lunes, 18 de agosto de 2014

El susurro del mar (Hvar-Pag-Zadar)

Nuestro último destino dálmata, fue la isla de Hvar. Esta isla, ha ido pasando de mano en mano: griegos, romanos, bizantinos, venecianos... que han habitado la isla que más horas recibe de sol en todo el país. Esta peculiar etiqueta no podía hacer menos que convertirla en uno de los nuevos destinos de la clase alta.

La marea, o más bien, la cabezonería del barco de no dejarse llevar por las olas, si no ser el amo de su destino, nos dejó en el sur; en ciudad de Hvar. 


Recorrimos las calles de la "ciudad", subimos al fuerte para disfrutar de las vistas aéreas y nos tomamos un respiro comiendo en la Plaza de San Esteban, con la catedral pidiendo protagonismo.

Antes de abandonar la isla no podía faltar un baño y escogimos una cala muy concurrida por sus vistas privilegiadas, al lado del monasterio Franciscano. Mientras el agua nos susurraba que nos dejásemos llevar y descansáramos, el catamarán de Jadrolinja hacía su aparición ahuyentando a las sirenas.

Las primeras millas del catamarán fueron moviditas y zarandearon el barco, avisándonos de lo que nos esperaba en tierra. Lo que viene a continuación no es apto para cardíacos, así que por favor, si usted tiene enfermedad que afecte al corazón, evite leer el párrafo siguiente.

El bus que tenemos que coger sale a las 17:45. Son las 17:05 y el barco acaba de amarrarse a tierra firme.   Son las 17:10 y conseguimos dejar atrás el barco. Hay que volver a la casa en que nos hemos alojado, coger mochilas, volver y comprar los billetes para Zadar. Si perdemos el bus, el siguiente es a las 19:00 y es demasiado tarde. Son las 17:20 aún vamos a mitad camino, parece que lo mejor es correr. Son las 17:27 hemos llegado al portal y subido las escaleras. Son las 17:31 hemos cogido mochilas, escrito la nota agradeciendo la amabilidad, cogido agua fresca de la nevera, cerrado la puerta y bajado escaleras. Estamos en la calle corriendo. 17:40 ya casi hemos llegado, sólo queda un último esfuerzo, no podemos perder el bus. 17:42 hemos llegado, estamos en la taquilla, pedimos tickets. "No bus at 17:45" dice el maldito micro, que nos separa de la taquilla. Una ola de agua fría se estampa en nuestra cara, "Next bus at 19:00" nuestros cuerpos se han fusionado con el mar y oleadas de sudor recorren nuestra piel. Nos dejamos llevar por la marea, no hay otra, descansamos, y cogemos ya secos el bus de las 19:00.

La tormenta ha pasado, y ahora llega la calma.
Bero nos recoge en Zadar. Ha estado esperándonos en el coche. Realmente esta familia se gana el cielo con nosotros. Llegamos a Pag sobre las 23:00, cenamos y a dormir. Al día siguiente comienza la vida isleña con Bero, Noa, Robin y Nina, la hermana de Bero.


Pag es una isla árida con poca vegetación. Los vientos que la azotan le quitan a sus tierras las ganas de vestirse de verde, y quedan desnudas en los lugares más expuestos.

El primer día pasamos la mañana en la playa hasta que el cielo se molestó con el mar al vernos disfrutar de su tranquilidad, y decidió que si alguien nos mojaba sería la lluvia. Fue una lluvia pasajera, como una rabieta, pero nos dejó una imagen espectacular: Una nube hacía el esfuerzo de convertirse en un tornado que se aproximaba a nosotros. Toda la playa quedó en vilo, pero el esfuerzo de la nube quedó en eso, un esfuerzo. Por la tarde pudimos presenciar la enorme devoción de los croatas. Era el día de la Asunción y la familia al completo fuimos a misa. Como si de la boda del rey se tratara, un mar de gente rodeaba la iglesia, que ya no podía acoger a más gente en su interior. Así que tuvimos que escuchar la misa desde uno de los laterales, con vistas a la conquista de la noche a la tarde. Después de cenar, fuimos a Zrće beach, un intento de Ibiza croata que quiere competir con Miami e Ibiza. Estar en una isla e irse de fiesta, sobre todo si la isla es conocida por su fiesta, es algo comprensible. Irse con Bero, nuestro padre croata apenas unos años mayor que nosotros, tampoco es nada fuera de lo normal; que Noa, el hijo mayor de 11 años se venga, ya deja de estar fuera de nuestros límites de normalidad, pero que entremos en dos discotecas y no le digan nada, ya supera los muros culturales que conforman nuestra visión del mundo.

La segunda mañana en la isla, cambió de escenario pero no de guión. Fuimos a una playa al noroeste de la isla y al rato, se puso a llover. Por la tarde nos dirigimos al sur para visitar Nin, una ciudad amurallada, con vistas al mar. Pero antes fuimos a Queen's beach a disfrutar de la puesta de sol, arropados por el mar, en un escenario inmejorable de cara a tierra firme, que se alzaba imponente con sus montañas, como diciendo "aquí estoy yo".

El último día el cielo se portó y aprovechamos toda la mañana en una playa preciosa, una cala escondida, aunque no por ello poco frecuentada, rodeada de montañas y alguna isla rocosa que sacaba la cabeza del agua para no ahogarse. Nos despedimos de Noa, Robin y Nina, que se quedaban en Pag, y fuimos de vuelta a Zagreb, desviándonos un poco, para disfrutar de Zadar.

Esta ciudad, cómo no, asomada al mar y amurallada, sufrió las heridas de la guerra, que aunque no se aprecian, le hicieron perder importancia como ciudad dentro del país. A pesar de ello, es una ciudad preciosa, con calles adoquinadas y dos pequeños tesoros: Una amplia plaza rodeada de iglesias de diferentes épocas y  un paseo junto al mar, bastante peculiar. Si alguna persona se ha planteado alguna vez cómo canta el mar, en Zadar encontrará la respuesta. Alguien decidió construir aquí un órgano marino, que es tocado por las olas del mar cuando se estrellan contra tierra firme.

La música que produce es hipnótica y todavía más al atardecer, cuando el sol se alía con la marea para crear un concierto mágico, donde la improvisación de la naturaleza escribe la partitura. Un grupo de gente quería formar parte activa del concierto e improvisaban junto al mar, con movimientos que pretendían seguir la marea de las notas. Sin embargo parecía que el mar se lo pasaba bien, descoordinándolos y haciendoles quedar como gente en trance bajo los efectos de alguna droga, de origen natural, por supuesto. Dejamos atrás el concierto y nos zambullimos en la noche, para dirigirnos a la capital, echando ya de menos, el sonido del mar.

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