miércoles, 1 de agosto de 2018

Soplando las velas (Kaluts-Tabriz-Kandovan-Tehran-Valencia)

Ali esperaba, móvil en mano, buscando entre la gente a dos gemelos; tenía una foto de uno de ellos que le había enviado el gerente del hostel de Yazd. No parecía preocuparle no tener ni idea de inglés. La sonrisa es el idioma universal; confiaba en su sonrisa. Como si de un libro de “Dónde está Wally” se tratara, se puso a buscar entre las caras de los viajeros que descendían del bus. Por fin dio con los “dogolu“ (gemelos).

Nos presentamos a Ali, que nos llevó en su coche perfumado de gasolina hasta el mismísimo desierto de Lut; el lugar más cálido del planeta, que registra temperaturas de unos 70ºC. El olor provenía del maletero donde tenía una reserva de combustible por si la moscas, pues donde nos dirigíamos no había gasolineras; el olor lo impregnaba todo y el calor lo potenciaba. Ahogarse en ese olor inflamable con la que caía, no era muy tranquilizador.



Llegamos al atardecer a los Kaluts, una zona famosa por sus formaciones rocosas que sobresalen como castillos en la arena conquistando el desierto. Subimos a uno de ellos obteniendo unas vistas magníficas. Nos encontrábamos a unos 48º pero el viento que soplaba apiadándose de todos los espectadores, hacía soportable la estancia. La botella de agua no aguantó el tipo y se hizo imbebible en poco tiempo. Tras el espectáculo volvimos al coche con Ali que nos esperaba con su eterna sonrisa y un “OK?”. Cenamos en el hostel y nos acostamos pronto, pues al día siguiente a las 4:00 debíamos estar en pie.




Madrugadores, nos levantamos para adelantarnos al sol y darle los buenos días. A continuación hicimos algunas paradas más por el desierto; sobre las 11:00, ya desayunados, nos dirigíamos al aeropuerto rumbo a Tehran, para coger allí un bus nocturno a Tabriz.



El eco del conductor nos despertó a las 6:30 “Tabriz, Tabriz, Tabriz”. Tambaleándonos bajamos del bus, cogimos mochilas y fuimos en busca de hostel. Dicen que “al que madruga Dios le ayuda”, y nosotros tuvimos la suerte de ir a parar a uno de los mejores hostels de la ciudad, regentado por un hombre mayor que era la personificación de la hospitalidad iraní. A pesar de haberle despertado, se levantó sin rechistar con una sonrisa, un “Welcome” y sin tener reserva hecha, nos dio habitación y el desayuno de ese día incluido.



El primer día en Tabriz paseamos y visitamos la Blue Mosque, una mezquita del año 1465 que envejeció de golpe debido a un terremoto que la dejó en harapos. Su ancianidad y fragilidad le confieren un aura especial.




Por la tarde visitamos la ciudad de Kandovan, muy similar a Göreme, ciudad de Capadocia en la que sus habitanes viven en casas excavadas en la roca al estilo troglodita. Disfrutamos de la bajada de temperaturas y de una lluvia tímida pero refrescante cuyas gotas nos preguntaban orgullosas si acaso no era mejor este tiempo que el de los Kaluts.


Al día siguiente visitamos el bazar, cuya historia se remonta a la Ruta de la Seda; Marco Polo escribió sobre este, allá por el siglo XIII. Nos dejamos perder, embriagados de colores y variedad de productos. Alucinando cómo el bazar cubierto más grande del mundo escondía lo impensable en una ejemplar convivencia: patas de vaca, diferentes tipos de azúcar, matamoscas, melones amarillos, detergentes, frutos secos, juguetes, joyas, y por supuesto alfombras; alfombras clásicas más rudas o más refinadas, pero también alfombras de seda enmarcadas como cuadros.

En el bazar conocimos a un hombre de ojos azules intensos que trabajaba en la oficina de turismo. Nos guió por las laberínticas calles para decirnos dónde comer. Se sentó con nosotros y nos dijo que le encantaba su trabajo porque podía conocer a gente de diferentes culturas. Hizo una diferencia importante que a veces olvidamos: la distinción entre los gobiernos de los países y las personas; que los gobiernos no se lleven bien entre ellos, no hace a sus ciudadanos más peligrosos como a veces parecemos pensar. Las personas de los diferentes países somos tan diferentes a simple vista, como similares en el fondo.

