jueves, 21 de agosto de 2014

Las derivas (Zagreb-Barcelona-Valencia)


Este viaje estaba llegando ya a su último puerto, y como desorientado, iba a la deriva dirigiéndose al final. En el viaje de la vida, sufrimos diversas derivas. Derivas económicas, derivas personales, derivas de pareja...Las derivas son crisis, pequeñas muertes o el punto final de algo. Pero para seguir navegando decidimos coger el timón evitando así "que el destino nos tome las medidas". Superamos las derivas porque de eso trata la vida, de superar los baches del camino, saber decir adiós o saber adaptarse a los nuevos vientos.

Nuestro último destino, nos confrontaba con las derivas; el último día en Zagreb, visitamos el "Museo de las relaciones rotas". Este, es un Museo que acoge donaciones de la gente. Estas donaciones, tienen la peculiaridad de ser objetos sentimentales de una historia acabada: Un regalo de ella a él antes de que el amor decidiera apagarse; un corcho de champán que nunca llegó a festejar lo que le tocaba porque se descubrió el pastel; una nota de suicidio de una madre a sus hijos; el juguete que le regaló papá antes de abandonarle...Objetos que guardan una carga emocional tan grande, que pueden contar historias, por sí solos. Y de aquí surge la idea del museo, es un cementerio de historias, un funeral de corazones rotos. Todos podríamos donar algún objeto embrujado al Museo, por ello quizás se nos erizaron los pelos con algunas historias.

Fuera llovía pero el museo era inmune a la lluvia, puede que no solo por su techo, sino porque aquél enterramiento, se había hecho inmune a las lágrimas aceptando su final. Y es que las derivas son parte de la vida y hay que saber aceptarlas, celebrar su funeral y seguir adelante.
Acabó de llover y después de perdernos un rato nos dirigimos al siguiente puerto a la deriva: El cementerio de Zagreb. Ese lugar en el que todos estamos destinados a acabar nuestros días y los vivos vamos para echar una vista al pasado; para no olvidar quiénes somos y de dónde venimos.

Mirogoj, así se llama esta residencia cinco estrellas, es un manantial de paz y descanso. Una auténtica maravilla donde los muertos descansan y sus cuerpos dan vida al musgo y las enredaderas, que agradecidas, decoran los aposentos mortuorios.
Esa noche tuvimos la última cena con nuestra famila croata y como muestra de agradecimiento intentamos acercarles a la boca, nuestro país y cultura. A pesar de su fascinación por lo que habíamos cocinado, nuestro paladar no engañaba: "No habéis conseguido un gran resultado" decía. Afortunadamente si no sabes lo que podrías tener, algo mediocre puede saber a gloria solo por ser diferente e innovador.

El último día fue como una muerte anunciada, no quedaba mucho que hacer, así que nos dimos una última vuelta y comimos juntos antes de decirnos adiós, o hasta luego. Ya en el aeropuerto, asistimos a la última deriva, la de nuestro viaje. Pero cómo decía, la deriva solo es el final de algo, y mientras el avión despegaba dejando atrás Hrvatski, nuestro barco abría las velas, y se dirigía hacia un puerto incierto, nuestro próximo camino se empezaba a dibujar: Nada más volver de Croacia, celebrábamos la tercera edición del viaje incierto. En este viaje, ponemos un presupuesto acordado entre todos y la suerte decide quién monta el viaje.El señalado por el azar, se encarga de organizarlo todo y así, los que forman parte del viaje,vuelan con la incertidumbre del destino que les acogerá. Pues bien, esta vez,salíamos desde Valencia a las 5:30. Por ello requerimos los servicios de conductor de Jaime Penadés para poder llegar a tiempo a Valencia. Así pues, se convertía en nuestro vigía de navegación y nos esperaba en Barcelona puntual, desde luego mucho más que nuestro vuelo. Ahora viajamos hacia Valencia sin tierra conocida en el horizonte, esperando, si es necesario, enfrentarnos a monstruos marinos y sirenas; porque sí hay esperanza en la deriva.

