domingo, 29 de julio de 2018

Silencio místico (Yazd)

Una luz tenue ilumina los sinuosos callejones del casco antiguo de Yazd mientras Hamed, el gerente del hostal, nos guía hasta su restaurante favorito. Las casas, todas de barro seco, nos transportan a fantasías orientales en que una alfombra mágica bien podría aparecer sobrevolando a las mujeres con chador que se deslizan como sombras para recogerse en sus casas.

La temperatura ahora es de un calor leve, exhalado por las calles; como aquel que se percibe cuando uno va a entrar en una piscina cubierta, solo que este es seco. Yazd, ciudad que ha sobrevivido al sofocante desierto, lo ha hecho gracias a dos motivos: sus badgirs y sus qanats. Los primeros son las llamadas “torres de viento”, que funcionan como “atrapa-corrientes”; los segundos son canales subterráneos que abastecían de agua a la ciudad. Colonizando unos por arriba y canalizando los otros por bajo, han mantenido Yazd en condiciones que posibilitaron su supervivencia.

Nos encontramos frente a una versión estilizada de Kashan, que sobre la terraza del restaurante se exhibe tranquila y coqueta, para disfrutar del plato estrella de la casa (berenjenas) a lomos de la ciudad.

Del primer día destacaremos tres lugares:

El primero, la Masjed-e Jameh, con sus dos minaretes de 48 metros elevándose para hacer sombra a los badgirs que la rodean, y con un portal de entrada que recuerda vagamente a la Mezquita del Imán de Isfahán.

El segundo es un antiguo depósito de agua reconvertido en zurkhaneh o gimnasio, donde actualmente se entrena al ritmo de un tambor, utilizando una especie de bolos  y cascabeles que alcanzan los 80kg. Ya es curioso en sí el ritual, pero lo es más observar cómo unos a otros se retan a dar el mayor número de vueltas sobre sí mismos, cual derviches, sin acabar en el suelo.

Por último, en el complejo de la Mezquita Amir Chakhmaq se puede disfrutar del atardecer rodeado de iraníes haciéndose selfies junto a las flores, o sentados contemplando el baile de los chorros de agua de la fuente. El calor cede y la gente se lanza a las calles.

Y ahora llega el cambio de planes. Queremos visitar los Kaluts al día siguiente, pero todo parece precipitado y en el aire, así que decidimos alargar un día en Yazd. A menudo las mejores decisiones se acaban tomando por sí solas, y aunque no lo supiésemos, la ciudad aún esperaba ser descubierta.

Día extra: La mañana la reservamos para vagar por las estrechas calles del casco antiguo; y en esas estábamos cuando vimos a un hombre escayolado tratando de entrar a saltos en su casa; nos ofrecimos a echarle una mano, y el hombre agradecido, con la mano en el corazón nos pidió que pasásemos a beber algo. 

Primero una Coca-Cola, luego una bebida con semillas doradas y bolas negras gelatinosas y por último un té. A todo esto, ni una palabra de inglés. O mejor dicho, sólo dos, pronunciadas sonriendo como disculpa: “no English”.

La familia empieza a llegar. Primero la madre, luego dos vecinos y por último su hermano. Por suerte, la comunicación no se reduce únicamente al lenguaje; y entre las sonrisas, los gestos, alusiones al fútbol y los elogios a Irán, en lo básico nos entendimos a la perfección: dos grupos de personas buscando puntos de encuentro. Nos quiso invitar a comer y a dormir; invitación que tuvimos que rechazar cortésmente, tras hacernos un selfie con él y una foto con la familia al completo.

Fuimos a ver atardecer sin muchas expectativas a la Torre del Silencio, el antiguo cementerio zoroastra. Llegamos con el tiempo justo, pues habíamos tenido que pasar previamente a comprar los billetes de avión para volar de Kerman a Teherán dos días después. Al entrar en el recinto aparecieron dos torres, cada una en lo alto de una montaña, ya doradas por los últimos rayos de sol. El lugar destilaba algo místico, transcendental. Allí donde se juntan la vida y la muerte, lo inefable se hace poderoso.

Mientras subíamos una de ellas, el guía nos explicaba el ritual de entierro: primero se aseguraban de que el cuerpo estuviese completamente muerto; luego lo transportaban hasta lo alto de la montaña y por último esperaban a que los buitres los dejasen en los huesos. Después, silencio, y un montón de restos apilados en el centro de la torre que hoy siguen bajo piedras. 


Nos despedimos de Yazd como lo conocimos, con una luz tenue y un silencio cargado de significados.

2 comentarios:

  1. Bueno chicos q deciros? Super bonito todo, menos el relato de entierro...umm ese algo fuerte aunque desde luego curioso. Besos.

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