El último día madrugamos para coger un bus a Tehran y dirigirnos al aeropuerto de vuelta a casa. El bus y el avión nos harían recorrer de vuelta los paisajes de Irán. Un país que los medios han maltratado y nos han vendido como desértico y peligroso. No negaremos que al sobrevolarlo, el color amarillo-árido predomina, pero al observar más de cerca, surge una explosión de color que inunda sus mezquitas, sus bazares y sus gentes, cuyo único interés es hacer que el turista vuelva a casa pudiendo contar historias y aventuras, durante mil y una noches. Recordamos los infinitos “Welcome to Iran” de la gente, los favores sin esperar nada a cambio, las conversaciones unilaterales en farsi a las que respondíamos con una sonrisa... y con la mano en el corazón y ladeando la cabeza contestamos a esos recuerdos: “Mamnun” (Gracias)

Epílogo

Soplamos las velas rumbo a casa, y al mismo tiempo soplamos las de la tarta celebrando nuestra entrada número 100 mientras resuenan viejas canciones. Hace 14 años nos picó el gusanillo del viaje cuando nos embarcábamos rumbo a Perú. Desde ese día siempre empezamos el curso con “agujetas en las alas” (I. Serrano);  y “desde entonces su cabeza solo quiere alzar el vuelo” (Extremoduro).


Hemos aprendido la lengua universal de la sonrisa, conciliadora allá donde vayas; hemos aprendido a no dejarnos engañar tan fácilmente, pero también a desconfiar de los estereotipos y miedos que surgen al salir de la zona de confort; de la inexistencia de una verdad única, sabedores de que la cultura constriñe nuestra realidad. “Aprendimos a mirar con la duda entre los dedos y a tientas. Descubrimos que al final las palabras que no existen nos pueden salvar, sin hablar.” (Vetusta Morla). 

Desde  hace siete años intentamos relataros lo mejor que sabemos y podemos, lo vivido y lo aprendido. Siete años y “quedan tantos viajes, tanto por recorrer soñando...” (La Sonrisa de Julia). 

Gracias a los que nos habéis acompañado desde el principio, a los que os habéis ido añadiendo al viaje, a los que soportáis nuestros spams y a los que simplemente nos acompañáis en la monotonía del magnífico viaje del día a día. 

Suena una música pegadiza y la guitarra eléctrica de Carlos Sadness, se anima versionando a los Zombies apoyando nuestra búsqueda interminable. Seguiremos buscando a Wally muy atentos a través de las miradas de la gente, de los choques culturales, de los paisajes insondables y de nuestra imaginación. 


Cruzando amplios mares, escalando altas montañas, descendiendo a los glaciares. A través de desiertos, las junglas y los bosques, quizá te encuentre alguna vez. Y yo te buscaré en Groenlandia, en Perú en el Tíbet, en Japón, en la Isla de Pascua; y yo te buscaré en las selvas de Borneo en los cráteres de Marte, en los anillos de Saturno.” 



domingo, 29 de julio de 2018

Silencio místico (Yazd)

Una luz tenue ilumina los sinuosos callejones del casco antiguo de Yazd mientras Hamed, el gerente del hostal, nos guía hasta su restaurante favorito. Las casas, todas de barro seco, nos transportan a fantasías orientales en que una alfombra mágica bien podría aparecer sobrevolando a las mujeres con chador que se deslizan como sombras para recogerse en sus casas.

La temperatura ahora es de un calor leve, exhalado por las calles; como aquel que se percibe cuando uno va a entrar en una piscina cubierta, solo que este es seco. Yazd, ciudad que ha sobrevivido al sofocante desierto, lo ha hecho gracias a dos motivos: sus badgirs y sus qanats. Los primeros son las llamadas “torres de viento”, que funcionan como “atrapa-corrientes”; los segundos son canales subterráneos que abastecían de agua a la ciudad. Colonizando unos por arriba y canalizando los otros por bajo, han mantenido Yazd en condiciones que posibilitaron su supervivencia.

Nos encontramos frente a una versión estilizada de Kashan, que sobre la terraza del restaurante se exhibe tranquila y coqueta, para disfrutar del plato estrella de la casa (berenjenas) a lomos de la ciudad.

Del primer día destacaremos tres lugares:

El primero, la Masjed-e Jameh, con sus dos minaretes de 48 metros elevándose para hacer sombra a los badgirs que la rodean, y con un portal de entrada que recuerda vagamente a la Mezquita del Imán de Isfahán.