Nos asomamos al ataúd del viaje, echamos el último puñado de tierra y abandonamos el cementerio. Lo enterramos para poder volverlo a visitar más adelante; para pasar página y seguir caminando sin olvidar los pasos recorridos, los giros tomados y las piedras en las que tropezamos.
Nos alejamos lentamete y alguien grita a nuestras espaldas: "¡Tierra a la vista!"


La transparencia de los colores (Varaždin-Parque Nacional de Plitvice)

La mañana del lunes empezó relajada, tomando un café con Breza, paseando por las calles de Zagreb (de nuevo, nuestra ciudad-base) y poniéndonos al día con el blog. Después, tras la comida familiar en casa de baka ("abuela" en croata), partimos todos en una escapada vespertina rumbo a Varaždin. Noa y Robin se quedaron en Pag, así que cambiamos de hermanos y viajamos esta vez con Iskra e Istok aliñando el viaje en coche con el ska bosnio de Dubioza kolektiv

Llegamos a Varaždin (antigua capital de Croacia) casi al atardecer y comenzamos a visitarla dando un paseo tranquilo hasta llegar a Trg Kralja Tomislava (la plaza del ayuntamiento) donde paramos a tomar un descanso y una cerveza fresquita. 

Cuando volvimos a movernos para callejear, el sol ya amarilleaba los edificios de colores pastel de la ciudad con ese ocre previo al naranja arcilloso de la golden hour; y así, presenciando los cambios de colores de la luz que se daban sobre todo lo que aún no era sombra, acabamos nuestra visita en Stari Grad (una antigua fortaleza del s. XV reconvertida en museo), bañados de un filtro naranja-fuego.


Cuando uno cree que el viaje está llegando a su fin y que ya no queda mucha sorpresa escondida en el camino, afortunadamente el viajero suele tropezar con el poema de Kavafis: "Pide que el camino sea largo. Que muchas sean las mañanas de verano en que llegues -¡con qué placer y alegría!- a puertos nunca vistos antes." Y esa mañana de verano, antepenúltimo día a nuestra vuelta, llegamos a uno de los "puertos" de lagos turquesas y cascadas colonizadoras más bonitos que hayamos visto antes.

Salimos de Zagreb para pasar el día en el Parque Nacional de Plitvice y sabíamos que era algo digno de ver; pero conforme va acabando un viaje tienes casi cerrado el cuadro del país en tu cabeza (agua cristalina, lavanda, casas de tejas anaranjadas...) y no esperas añadir más colores al mismo; sin embargo, el viaje siempre sorprende con nuevos puertos. 
El parque tiene unas 19 hectáreas pero la parte más conocida es la de los lagos, donde unas pasarelas de madera bordean y cruzan los mismos para poder visitarlos. El desfile de colores con los que se engalana el agua cristalina es increíble, entre la escala de azules y verdes cualquier color intermedio está aquí; pero se encuentra dependiendo desde dónde se mire el agua, o de a qué hora del día, de la profundidad... 

Buscando los colores que transmitan fielmente la imagen, uno se encuentra asociando varios a la vez (azul verdoso, azul amarillento, incluso azul-morado...); descubriendo que en una escala cromática, los colores que rodean al azul son exactamente los que servían de referencia. Pero la naturaleza se guarda un nuevo giro al asunto, porque conforme nos acercábamos a los lagos, el color se difuminaba y borraba para dejar ver de forma casi transparente, los peces que habitan en sus aguas, las ramas, las hojas caídas hace ya meses...



Decidimos hacer la caminata larga; disponíamos de tiempo y ganas para aprovechar el día. Durante unas siete horas pudimos comprobar también los movimientos de las aguas, que cuando está calmada y tranquila se apretuja en un lago, cuando necesita movimiento se hace riachuelo y cuando busca más libertad se hace cascada para que algunas de sus gotas puedan volar por unos momentos convertidas en el rocío que escapa con el viento.

