domingo, 7 de agosto de 2022

Baldosas arcoíris (Seyðisfjörður-Borgarfjörður Eystri-Möðrudalur)

Los días pasan fugaces, los lugares se acumulan en el kilometraje, y encontramos pocos huecos para recapitular y escribir lo vivido hasta ahora. Permitidnos pues pisar el acelerador de nuestra camper y adelantar juntos lo rezagado condensando la carretera cuanto podamos para ponernos al día.

Comenzamos a conducir en dirección a los fiordos del este con el regusto de la cena en Höfn: hamburguesa de reno, humar (cigalas) a la mantequilla con ajillo y una cerveza Vatnajökull hecha con agua del glaciar.

El camino hasta Seyðisfjörður serpentea acompañando a los fiordos por los que pasamos y en el último paso de montaña se muestra en su esplendor más espectacular; sobre todo en la bajada, cuando, oportunamente, la niebla empieza a retirar su velo para dejar al descubierto un pueblo de costa al fondo del valle. Haciéndonos protagonistas con la camper, es inevitable no recordar la escena de Walter Mitty descendiendo por esta carretera en longboard. Mientras suena "Wake up" de Arcade Fire en nuestras cabezas y el viento de la libertad sopla de cara para hacer más épica la bajada, dejamos Gufufoss a nuestra derecha y se pierde en la siguiente curva, esperando una visita a la vuelta.

A pesar de ser un pueblo pequeño para los estándares europeos, Seyðisfjörður consigue tener su atractivo turístico aparte del que ofrece su bello enclave. En el pasado, este pueblo se benefició de la pesca del arenque. Por lo visto, los miércoles ha cambiado el arenque por las sardinas en lata, pues al salir el ferry a Europa los jueves, el camping se abarrota el día de antes. Por suerte, encontramos el último hueco.

A la mañana siguiente, con el pueblo más desahogado, seguimos las baldosas arcoíris. Quién sabe... quizás conecten con la Ciudad Esmeralda; lo cierto es que en seguida nos encontramos admirando la creatividad de una casa-ludoteca donde han ido reciclando objetos cotidianos para reconvertirlos en el atrezzo de un delirio de fantasía: el hogar de una isla pirata regida por la imaginación, o el belén de mi padre (partes de neumáticos pintados de verde como hojas de palmera, boyas de colores como globos, o una red que sirve de hamaca para pescar sueños).

Dejando atrás Seyðisfjörður, y tras la visita pactada a Gufufoss, la siguiente parada exige un poco de ejercicio. Una hora de subida para acercaremos hasta Hengifoss, una catarata de 128 metros recogida por una garganta dividida en capas de sabores minerales amarillos y rojos sobre negro. Antes de llegar a ella, Litlanesfoss se lanza al vacío rodeada por barbas basálticas de ballena volcánica que parecen provocarla a saltar más lejos.

De nuevo nos echamos a la carretera, que nos lleva a Borgarfjörður Eystri. Allí, vimos desde fuera la Lindarbakki, una casa construida en 1899, y la que más llama la atención. Podría pasar desapercibida por estar agazapada entre el césped y casi camuflada entre musgo; pero su rojo anaranjado y la bandera nacional se encargan de atrapar las miradas.

Mientras volvíamos del paseo, encontramos un parque infantil libre. ¿Qué nos atrajo? Muchos de ellos tienen instaladas colchonetas elásticas... Y Lara simplemente nos marcó el camino para encontrarnos saltando y riendo como niños dos minutos más tarde.

Al día siguiente nos esperaba un día largo de conducción hasta nuestro destino: Möðrudalur. Por la mañana nos acercamos a un islote a 5 kilómetros de Borgarfjörður donde anidan bandadas de frailecillos. Con planta orgullosa, como posada para un cuadro, dejaban fotografiarse a menos de un metro. Cientos de pájaros, maquillados en exceso como para un espectáculo circense, pecho fuera y cabeza bien alta e inquieta, miraban al horizonte mientras sus crías los llamaban con graznidos graves que más parecían propios de una foca.

Con la imagen de los payasos volvía la de las baldosas y la de la colchoneta elástica. Quizás tendemos a olvidar la ruta a las Tierras de Oz porque el día a día engulle su luz y solo algunas noches descubrimos la fluorescencia de sus baldosas. Convivir o trabajar con niños ayuda a tener frescas las señales. Quizás siempre sea un buen momento para reencontrar el atajo y mirar todo sin complejos, como si fuera la primera vez, dispuestos a disfrutar como enanos de la aventura de vivir.

(27-28-29 julio)

2 comentarios:

  1. Que bonito todo. Mil gracias por dejarnos viajar a través de vuestro relato. Ea verdad q los viajes con niños...buscas y miras otras cosas y xq lara aún no puede jugar en parque..si no..de parque a parque..coml el juego de la oca.
    Besos.. disfrutar mucho y guardar un poco de ese fresco para la vuelta..

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