El segundo es un antiguo depósito de agua reconvertido en zurkhaneh o gimnasio, donde actualmente se entrena al ritmo de un tambor, utilizando una especie de bolos  y cascabeles que alcanzan los 80kg. Ya es curioso en sí el ritual, pero lo es más observar cómo unos a otros se retan a dar el mayor número de vueltas sobre sí mismos, cual derviches, sin acabar en el suelo.

Por último, en el complejo de la Mezquita Amir Chakhmaq se puede disfrutar del atardecer rodeado de iraníes haciéndose selfies junto a las flores, o sentados contemplando el baile de los chorros de agua de la fuente. El calor cede y la gente se lanza a las calles.

Y ahora llega el cambio de planes. Queremos visitar los Kaluts al día siguiente, pero todo parece precipitado y en el aire, así que decidimos alargar un día en Yazd. A menudo las mejores decisiones se acaban tomando por sí solas, y aunque no lo supiésemos, la ciudad aún esperaba ser descubierta.

Día extra: La mañana la reservamos para vagar por las estrechas calles del casco antiguo; y en esas estábamos cuando vimos a un hombre escayolado tratando de entrar a saltos en su casa; nos ofrecimos a echarle una mano, y el hombre agradecido, con la mano en el corazón nos pidió que pasásemos a beber algo. 

Primero una Coca-Cola, luego una bebida con semillas doradas y bolas negras gelatinosas y por último un té. A todo esto, ni una palabra de inglés. O mejor dicho, sólo dos, pronunciadas sonriendo como disculpa: “no English”.

La familia empieza a llegar. Primero la madre, luego dos vecinos y por último su hermano. Por suerte, la comunicación no se reduce únicamente al lenguaje; y entre las sonrisas, los gestos, alusiones al fútbol y los elogios a Irán, en lo básico nos entendimos a la perfección: dos grupos de personas buscando puntos de encuentro. Nos quiso invitar a comer y a dormir; invitación que tuvimos que rechazar cortésmente, tras hacernos un selfie con él y una foto con la familia al completo.

Fuimos a ver atardecer sin muchas expectativas a la Torre del Silencio, el antiguo cementerio zoroastra. Llegamos con el tiempo justo, pues habíamos tenido que pasar previamente a comprar los billetes de avión para volar de Kerman a Teherán dos días después. Al entrar en el recinto aparecieron dos torres, cada una en lo alto de una montaña, ya doradas por los últimos rayos de sol. El lugar destilaba algo místico, transcendental. Allí donde se juntan la vida y la muerte, lo inefable se hace poderoso.

Mientras subíamos una de ellas, el guía nos explicaba el ritual de entierro: primero se aseguraban de que el cuerpo estuviese completamente muerto; luego lo transportaban hasta lo alto de la montaña y por último esperaban a que los buitres los dejasen en los huesos. Después, silencio, y un montón de restos apilados en el centro de la torre que hoy siguen bajo piedras. 


Nos despedimos de Yazd como lo conocimos, con una luz tenue y un silencio cargado de significados.

jueves, 26 de julio de 2018

Sonrisas en la mochila (Shiraz)

Llegamos a Shiraz de noche, con la ciudad iluminada por las cúpulas de las mezquitas. Un mensaje de Amir nos daba la bienvenida a la ciudad de los poetas, de la literatura y del vino. A Amir ya lo conocéis, es uno de los curiosos con los que intercambiamos móviles en el metro desde el aeropuerto a Tehran.

Encontrar el hostel no fue complicado; conciliar el sueño lo fue un poco más; para darnos las buenas noches, nuestra compañera suiza de habitación se relajó al apagar la luz y sin ningún tipo de remordimiento dejó escapar una estruendosa flatulencia que inundó la habitación y nos dejó con la boca abierta. No contenta con ello, más adelante llegó a despertarnos en medio de la noche en más de una ocasión.

Por la mañana, con el miedo en el cuerpo por el surrealismo de la noche anterior, salimos del hostel para descubrir la ciudad; nos cruzamos con un grupo de tres españoles de los que volveremos a hablar más tarde. Pero ahora hay que espabilar para aprovechar las horas de menos sol.

Nuestra primera visita a la antigua capital del país durante el siglo XVIII, fue a la Arg-e Karim Khan, antigua fortaleza que se impone ahora en medio de la ciudad. Volveremos también más tarde a ella, que el sol avanza sonriente.
La siguiente parada será el Hammam-e Vakil aunque no por mucho tiempo, sólo el suficiente para trasladarse al pasado de la mano de las figuras de cera que lo habitan y muestran a los turistas cómo funcionaba en tiempos mejores.