Atardeció mientras buscábamos saciarnos con los ojos de los colores que nos rodeaban antes de que la luz que los pinta se escondiese. El tiempo se nos había pasado rápido; nos metimos en el coche y condujimos hasta Rastoke (de camino a Zagreb) donde cenamos en un restaurante rodeado por canales de agua.


lunes, 18 de agosto de 2014

El susurro del mar (Hvar-Pag-Zadar)

Nuestro último destino dálmata, fue la isla de Hvar. Esta isla, ha ido pasando de mano en mano: griegos, romanos, bizantinos, venecianos... que han habitado la isla que más horas recibe de sol en todo el país. Esta peculiar etiqueta no podía hacer menos que convertirla en uno de los nuevos destinos de la clase alta.

La marea, o más bien, la cabezonería del barco de no dejarse llevar por las olas, si no ser el amo de su destino, nos dejó en el sur; en ciudad de Hvar. 


Recorrimos las calles de la "ciudad", subimos al fuerte para disfrutar de las vistas aéreas y nos tomamos un respiro comiendo en la Plaza de San Esteban, con la catedral pidiendo protagonismo.

Antes de abandonar la isla no podía faltar un baño y escogimos una cala muy concurrida por sus vistas privilegiadas, al lado del monasterio Franciscano. Mientras el agua nos susurraba que nos dejásemos llevar y descansáramos, el catamarán de Jadrolinja hacía su aparición ahuyentando a las sirenas.

Las primeras millas del catamarán fueron moviditas y zarandearon el barco, avisándonos de lo que nos esperaba en tierra. Lo que viene a continuación no es apto para cardíacos, así que por favor, si usted tiene enfermedad que afecte al corazón, evite leer el párrafo siguiente.

El bus que tenemos que coger sale a las 17:45. Son las 17:05 y el barco acaba de amarrarse a tierra firme.   Son las 17:10 y conseguimos dejar atrás el barco. Hay que volver a la casa en que nos hemos alojado, coger mochilas, volver y comprar los billetes para Zadar. Si perdemos el bus, el siguiente es a las 19:00 y es demasiado tarde. Son las 17:20 aún vamos a mitad camino, parece que lo mejor es correr. Son las 17:27 hemos llegado al portal y subido las escaleras. Son las 17:31 hemos cogido mochilas, escrito la nota agradeciendo la amabilidad, cogido agua fresca de la nevera, cerrado la puerta y bajado escaleras. Estamos en la calle corriendo. 17:40 ya casi hemos llegado, sólo queda un último esfuerzo, no podemos perder el bus. 17:42 hemos llegado, estamos en la taquilla, pedimos tickets. "No bus at 17:45" dice el maldito micro, que nos separa de la taquilla. Una ola de agua fría se estampa en nuestra cara, "Next bus at 19:00" nuestros cuerpos se han fusionado con el mar y oleadas de sudor recorren nuestra piel. Nos dejamos llevar por la marea, no hay otra, descansamos, y cogemos ya secos el bus de las 19:00.

La tormenta ha pasado, y ahora llega la calma.
Bero nos recoge en Zadar. Ha estado esperándonos en el coche. Realmente esta familia se gana el cielo con nosotros. Llegamos a Pag sobre las 23:00, cenamos y a dormir. Al día siguiente comienza la vida isleña con Bero, Noa, Robin y Nina, la hermana de Bero.


Pag es una isla árida con poca vegetación. Los vientos que la azotan le quitan a sus tierras las ganas de vestirse de verde, y quedan desnudas en los lugares más expuestos.

