martes, 9 de agosto de 2022

Cicatrices (Detifoss-Mývatn-Goðafoss)

Llegamos a Detifoss con el día nublado y un viento gélido que bajaba la sensación térmica hasta los -3°C. Con este tiempo, nada pronosticaba que la catarata fuera a captar mucho espacio del día; sin embargo, Detifoss, la más caudalosa de Europa, aparece descomunal. Cientos de minas explotan sobre el lomo del río, justo antes de volver a reventar, en el momento en que se zambulle al vacío, en una caída abarrotada de las figuras que crean el humo y los escombros justo después de una explosión; misiles y setas de agua vaporizada salen al aire disparados como fluidas bombas de fuegos artificiales acompañadas por el rugido del agua.

Empezamos en el mirador de la parte oeste y retomamos la carretera para llegar al opuesto, más alto y desde donde podríamos visitar Selfoss. Río arriba, Selfoss se emplaza en un circo en la ribera este, que se enfrenta a otro, creando entre los dos, casi 360° si no fuera por el río que los parte.

Volvemos al asfalto hasta llegar a la zona que rodea el lago Mývatn. Pegada a la Ring Road, el paisaje que presenta Hverir, que nos recibe embarrada por la lluvia, hace inevitable detenerse aunque sea tarde. Antes de ir al camping, damos una vuelta rápida confiando en que al día siguiente haya mejor tiempo para poder perdernos tranquilamente.

Efectivamente, el día mejora. Empezamos alrededor de Stakhólstjörn, recorriendo los pseudocráteres que se formaron hace más de dos mil años. Estas formaciones, a diferencia de los cráteres, no se crearon de la expulsión de magma, sino que son fruto del disparo de vapor que produjo el agua atrapada bajo la colada de lava que había entrado en contacto con el lago.

Seguimos de ruta, paseando por los senderos que navegan los campos de lava de Dimmuborgir. Aquí exploramos los vómitos de lava solidificada y las reptilianas figuras que crea y encontramos las huellas de los Yule Lads, los 13 hijos traviesos de los ogros Grýla y Leppalúði que habitan Dimmuborgir y en Navidad reparten regalos o patatas podridas a los niños islandeses, según haya sido su comportamiento.

Después subimos los 450 metros que llevan al cráter Hverfjall, que destaca por su magnética y desoladora oscuridad de 2700 años. Recorrimos su cresta admirando las formas que deja a su paso el cataclismo y lo que parece la escena de la fecundación de un óvulo; recordatorio, quizás, de que toda catástrofe establece un nuevo origen. Desde esta altura obtenemos vistas panorámicas de los campos de lava de Dimmuborgir y de la Námafjall, la montaña que corona Hverir, la zona geotermal hacia donde nos dirigimos por segunda vez.

Nos encontramos contemplando las vísceras de la Tierra. Una herida abierta que invade con su olor a azufre un paisaje amontonado de marrones, ocres, rojizos, blancos y grises azulados. Los vapores de las fumarolas y las pozas de lodo hirviendo marcan la respiración de la Tierra, un animal en duermevela. 

Pero lo que más le concede el aire extraterrestre al terreno es lo abrupto de la unión de sus colores; como si estuviera pintado a la vez con una mezcla tosca de brocha gorda, trazos finos y delicados difuminados.

Una caminata de hora y media recorre el lomo de la Námafjall, desde donde el revuelto de colores se observa a vista de pájaro. Desde aquí se aprecian claramente las desolladuras de la Tierra; y aunque suene sádico, el aislamiento del mirador aporta una belleza hipnótica al lienzo traumatizado del terreno magullado.

Al día siguiente, subimos por la carretera que lleva a la estación geotérmica para visitar Víti. Este cráter guarda en su interior una laguna de azul intenso cuyos bordes parecen estar delineados por un arcoiris descolorido por las nubes que acechan.

La última visita en la zona del lago Mývatn fue la ruta por Leirhnjúkur. Esta otra zona geotermal condensa casi todo lo que habíamos visto hasta ahora pero con menos turistas: campos de lava, fumarolas, cicatrices, dos lagos de un azul lechoso y de nuevo los colores, que más parecen contusiones y heridas supurantes del terreno regadas con sombras de mercromina y yodo.

Nos alejamos del lago Mývatn y nos despedimos de sus entrañas terrestres para seguir tirando hacia el noroeste. Cerramos el día en Goðafoss. Esta catarata, a diferencia de la furiosa Detifoss, se muestra más amable y menos turbulenta; más "para todos los públicos". Sus aguas azul turquesa nos conectan con la despreocupación veraniega que tan bien combina con el espíritu de viajar. Nos quedamos un rato dejándonos asperjar por el rocío resultante del salto, y tratando de saborear el sosiego y el fresco que aún tardarán en llegar a casa.

(30-31 julio y 1 agosto)

2 comentarios:

  1. Jolin...que chulo todo. Las fotos son preciosas y el relato increíble.. gracias a los dos. Me gusta la foto del final q se os ve súper abrigados y detrás de Violeta..intuyo q lo blanco es Lara. Coger un poco de ese súper frío.. me da mucha envidia el fresco.xq aquí nos estamos asando el viaje también claro esta..buen viaje de vuelta a casa. Seguro q tenéis fotos de lara preciosas. Ya por privado nos enseñas.

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  2. Increíble!! No sé con qué paisajes me quedo, si con los anteriores o estos, cada uno tiene su encanto, pero como tú dices, estos son las vísceras dea Tierra y eso no lo ves en cualquier sitio. Gracias por hacernos viajar!!! Seguir disfrutando a tope compi!!

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