La parada más interesante por ahora, es la Holy Shrine. A este complejo con dos mausoleos, hay que acceder acompañado por unos guías ataviados de bandas estilo Miss America, tituladas “International Affairs”. Estos dos mausoleos contienen los cuerpos de familiares del imán Ali Reza (los chiítas creen que existen 12 imanes, que son los encargados de continuar con la labor de Mahoma). En este enorme complejo, el sol que ya nos juzga desde arriba, pero no es capaz de borrar el mar de colores que inunda los miles de azulejos que celebran la vida de estos familiares sagrados. La llamada a la oración del mediodía nos acompaña toda la visita.

Buceamos un poco por el bazar para hacer tiempo antes de quedar con Amir. Durante la comida, nos ayudó a coprender la historia mundial como una partida de ajedrez entre dos potencias: USA y Rusia; en la que  cada ficha es un país que ellos mueven a voluntad. Irán juega de blanco desplazada por Rusia, de ahí que USA apoyara la guerra de Irak o que sin ir más lejos, Trump se desahogue ahora haciéndole un jaque.

¿Recordáis los españoles que nos cruzamos anteriormente? Atentos, porque ahora cobran importancia: tras descansar libres de la suiza, saliendo para ir a cenar, nos encontramos con los españoles. Nos preguntaron si éramos gemelos y la conversación fluyó. Os presentamos a Eduardo, Josué y Marcos, un trío de españoles que viajan juntos, aunque la batuta de la convesación la lleva Eduardo. Es de esa clase de personas con las que las palabras arrastran al tiempo y lo aceleran sin que te des cuenta. De esas, con las que podrías hablar durante horas y horas sin mirar el reloj.

La noche se acercaba, y temblorosos volvimos a la habitación. Esta vez nuestra compañera bombardeó sin piedad la estancia con el agravante de que no era un acto de sonámbula como pensábamos, sino de una persona totalmente consciente que leía en la oscuridad sin inmutarse. Aguantar la risa fue tarea difícil ante tal situación. La intensidad de las flatulencias bien podría haber creado un terremoto... Desde luego si una sola suiza puede hacer lo que hizo, entendemos que el país no necesite estar militarizado.

Madrugamos para visitar la Masjed-e Nasir-al-Molk o también conocida como la Pink Mosque. Esta mezquita vestida de azulejos rosas es la más fotografiada de la ciudad gracias a que posee cristaleras que filtran el sol y lo pintan de colores dibujando las paredes.
Este efecto es más impresionante en invierno, cuando el sol se asoma de frente en lugar de espiando desde el lateral como lo hace en verano.
La sala de oración estaba repleta; no por creyentes sino por turistas ansiando tomar un baño de color para inmortalizarlo en las fotografías.

Tras el desayuno, nos pusimos el gorro de Indiana Jones y fuimos a Persépolis para leer la historia en los restos de piedras que antaño fueron la gloria de la civilización persa allá por el año 500 A.C. Pasear por los restos  imaginando cómo sería todo hace 2500 años ayudaba a olvidar el calor. La puerta de Jerjes daba la bienvenida transportándonos al pasado.

La visita la completamos con la Naqsh-e Rostan, una necrópolis que guarda cavados en la montaña e inalcanzables, las tumbas de Darío I y II, así como Artajerjes y Jerjes I. Disfrutando de lo que parecía el plató de “La última cruzada”, vimos cómo una hiena paseaba a escasos 100 metros. Toda una experiencia.

Cerramos la noche visitando la tumba del poeta Hafez, rodeada de música y gente acompañando al escritor en su silencio eterno. Al pasar por la fortaleza, nos costó reconocerla. La gente se había echado a las calles plantando cara a la luna, cantando, paseando a caballo o disfrutando del simple y maravilloso acto de conversar.

Pasamos buena noche, ya que la suiza se había ido, y dormimos acunados por el silencio. Al día siguiente nos despedimos de Shiraz y como no podía ser de otra manera, soltamos la cola del tiempo al juntarnos con Eduardo; hablamos de Irán y de los viajes y disfrutamos como niños de su creatividad y sus historias inventadas que bien podrían ganar un Óscar de manos de Almodóvar. Nos despedimos agradecidos del destino por juntarnos. Y ya en la estación de buses, vimos un mensaje suyo:

“Los pequeños grandes momentos de la vida son aquellos que se lanzan desde las huellas de un pie detrás del otro. El cansancio del camino perfumado de las más inquietas ansias de llenarse de vida de aquellos con quien decidimos cruzarnos durante cada viaje. El instante en que uno sabe que la sonrisa del encontrado se quedará ya en su mochila de viajero, la sensación de la línea mágica que te mantiene al mismo lado del encontrado”.