El primer día pasamos la mañana en la playa hasta que el cielo se molestó con el mar al vernos disfrutar de su tranquilidad, y decidió que si alguien nos mojaba sería la lluvia. Fue una lluvia pasajera, como una rabieta, pero nos dejó una imagen espectacular: Una nube hacía el esfuerzo de convertirse en un tornado que se aproximaba a nosotros. Toda la playa quedó en vilo, pero el esfuerzo de la nube quedó en eso, un esfuerzo. Por la tarde pudimos presenciar la enorme devoción de los croatas. Era el día de la Asunción y la familia al completo fuimos a misa. Como si de la boda del rey se tratara, un mar de gente rodeaba la iglesia, que ya no podía acoger a más gente en su interior. Así que tuvimos que escuchar la misa desde uno de los laterales, con vistas a la conquista de la noche a la tarde. Después de cenar, fuimos a Zrće beach, un intento de Ibiza croata que quiere competir con Miami e Ibiza. Estar en una isla e irse de fiesta, sobre todo si la isla es conocida por su fiesta, es algo comprensible. Irse con Bero, nuestro padre croata apenas unos años mayor que nosotros, tampoco es nada fuera de lo normal; que Noa, el hijo mayor de 11 años se venga, ya deja de estar fuera de nuestros límites de normalidad, pero que entremos en dos discotecas y no le digan nada, ya supera los muros culturales que conforman nuestra visión del mundo.

La segunda mañana en la isla, cambió de escenario pero no de guión. Fuimos a una playa al noroeste de la isla y al rato, se puso a llover. Por la tarde nos dirigimos al sur para visitar Nin, una ciudad amurallada, con vistas al mar. Pero antes fuimos a Queen's beach a disfrutar de la puesta de sol, arropados por el mar, en un escenario inmejorable de cara a tierra firme, que se alzaba imponente con sus montañas, como diciendo "aquí estoy yo".

El último día el cielo se portó y aprovechamos toda la mañana en una playa preciosa, una cala escondida, aunque no por ello poco frecuentada, rodeada de montañas y alguna isla rocosa que sacaba la cabeza del agua para no ahogarse. Nos despedimos de Noa, Robin y Nina, que se quedaban en Pag, y fuimos de vuelta a Zagreb, desviándonos un poco, para disfrutar de Zadar.

Esta ciudad, cómo no, asomada al mar y amurallada, sufrió las heridas de la guerra, que aunque no se aprecian, le hicieron perder importancia como ciudad dentro del país. A pesar de ello, es una ciudad preciosa, con calles adoquinadas y dos pequeños tesoros: Una amplia plaza rodeada de iglesias de diferentes épocas y  un paseo junto al mar, bastante peculiar. Si alguna persona se ha planteado alguna vez cómo canta el mar, en Zadar encontrará la respuesta. Alguien decidió construir aquí un órgano marino, que es tocado por las olas del mar cuando se estrellan contra tierra firme.

La música que produce es hipnótica y todavía más al atardecer, cuando el sol se alía con la marea para crear un concierto mágico, donde la improvisación de la naturaleza escribe la partitura. Un grupo de gente quería formar parte activa del concierto e improvisaban junto al mar, con movimientos que pretendían seguir la marea de las notas. Sin embargo parecía que el mar se lo pasaba bien, descoordinándolos y haciendoles quedar como gente en trance bajo los efectos de alguna droga, de origen natural, por supuesto. Dejamos atrás el concierto y nos zambullimos en la noche, para dirigirnos a la capital, echando ya de menos, el sonido del mar.

jueves, 14 de agosto de 2014

Los pájaros Dálmatas (Split-Brač-Trogir-Šibenik)

Los pájaros dálmatas (o de Dalmacia) lo ven todo como el turista: desde arriba; desde lo alto del campanario de Trogir o desde el  de Split; cuando se cansan y buscan hacer un viaje sólo tienen que preparar las alas y volar hacia cualquiera de las islas que se esparcen por la costa croata. Y es que Croacia se mira desde arriba, con la perspectiva de la historia y reconociendo los colores de la bandera en su paisaje: el rojo de los tejados cuando se pone el sol, el blanco de sus casas de piedra traida de Brač y el azul de su costa. Y los pájaros croatas, al menos los de esta zona, son del Hayduk (el equipo de Split), como la familia Paic.


