivarlos haciéndose los despistados reclamando un posado playero para sus redes.

Nos despedimos de la ciudad desde otra playa, la Gwangalli Beach. Un musical de teatro al aire libre pone la banda sonora a nuestra despedida mientras los actores bailan, sonrientes y exagerando sus pasos a los pies del Gwangan, donde las luces empiezan a iluminar la oscuridad y el puente sirve de icono a la postal urbana, nocturna y romántica de la costa de Busan.

(7 a 11 de agosto)

1 comentario:

  1. Y el tifon por ahí y vosotros también ay mare!!! Creo q ya volvéis o estáis ya volando .no recuerdo bien. Un súper viaje y lara lo ha pasado fantásticamente bien..

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