¡El placer es nuestro compañero, buen viento!

martes, 24 de julio de 2018

La joya más hermosa (Isfahán)

Isfahan, antigua capital de los selyúcidas y los safávidas, joya policromática y seguramente una de las ciudades iraníes más memorables; dejemos las presentaciones de lado... no hay mejor manera de conocer una ciudad que pasear por sus calles, así que: Welcome to Isfahan!

Descansados del viaje y dispuestos a dejarnos sorprender por el brillo de la tercera ciudad más importante del país, decidimos mimetizarnos con los lugareños utilizando un Snapp para bajar al centro y empezar ruta. Para economizar gastos y evitar a los taxistas (raza aparte, como ya explicamos), los nacionales utilizan una aplicación similar a Uber; marcan el trayecto y escogen al conductor que más cerca esté, siendo el precio final la mitad de lo que sería sin la app.

Pudimos empezar disfrutando de la privilegiada soledad turística que reinaba en la madraza Chahar Bagh. Las alfombradas fachadas de azulejos añiles, verdes y amarillos nos seguirían durante todo el día por la ciudad. 

De camino al Palacio Hasht Behesht, localizado en medio de un parque donde presenciamos cómo los jubilados y jóvenes juegan al ajedrez y descansan a la sombra de los bancos, nos para un hombre para hablar. A lo Expediente X, mirando para los lados y sin perder la sonrisa, nos pregunta si estamos grabando la conversación; baja la voz y señalando con los ojos a una persona que se sienta en un banco cercano, susurra a modo conspiratorio: “Ese nos está observando.” La conversación salta del gobierno, a la historia persa, al cine iraní, al vino y a las fiestas que se celebran de forma clandestina. Todo un personaje que nos retiene durante un rato agradable mientras da una clase de opinión pública.


En el Palacio Hasht Behesht, donde podemos hacernos a la idea de su antigua suntuosidad admirando los frescos que sobreviven al paso del tiempo, nos dejamos maravillar por los techos tipo estalactita; y seguidamente, sin dejar de lado la fastuosidad, visitamos el Kakh-e Chehel Sotun, donde el salón del trono recibe al visitante haciendo alarde de las pinturas originales que conserva en sus paredes y techos, escondidos tras una terraza de 20 columnas.


El calor aprieta y estamos en la hora de la oración preceptiva islámica chií (son tres: al amanecer, al mediodía y al atardecer), por lo que las mezquitas están ahora cerradas al público. Así que, cuando aparece la plaza Naqsh-e Jahan ante nuestros ojos, nos refugiamos del sol a la sombra de la Masjed-e Shah a espera de que reabra sus puertas. Esta plaza, auténtico tesoro de Isfahan, reúne, como nos explicó Mehdi (al que aún no hemos presentado), los cuatro pilares: económico (representado por el bazar), científico (por la Masjed-e Sheikh Lotfollah, pues según nos contó, sus proporciones encierran enigmas matemáticos), religioso (Masjed-e Shah) y político (representado por el Palacio Ali-Qapu, que precisamente por ser el poder que debe dominar a los demás es el único edificio de los cuatro que se construyó sobresaliendo).

Parece que ya podemos entrar en la Mezquita del Sah; esquivamos a unos cuantos mercaderes que nos invitan a sus tiendas de alfombras o camisetas y un pasillo que gira 45 grados nos lleva hasta el patio interior (ingenio del constructor para conseguir compatibilizar que la puerta de entrada dé a la plaza por el norte, al mismo tiempo que en su interior la sala de oraciones esté orientada hacia la Meca, al suroeste, sin renunciar a la proporción entre sus cuatro iwanes), donde un despliegue de azulejos coloridos principalmente en amarillos y azules decoran profusamente cualquier mínimo rincón. Es imposible fijar la mirada en uno solo de los detalles, pues la abundancia de los mismos obliga a la vista, empachada de maravillas, a no acabar de posarse en ningún sitio en concreto y volar cual nervioso colibrí para saciarse de tanta belleza.