El paso por Zagreb después de Istria fue breve, y aprovechando que Bero tenía un viaje de trabajo a Split, se ofreció a llevarnos. Allí contactó con Mariana, una amiga de la facultad de Breza, nuestra madre croata, que se ofreció a dejarnos su casa durante cuatro días para poder viajar por la zona sin tener que depender de encontrar albergue. Y allí estábamos, en Dalmacia, la parte sur de Croacia, con casa y un abanico de destinos a elegir; el vuelo comenzaba de nuevo y la tarde la dedicamos a callejear por Split.

Nos adentramos en el Palacio de Diocleciano y nos dejamos llevar a la época romana donde empezó la ciudad. Desde la plaza central, con el campanario enfrente, el tiempo se para y deja saborearse, como el viento cuando hace calor y aparece. 



Al día siguiente, un ferry nos dejaba en la isla de Brač. En Bol, una de las ciudades, está quizás la playa más famosa de Croacia, por su bosque de pinos seguido de una lengua de piedras pequeñas que se adentran en el Adriático: Zlatni Rat.

El mar Adriático tiene algo idílico que es en parte lo que atrae a tanto turista: su agua es tan cristalina y transparente, que las diferentes profundidades la colorean de un azul verdoso de paraíso. Tras el descanso de emperadores, el ferry nos devolvió a Split.



La mañana siguiente fue un bus el que nos transportó hasta el primer destino, Trogir; una pequeña y bonita ciudad de influencia veneciana (como tantas otras por este país), protegida por la Unesco; pero como he dicho, la ciudad es muy pequeña y en menos de una hora la habíamos visto entera; así que siguiendo el "Don´t waste your time or time will waste you" de Muse, decidimos montarnos en un nuevo bus que nos llevase a Šibenik (un poco más al norte), con tan buena suerte que encima ¡no nos cobró el viaje! Así que la catedral de Santiago se nos descubrió tras la comida con sus 71 caras esculpidas que la decoran; unas inmejorables vistas desde el fuerte de Santa Ana, a vista de pájaro, nos han dado la despedida esta tarde.

Y ya que hemos acabado desde lo alto, espero que se me permita una última reflexión sobre los pájaros y sobre su vuelo; algo que descubrí en el viaje hacia Split, (pues los viajes largos permiten hablar, preguntar y escuchar a la gente del país) y es que los pájaros dálmatas, como los croatas, aún tienen en la piel,
o en las plumas, según se mire, las manchas de la guerra, aunque sigan blancos y tratando de volar alto, pues esas manchas no se van tan fácilmente.

lunes, 11 de agosto de 2014

Istria, mare di tartufi (Zagreb-Región de Istria)

El Viernes comenzamos nuestro breve road trip por la región de Istria, al Oeste de Croacia. La primera parada fue Opatija, una de las primeras Benidorm croatas para los aristócratas del pasado. Aún se respira su glamour vacacional y su paseo a orillas del mar está bordeado por hoteles que coleccionan estrellas.
A pesar de que ya iba siendo hora de comer, decidimos salivar un poco más para comer algo más tradicional que lo que nos podía deparar Opatija. 

Dimos la espalda a la costa por ese día y nos dirigimos hacia el interior. La carretera se fue estrechando y retorciendo como si estuvieramos recorriendo el lomo de una lombriz, hasta llegar a Hum. Se supone que es uno de los pueblos más pequeños del mundo. Y digo se supone, porque es un título con trampa. El pueblo es muy pequeño, sí, 28 habitantes; pero la trampa está en llamarlo "pueblo" en lugar de aldea. Sólo por este título, se ha convertido en un destino turístico internacional. Nosotros, claro está, no podíamos faltar a la cita. 

