lunes, 11 de agosto de 2014

Istria, mare di tartufi (Zagreb-Región de Istria)

El Viernes comenzamos nuestro breve road trip por la región de Istria, al Oeste de Croacia. La primera parada fue Opatija, una de las primeras Benidorm croatas para los aristócratas del pasado. Aún se respira su glamour vacacional y su paseo a orillas del mar está bordeado por hoteles que coleccionan estrellas.
A pesar de que ya iba siendo hora de comer, decidimos salivar un poco más para comer algo más tradicional que lo que nos podía deparar Opatija. 

Dimos la espalda a la costa por ese día y nos dirigimos hacia el interior. La carretera se fue estrechando y retorciendo como si estuvieramos recorriendo el lomo de una lombriz, hasta llegar a Hum. Se supone que es uno de los pueblos más pequeños del mundo. Y digo se supone, porque es un título con trampa. El pueblo es muy pequeño, sí, 28 habitantes; pero la trampa está en llamarlo "pueblo" en lugar de aldea. Sólo por este título, se ha convertido en un destino turístico internacional. Nosotros, claro está, no podíamos faltar a la cita. 

Apaciguamos nuestro apetito con unos deliciosos platos. Entre ellos, macarrones con aceite y trufas. De trufas iba a ir la cosa en este zambullido a Istria. La trufa es uno de los componentes típicos en los platos de esta parte de  Croacia, su precio no se acerca ni mucho menos al de España; por ello, sin ser del todo conscientes, condimentamos a partir de entonces todas nuestras comidas excepto una, con tan exquisíto ingrediente.  Recorrer Hum no nos ayudó a bajar la comida puesto que en un momento ya estaba recorrido; sin quitar mérito a la belleza que esconde lo pequeño. Para hacer la digestión, nos dirigimos a Pazin: una ciudad o pueblo, a estas alturas me confundo, cuyo atractivo es un cañón que ha creado el rio que por allí pasa. Visitamos sus adentros, en una excursioncilla, antes de reposar en el magnífico hostal de carretera que habíamos reservado con las nuevas tecnologías. Como si de un cameo se tratara, un cartel de la Route 66, ondeaba a la entrada.

Al día siguiente, conforme nuestro coche se deslizaba por Istria, amaneció en el horizonte el pueblo de Motovun. Un pueblo amurallado que se alza en lo alto de una colina. Una vez arriba, desayunamos disfrutando de las vistas excepcionales que ofrece la altura. Recorrimos Motovun y nos quedamos con las ganas de ver la iglesia por culpa de madrugar. Dios había decidido no seguir el refrán.

Dejando Motovun, volvimos a dirigirnos a la costa. Poreč nos esperaba con sus calles romanas y su estupenda basílica de los años bizantinos.  Por si nos faltaba imaginación para recrear escenas cotidianas en la basílica, una pareja estaba celebrando su boda. Como el convite no era muy numeroso, los turistas nos solidarizamos agolpándonos a la puerta para poder visitar la basílica de cerca, participando así en tan importante evento.

La ciudad de Rovinj nos dió de comer y lo hizo muy bien. Disfrutamos de unas cigalas, unos mejillones con pan rallado y ajo, y un pulpo al tomate espectacular. 

El casco antiguo de la ciudad se asoma al mar y sus casas se agolpan intentando llegar a primera fila como si de groupies se tratase; esto confiere un aire de tranquilidad a la turística Rovinj, pues las calles son tan estrechas que le regalan la calma del pueblo. Recorriendo el casco antiguo, por algunas calles se asomaba el Adriático, escupiendo bohemia a todo aquel que se parase delante de estas pequeñas y asombrosas puertas al mar.  
Siguiendo la costa, acabamos en Pula. Todavía era pronto para confinarnos en un hotel, así que fuimos a dar un paseo nocturno. Preguntando a una croata por una calle, adquirimos sin comerlo ni beberlo una guía que nos dió un pequeño aperitivo de Pula.

Pula también tiene un pasado romano, del cual hereda su enorme anfiteatro, que parece más un circo romano. Ya sin guía, deambulamos por las calles del centro y acabamos en la catedral, asistiendo a un concierto gratuito de música clásica. ¡Y de nuevo el italiano!

Rebobinemos un momento. Algo sorprendente en Istria es la influencia romana y no me refiero al pasado, si no al presente. Los romanos conquistaron Istria y los romanos reinan en el presente. El Italiano parece ser la lengua oficial, la música italiana su banda sonora, y las pizzas y la pasta su plato principal. 
Volviendo al presente, allí estábamos sentados en la última fila, escuchando el discurso de la directora, en inglés y luego en italiano. Quizás se olvidó del croata; quizás el emperador lo había abolido a conciencia. Empastados de tanto italiano nos fuimos a cenar. Cenamos patatas fritas y ćevapčići , una especie de kebab croata. Para hacer más jugosas las patatas, pedimos salsa de trufa y acabamos empachados.

El último día no podía faltar un chapuzón en el Adriático, así que fuimos al punto más sur de Istria que forma parte de un Parque Natural, para hacerlo en condiciones. Refrescados por el agua, nos dejamos engatusar por la curiosidad y fuimos a la iglesia de Vodnjan, más al norte de la península, para admirar los cuerpos imperecederos de varios santos; momias sin vendajes expuestas al público por un módico precio. Esta iglesia, después de Roma, es la iglesia con más reliquias del mundo: huesos, dedos, pies y por supuesto, cuerpos enteros. Se exhiben detrás del altar y se accede tras una cortina a un cuarto con poca luz (No apto para estómagos pequeños).

Persiguiendo nuestro último destino fuimos a Labin; otro pueblecito que se empeña en escalar a la cima de una colina para asentarse en lo alto. Nuestra última comida fue en una terraza asomada al borde de la colina con unas vistas magníficas. Y cómo no, comimos pasta con salsa de trufas. 


Nos llegamos a plantear si existía la intoxicación de este producto, pero nos la trufó. Al igual que la mayoría de pueblos que habíamos visitado, las casas de Labin se apretujaban para no caerse montaña abajo, creando las calles estrechas tan típicas de la región. De vuelta a Zagreb, una superluna llena orgullosa de sí misma, se disfrazó de sol e iluminó el camino de vuelta.    

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