Embriagados, continuamos por el Palacio Ali-Qapu, que engañoso y discreto, parece más insulso a la entrada; pero al llegar al tercer piso, la puerta se abre a una terraza, con espectaculares vistas a la plaza, bajo un techo completamente pintado y con unas paredes en tonos que combinan azul pastel, salmón y filigranas doradas. 

Pero, conservando su discreción, guarda su tesoro estrella en el último piso: la sala de música, donde un desparrame de imaginación para mejorar la acústica hizo de los techos un nido de huecos en forma de jarrones e instrumentos, sin renunciar a la exquisitez de los pequeños detalles en la decoración. 

Dándonos cuenta de que la fascinación nos había atrapado en el tiempo y debíamos darnos prisa si queríamos visitar la Masjed-e Sheikh Lotfollah antes de que cerrase, dirigimos nuestros pasos al edificio que se encaja justo enfrente del palacio. 

La sensación descrita en la Masjed-e Sha se repite aquí a menor escala al tratarse de una única sala de oración que exhibe, eso sí, una combinación de  mosaicos tan recargados de colores como la anterior mezquita, pero en una sala más oscura, pensada para que la luz juegue a cambiar los tonos de la cámara con su reflejo, según la hora del día.

Al salir, teníamos dos opciones: acabar de ver lo que nos quedaba o hacer tiempo a que atardeciese para ver el ambiente de la plaza cuando la gente se acerca a disfrutar de la bajada de temperaturas. 

Sentados en un banco, mientras valorábamos el siguiente paso, la ciudad decidió por nosotros. Estar quieto es dejarse sorprender por el encuentro. Primero vinieron tres niños afganos con los que estuvimos conversando. Luego, con el sol ya anaranjándose apareció Mehdi. 

Mehdi nos invitó a pasear y nos llevó a rincones menos turísticos de la plaza, desde donde finalmente vimos atardecer. Junto con un estudiante de psicología que se unió al paseo, estuvimos intercambiando inquietudes y dudas sobre nuestras culturas hasta las nueve de la noche, cuando Mehdi se ofreció a pedirnos un Snapp.  La intención era buena, pero un pequeño fallo técnico impedía llevarla a cabo: se había quedado sin batería. Su empeño en ayudarnos hizo que preguntase a varias personas si tenían Snapp y la reiterada negativa le llevó a pensar que quizás sus compatriotas creían que estaba intentando timarnos. Efectivamente; en el momento en que la pregunta la hicimos nosotros, encontramos ayuda. 

Nos despedimos de Mehdi y a pesar de que el conductor no hablaba nada de inglés, la conversación fluyó con gestos, onomatopeyas y algún que otro sí seguido de una sonrisa tras no haber entendido el mensaje. No importa; a veces lo más esencial es la conexión. El hombre se arrancó a cantar a gritos un “Españaaaa” eterno a modo gitaneo iraní, con sus florituras persas incluidas conforme llegábamos a nuestro destino. La sorpresa llegó cuando nos dijo que no debíamos pagarle.— Y hagamos un inciso aquí para entender la situación: existe una fórmula de cortesía cultural llamada ta’arof  por la que en algunos casos la persona se negará a recibir dinero esperando que se le insista. Las tres primeras negativas son parte del ritual; la cuarta será la que desvele si la supuesta gratuidad era real o una cuestión de mantener las formas.— Así que preguntamos: “¿ta’arof?” Y él se rio diciendo “no ta’arof” y enseñándonos el móvil, dando a entender que la carrera estaba pagada por la mujer que nos había llamado al Snapp. No sin razones, Irán es conocido como el país más hospitalario del mundo.

Al día siguiente, antes de salir rumbo a Shiraz, paseamos por los antiguos puentes del ya seco río, el barrio armenio y el bazar. Puede parecer impostado decir que la mayor experiencia de un país es conocer a su gente, pero es que es totalmente cierto. A pesar de su ostentoso tesoro histórico y cultural, la joya más preciada y hermosa de este país son los iraníes.


viernes, 20 de julio de 2018

Un tesoro escondido a la sombra del sol (Kashan)

La canción de AC/DC nos dejaba a la entrada de Kashan, donde un taxista aseguraba que nos llevaba al hostel por 10.000 (¡ojo! para evitar confusiones siempre hay que averiguar si el precio está en tomanes o riales. Los tomanes multiplican el precio por 10; por lo que 10.000 tomanes son 100.000 riales).