Apaciguamos nuestro apetito con unos deliciosos platos. Entre ellos, macarrones con aceite y trufas. De trufas iba a ir la cosa en este zambullido a Istria. La trufa es uno de los componentes típicos en los platos de esta parte de  Croacia, su precio no se acerca ni mucho menos al de España; por ello, sin ser del todo conscientes, condimentamos a partir de entonces todas nuestras comidas excepto una, con tan exquisíto ingrediente.  Recorrer Hum no nos ayudó a bajar la comida puesto que en un momento ya estaba recorrido; sin quitar mérito a la belleza que esconde lo pequeño. Para hacer la digestión, nos dirigimos a Pazin: una ciudad o pueblo, a estas alturas me confundo, cuyo atractivo es un cañón que ha creado el rio que por allí pasa. Visitamos sus adentros, en una excursioncilla, antes de reposar en el magnífico hostal de carretera que habíamos reservado con las nuevas tecnologías. Como si de un cameo se tratara, un cartel de la Route 66, ondeaba a la entrada.

Al día siguiente, conforme nuestro coche se deslizaba por Istria, amaneció en el horizonte el pueblo de Motovun. Un pueblo amurallado que se alza en lo alto de una colina. Una vez arriba, desayunamos disfrutando de las vistas excepcionales que ofrece la altura. Recorrimos Motovun y nos quedamos con las ganas de ver la iglesia por culpa de madrugar. Dios había decidido no seguir el refrán.

Dejando Motovun, volvimos a dirigirnos a la costa. Poreč nos esperaba con sus calles romanas y su estupenda basílica de los años bizantinos.  Por si nos faltaba imaginación para recrear escenas cotidianas en la basílica, una pareja estaba celebrando su boda. Como el convite no era muy numeroso, los turistas nos solidarizamos agolpándonos a la puerta para poder visitar la basílica de cerca, participando así en tan importante evento.

La ciudad de Rovinj nos dió de comer y lo hizo muy bien. Disfrutamos de unas cigalas, unos mejillones con pan rallado y ajo, y un pulpo al tomate espectacular. 

El casco antiguo de la ciudad se asoma al mar y sus casas se agolpan intentando llegar a primera fila como si de groupies se tratase; esto confiere un aire de tranquilidad a la turística Rovinj, pues las calles son tan estrechas que le regalan la calma del pueblo. Recorriendo el casco antiguo, por algunas calles se asomaba el Adriático, escupiendo bohemia a todo aquel que se parase delante de estas pequeñas y asombrosas puertas al mar.  
Siguiendo la costa, acabamos en Pula. Todavía era pronto para confinarnos en un hotel, así que fuimos a dar un paseo nocturno. Preguntando a una croata por una calle, adquirimos sin comerlo ni beberlo una guía que nos dió un pequeño aperitivo de Pula.

Pula también tiene un pasado romano, del cual hereda su enorme anfiteatro, que parece más un circo romano. Ya sin guía, deambulamos por las calles del centro y acabamos en la catedral, asistiendo a un concierto gratuito de música clásica. ¡Y de nuevo el italiano!

Rebobinemos un momento. Algo sorprendente en Istria es la influencia romana y no me refiero al pasado, si no al presente. Los romanos conquistaron Istria y los romanos reinan en el presente. El Italiano parece ser la lengua oficial, la música italiana su banda sonora, y las pizzas y la pasta su plato principal. 
Volviendo al presente, allí estábamos sentados en la última fila, escuchando el discurso de la directora, en inglés y luego en italiano. Quizás se olvidó del croata; quizás el emperador lo había abolido a conciencia. Empastados de tanto italiano nos fuimos a cenar. Cenamos patatas fritas y ćevapčići , una especie de kebab croata. Para hacer más jugosas las patatas, pedimos salsa de trufa y acabamos empachados.

El último día no podía faltar un chapuzón en el Adriático, así que fuimos al punto más sur de Istria que forma parte de un Parque Natural, para hacerlo en condiciones. Refrescados por el agua, nos dejamos engatusar por la curiosidad y fuimos a la iglesia de Vodnjan, más al norte de la península, para admirar los cuerpos imperecederos de varios santos; momias sin vendajes expuestas al público por un módico precio. Esta iglesia, después de Roma, es la iglesia con más reliquias del mundo: huesos, dedos, pies y por supuesto, cuerpos enteros. Se exhiben detrás del altar y se accede tras una cortina a un cuarto con poca luz (No apto para estómagos pequeños).

