domingo, 5 de abril de 2015

Del tiempo estancado (Dakar-Isla de Gorée)

Quién nos diría a nosotros que uno de los mayores choques culturales que íbamos a sufrir es la diferente percepción del tiempo... Senegal enseña a andar, a dejar de correr, a plantearse el viaje de otra manera, donde no cuenta la cantidad de lo visto sino de lo vivido en el día a día. Y es que aquí, como decía, el tiempo tiene su ritmo particular. Nuestro avión llegaba a Dakar a las 00h de aquí (2 horas menos que en la península española) y no entraba en nuestros planes sumar 45 minutos de cola para pasar la aduana, ni llegar al hotel que teníamos reservado y encontrarnos una sonrisa arrepentida que decía en su mejor francés "lo siento, está todo ocupado". En nuestros relojes eran las 4h españolas y ponernos a buscar por las calles senegalesas algún hostal que nos aceptase, no era una opción. Menos mal que la teranga (hospitalidad en wolof) de la que tanto alardean es algo bien merecido y la misma mujer se disculpó y ofreció a encontrarnos alojamiento, además de invitarnos a cenar cuando volviésemos a Dakar.

Al día siguiente las calles nos daban la bienvenida, adoquinadas de tierra como en otros tantos lugares, con azulejos de arena, con taxis destartalados y sin cinturones, con neumáticos reutilizados como juguetes u objetos decorativos de la calle, con el olor reconocido por nuestras fosas a una mezcla de suciedad y sándalo y con una horda de vendedores ambulantes rodeando (y a menudo invadiendo) la carretera.

Esperamos casi una hora para sacar el billete que nos llevará por la tarde a Ziguinchor (capital de Casamance) celebrando el ritual de las sillas. Al llegar, el guardia de seguridad te da un número (como en la carnicería) que determinará el lugar donde te sientes (en cinco filas de seis); cada vez que le toca el turno de ser atendido a uno, el siguiente ocupa su puesto, de manera que cada cierto tiempo todo el mundo cambia de asiento dibujando un movimiento zigzagueante cuando los primeros de esa fila pasan a sentarse en el último asiento de la siguiente. Conseguimos el billete y sacamos el de Gorée. Nueva cola. Las esperas... y todo esto con nuestras mochilas a cuestas. 

Y por fin llegamos a Gorée sobre las 12h, una isla frente a Dakar que mantiene el estilo colonial y la Casa de los Esclavos, pues desde aquí partían los mismos hacia América. Los rojos y ocres desconchados y difuminados pintan las casas al tiempo que las buganvillas las coronan y adornan; la calle principal que lleva al castillo está bordeada de baobabs y de una "exposición" de cuadros, entre los que un cepillo de dientes, una calculadora o un trozo de tenedor sirven para crear figuras o cuerpos o partes del mismo.

La isla es tranquila y "sus gaviotas" son cernícalos que la sobrevuelan incansablemente; en las calles nos encontramos una partida de damas cuyas fichas eran botes diferenciados en la tapa y a un artista que vende baobabs-bonsai que se pone a charlar con nosotros.

Paseamos disfrutando del tiempo ralentizado y visitamos la Casa de los Esclavos que aún grita en eco la fragilidad de la libertad.


Cuando empieza la tarde (a las 17h) ya estamos embarcados para viajar a Ziguinchor, aunque hasta las 20h no salgamos. Las esperas, otra vez... dos televisiones retransmiten el mensaje del presidente Macky, pues mañana 4 de abril se cumplen 55 años del día de la independencia. Para acabar el día, recibimos las normas de seguridad en cuatro idiomas, con tres intérpretes y un modelo plantado con el chaleco salvavidas (que también hace las de intérprete); desde luego hay que admitir que nunca habían sido tan interactivas como hasta hoy, con turno de preguntas incluido.

El barco zarpa rumbo a Casamance donde llegaremos a las 10h del día siguiente... A esperar...

3 comentarios:

  1. Que bien escribís, caramba! Me parece que habéis encontrado la horma de vuestro zapato con el sentido del tiempo. Besos y cuidaos mucho!

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  2. Que envidia me dais.
    Jorge Sánchez

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