Acordamos, al subir, 10.000 riales, pero durante el trayecto señaló dos billetes de 50.000 dando a entender que el precio a pagar eran 100.000 riales. Viendo que no aceptábamos argumentó que éramos dos por lo que pagábamos 50.000 cada uno. En la puerta del hostal, enfadado, se negaba a coger el dinero y tuvimos que insistir hasta que aceptó el billete, lo lanzó con desprecio al asiento del copiloto y arrancó chirriando ruedas. En el hostel nos confirmaron que 50.000 es el precio normal. La Lonely ya nos había avisado de la existencia de dos clases de personas en el país: están los iraníes y luego los taxistas iraníes. La calma de Mustafa, el gerente del hostel, fue como una ráfaga de aire acondicionado que aumentó cuando nos dijo que al no quedar camas libres en dormitorios compartidos, nos cobraría la habitación privada al precio de los primeros.

Lo que quedaba de tarde la aprovechamos para dar una pequeña vuelta. El sol nos había abandonado, pero parecía que hubiese dejado arropado a Kashan antes de irse a dormir; sus laberínticas y estrechas calles de paredes hechas de adobe y paja, junto con su escasa iluminación, también parecían invitarnos a descansar, así que aceptamos la invitación y volvimos sobre nuestros pasos.

La cercanía al desierto Maranjab se siente en el ambiente y en el color marrón que viste la ciudad. Kashan es literalmente una joya escondida, ya que está repleta de casas históricas cuya carácterística común es que se construían hacia abajo para protegerse del calor. Por ello, a simple vista desde la calle, puede parecer que no tengan mucho de especial o que no tengan diferentes alturas, pues los muros esconden el tesoro bajo tierra, a la sombra del sol. 

Visitamos tres de las casas históricas y en la primera nos sentimos verdaderamente en el desierto; tanto por las altas temperaturas como por hallarnos prácticamente solos visitando este auténtico palacio. Bajar a los pisos más profundos era como darse un chapuzón de agua fría. Los persas sabían lo que hacían...

Huyendo del sol imponente y buscando aliviarnos, visitamos el antiguo hammam, que a pesar de no tener agua, refrescaba nuestros cuerpos con sus colores azules y verdes, junto a la imaginación que producen los espejismos. Desde la terraza, en cambio, el sol calentaba sin piedad, pero unas buenas vistas de la ciudad hacían soportable el castigo.

Andar por la calle en Irán es como transportarse a la escena de Disney en que Bella pasea por el pueblo y todo el mundo la saluda amablemente. Hay lugareños que simplemente te paran preguntando por tu nacionalidad para decir con una sonrisa de oreja a oreja: “Welcome to Iran”, mientras se ponen la mano en el corazón en señal de agradecimiento.

Tras la comida hicimos un tour con  una italiana, guiados por Mahdi, para visitar los alrededores. Empezamos por la ciudad subterránea de Nushabad, supuestamente la más grande del mundo (lo cual no podemos asegurar que sea cierto ya que cada país que visitamos tiene lo más grande, o lo más largo, o lo más pequeño), que servía para refugiarse de posibles emboscadas o intentos de conquista. 

La visita continuó por un castillo que parecía abandonado y que podríamos haber conquistado sin utilizar más armas que la firme decisión de quedarnos allí a vivir. A continuación, fuimos a la mezquita Holy Shrine que nos dejó con la boca abierta con su entrada llena de tumbas que conmemoran a los mártires de la guerra contra Irak y su patio interior donde predominan los verdes y azules que contrastan con la cercanía al desierto; en ella se alzan dos imponentes minaretes y una enorme cúpula coronada por una bandera verde. El interior también es digno de admiración, con 14 bóvedas cada cual diferente.

De camino al desierto, Mahdi nos habló de la diferencia entre persas y árabes (ya habíamos leído que no les hace ninguna gracia que los consideren árabes), de la guerra con Irak, y nos enseñó un poco de farsi. En definitiva, mientras el coche avanzaba derrapando por las arenas desérticas y amenazando con dejarnos tirados, nosotros nos empapábamos de cultura persa.

Llegamos al desierto con el sol ya languideciendo, lo cuál agradecimos ya que aunque estuviese en las últimas, se hacía de notar calentándonos la piel y achinándonos los ojos. Subimos a las dunas para admirar el paisaje y nos despedimos del día en un lago de sal que hay en medio del Maranjab.