Persiguiendo nuestro último destino fuimos a Labin; otro pueblecito que se empeña en escalar a la cima de una colina para asentarse en lo alto. Nuestra última comida fue en una terraza asomada al borde de la colina con unas vistas magníficas. Y cómo no, comimos pasta con salsa de trufas. 


Nos llegamos a plantear si existía la intoxicación de este producto, pero nos la trufó. Al igual que la mayoría de pueblos que habíamos visitado, las casas de Labin se apretujaban para no caerse montaña abajo, creando las calles estrechas tan típicas de la región. De vuelta a Zagreb, una superluna llena orgullosa de sí misma, se disfrazó de sol e iluminó el camino de vuelta.    

viernes, 8 de agosto de 2014

Abroad, sweet abroad (Valencia-Zagreb)

Zagreb relaja, tiene la rutina del hogar y de la acogida, la esencia del día a día que carece de aventuras pero es cálida y reconfortante. Todas las ciudades guardan diferentes caras para cada uno, según experiencias. Probablemente Zagreb sea una ciudad que ofrece noche y fiesta para el turista joven, pero para nosotros, desde hace unos ocho años es la ciudad de encuentro con nuestra familia croata (que ha crecido en este tiempo, de cuatro a seis miembros: Breza, Bero, Noa, Robin, Iskra e Istok); uno de esos "cien motivos que valen la pena".


El primer día fue la llegada por la noche, después de un largo viaje con escalas en Barcelona (con bus) y en Frankfurt (con avión). Llegamos a Croacia sin planes cerrados de viaje, esperando poner en común calendarios con Breza y Bero; así que tras el reencuentro y la recogida en el aeropuerto por parte de Bero y los dos mayores (Noa y Robin), y tras cantar en su coche como hace años "Smak svita", de TBF, escuchamos algunas de las propuestas de Bero para estas semanas.

Al día siguiente pasamos el día con ellos y conocimos a nuestros nuevos "hermanos croatas": al pequeño Istok (que significa "Este") y a la princesa de la casa Iskra (que significa "Chispa"); tras la vuelta del parque, perfilamos un poco más "la hoja de ruta": Al día siguiente visitaríamos Zagreb y el fin de semana nos prestarían el coche de Breza para viajar a la zona de Istria. 

Así que el tercer día fue el momento de ponerse al día en historia y cultura croata; volvimos a pasear por las calles de la Ciudad Alta, donde empezó la ciudad. Zagreb fue en un principio la unión de otras dos comunidades (Kaptol y Gradec). Kaptol estaba en una colina y era gobernada por el obispado y Gradec estaba en otra colina y era una monarquía. Estas dos poblaciones tenían una gran rivalidad que en ocasiones desembocó en violencia. Sólo se aunaban tres veces al año por motivos comerciales, para celebrar las ferias (porque eran de interés económico para las dos); y precisamente por un interés común, surgió la ciudad de Zagreb: Toda la región estaba ocupada por los otomanos excepto dos pequeñas poblaciones de irreductibles galos, perdón, croatas, Kaptol y Gradec, que decidieron hacerse más fuertes tragándose sus propios rencores para no pasar a formar parte del gran Imperio. Del recuerdo de esta época destaca la Catedral de Kaptol y sus murallas; también merece la pena disfrutar de la Iglesia de San Marcos, guardada del sol y la lluvia por un puzzle gigante cuyas piezas de teja coloridas forman los escudos de Croacia, Dalmacia y Eslavonia. 


Acabamos el día, pasando la tarde de charreta con Breza y Bero que nos dieron clases de política histórica sobre sus visiones del conflicto yugoslavo. ¡Quién diga que viajando no se aprende es porque nunca lo ha hecho!