Con la noche ya sobre nosotros, volvíamos hacia Kashan cuando el coche nos dejó tirados en medio del desierto con las ruedas hundidas en la arena y negándose a continuar. Afortunadamente en el desierto también hay ángeles guardianes y apareció un 4x4 que nos sacó del apuro con la amabilidad característica iraní.

Hicimos una parada en medio del camino en un caravasar (para que nos entendamos, antiguas posadas persas); allí disfrutamos de un té con agua de rosas antes de volver.

Al día siguiente deambulamos por el bazar, perdiéndonos por sus calles para despedirnos de Kashan. ¡Qué suerte que el manto de las sombras y la profundidad de la tierra escondan esta joya del sol abrasador y sigan manteniéndola tan auténtica!



miércoles, 18 de julio de 2018

Back in black? (Valencia-Teherán)

Suenan los primeros acordes del himno de AC/DC en nuestras cabezas conforme el avión se acerca a Teherán (Tan; ta-ra-rán; ta-ra-rán). Mientras la guitarra eléctrica realiza su solo, aparece una planicie inmensa, desértica, que contrasta con la cordillera de montañas que acabamos de pasar. (Tan; ta-ra-rán; ta-ra-rán) El avión se tambalea juguetón, rockero, al ritmo de la música (Cha-nan, cha-nan, cha-nan, cha-nan) zona de turbulencias, please fasten your seatbelts. Y mientras se repite la intro, algún pasajero se arranca con un grito incontenible como dispuesto a cantar las primeras letras. El avión logra aterrizar indemne, vitoreado —me encantan esos aplausos espontáneos, cada vez más escasos, de pasión colectiva o germanor “pasajera” (en sus dos acepciones)— mientras desde cabina nos informan que ya estamos en Teherán y que las normas de decoro requieren el velo para las mujeres. En un visto y no visto, las melenas femeninas que acompañaban la canción se han cubierto discretas. Welcome to Iran, será la frase más repetida los siguientes días.

Los primeros curiosos se nos acercan en el metro. Vienen del mundial y están deseosos de hablar y compartir; intercambiamos números de teléfonos y nos dan la bienvenida a su país. Llegamos al hostel muertos del cansancio acumulado del viaje (pues hemos hecho escalas en Frankfurt y Viena), así que decidimos madrugar al día siguiente y descansar lo que nos queda de este.

Teherán nos recibe con un caluroso y seco abrazo por la mañana. Los azulejos del portal de Bagh-e Meli, pero sobre todo los del Palacio Golestán sacan pecho y nos ponen la miel en los labios de lo que está por venir: auténticos cuadros multicolores adornan las fachadas, las puertas, las paredes... llenando de vida el tórrido ambiente. 

Yendo al Gran Bazar descubrimos dónde se escondían los locales: huyendo de las altas temperaturas se resguardan cual hormigas en movimiento frenético bajo la ciudad comercial. Mientras miramos para todos lados, hemos de ir esquivando a portadores de alfombras, chavales con carretillas utilizadas a modo de patinete y carretas escoltadas por delante y por detrás para evitar que vuelquen su carga. El hormiguero del bazar es laberíntico y es fácil perderse por sus calles interiores siendo forastero. 

Acabamos el día disfrutando del AC (esta vez el aire acondicionado) en el Tesoro de las Joyas Nacionales que recargó nuestro espíritu aplatanado y exhausto, aún no acostumbrado a la temperatura nacional. 

Pero la verdadera joya entre los lugares de interés de la capital, o la que más nos ha impactado, es la Torre Azadi. Sus pilares-tentáculos que se enraízan en la plaza y sus curvas exóticas bien merecen la visita. Uno se siente como bajo una medusa de tierra, o un ficus de hormigón, que protege momentáneamente, acariciando con su sombra y con la brisa que acoge bajo su vientre.

Sonaba Back in Black al principio, cuando planeaba el prejuicio de encontrarnos con una ciudad inundada del negro chador, y sin embargo, no es el color que predomina. El velo de las iraníes es mayoritariamente colorido y descansa sobre pelos tintados y caras maquilladas. Mujeres valientes y creativas que desafían las tradiciones, o más bien las adaptan a la modernidad. 

Back, eso sí, a cruzar la carretera a lo kamikaze, a hacer un curso intensivo de cambio de divisas, de reconocimiento de billetes, de historia y cultura resumidas y de nivel básico de farsi pre-A1. Back a un viaje mano a mano que se había hecho de rogar (El solo de guitarra que finaliza la canción, atenuado, suena mientras el autobús arranca hacia nuestro próximo destino: Kashan).