sábado, 11 de abril de 2015

Las raíces de Senegal (Dakar)

El kapok tree o fromager es un árbol majestuoso, un dinosaurio de la naturaleza; no sólo por su longevidad, sino por las figuras que forman sus raíces, gruesas y alargadas; cuando uno las observa, no puede evitar sino recordar aquel momento en Jurassic Park en que el brontosaurio se levantaba a dos patas para alimentarse de las hojas de la copa. Las raíces del fromager dibujan complicados y laberínticos caminos hacia un mismo tronco central; Senegal es como estos árboles, con sus múltiples etnias que forman en conjunto una cultura nacional mixta y rica.

El penúltimo día de nuestro viaje nos permitió estrenarnos en algunos de los típicos medios de transporte que nos faltaba: el clando (un taxi no oficial que hace un pequeño recorrido ya fijado), el car rapid (un minibus decorado sobre todo de amarillo y azul que nos dejó asombrados al comprobar cómo puede albergar a más de 20 pasajeros), y el bus. La variada combinación de transportes nos llevó hasta el Lago Rosa.

El Lago Rosa, famoso por ser la antigua meta del Rally Paris-Dakar, alberga unas cianobacterias que, dada la salinidad del mismo, visten de rojo o rosa al lago (según los rayos del sol) en los días de viento principalmente. La razón de que sea los días de viento es que al evaporarse mayor cantidad de agua, crece la salinidad del mismo y por tanto, su color característico que embellece el paisaje de dunas que lo rodean separándolo del mar.

El viento además consigue que con su efecto y el de las pocas olas se forme en la orilla una espuma saladísima que crea un mayor contraste de colores aún si cabe. Debido a la cantidad de sal diluida, el lago da trabajo a muchas personas que se acercan a recoger toneladas de ella.


A las 21h habíamos quedado con Famaga para invitarle a cenar, como agradecimiento por su ayuda. Apareció puntual pues pretendía coger (y lo hizo) un sept place de vuelta a Ziguinchor a la una de la mañana. En la cena no faltaron las invitaciones a crear proyectos de los que sacar beneficios; ya fuera una ONG, o invertir en construcción en Senegal o servir de managers de un equipo de fútbol senegalés consiguiendo el patrocinio de equipos españoles. Famaga ve oportunidades por todas partes, y las ve clarísimas, lo que nos recordó a una cita del libro "Océano África", de Xavier Aldekoa: 

"[...] no es sólo que en África la concepción del tiempo sea diferente al reloj estricto de Europa, es también una cuestión de actitud. A diferencia del Viejo Continente, donde el optimismo se basa en la lógica o la razón -porque hay motivos para serlo- el optimismo africano nace del deseo. Por eso a veces es un optimismo kamikaze, que pacta compromisos improbables o mantiene esperanzas imposibles."

Con la promesa de mantener el contacto, deseándonos buen viaje y dándonos las gracias, nos despedimos, después de que Famaga negociase por nosotros con el taxi-man del día siguiente: Matar, un contacto de Almu y Rodero.

Matar se convirtió al día siguiente en nuestro taxista y guía particular y estuvo con nosotros el día completo por Dakar hasta que nos dejó en el aeropuerto. La visita empezó en el Mercado Tilène, la Gran Mezquita, el Palacio Presidencial, la estación de trenes (que ya no cumple sus funciones) y la Catedral. Todos, edificios destacables, sobre todo la estación, pero nada que ver con el viaje al que nos habíamos acostumbrado. Sin embargo nos llamó la atención los cuatro ángeles que presidían la fachada de la catedral.


Eran ángeles negros, como los que nos habían acompañado durante todo el viaje. Nos pareció una idea chula.
Nos quedaba los mercados; el cubierto de Kermel, un mercado de pescado y verduras y el mercado de Sandaga, donde tuvimos que desplegar nuestras habilidades de regateo para hacer unas compras que acababan por dividirse casi por más de tres veces el precio pedido. El regateo tiene que ser un juego y tienes que reírte con ellos; de nada sirve lamentarse de que traten de sacar beneficio de tu condición de turista. Si tienes paciencia y sonríes los precios bajan como la espuma.
Tras los mercados llegó el despilfarro criticado del expresidente Wade, con su Monumento al Renacimiento africano, una estatua de bronce enorme en lo alto de una colina, emulando la Estatua de la Libertad, con una pareja de africanos levantando a su hijo y mirando hacia el infinito del futuro renacimiento. Poco renacimiento puede haber cuando el dinero se gasta en demostraciones como estas, se reía Matar.

Tras la obligada parada para comer nuestro último poulet yassa en un restaurante a orillas del mar, Matar nos lleva a la Village des Artists, unos estudios donde los artistas exponen sus obras. No quería dejarnos desde las 17h en el aeropuerto esperando hasta las 00h, así que nos acompaña a ver la llegada de las piraguas que vuelven de la pesca.

Todo un mercado improvisado nos recibía junto con el olor a pescado fresco y el viento marino. Las piraguas multicoloreadas (como los car rapids), con los colores de la bandera senegalesa básicamente, llegaban de todo un día de trabajo cargadas y eran empujadas por la familia y los amigos orilla adentro para bararlas y sacar el pescado, que luego exhibían mientras le sacaban las escamas o lo limpiaban. Era una hora agradable para pasear por la playa, el ambiente era la despedida de Senegal; gente paseando, niños jugando a fútbol, el canto a la oración, los cernícalos poniéndose las botas con el pescado abandonado que quedaba, los caballos en la playa y las últimas bocanadas de aire de vacaciones por ahora.

Nos despedimos de Matar en el aeropuerto y de la teranga senegalesa.

Los baobabs... En el libro de El Principito eran malas hierbas que destruían su planeta, no entendemos por qué. Los baobabs son árboles curiosos; por su forma, dicen que han sido plantados al revés, con las raíces hacia arriba; su fruto, el pan de mono, es dulce y blanco, como si el algodón de fería se hubiese endurecido alrededor de semillas; pero lo más increíble de todo es que sobrevive a grandes sequías porque guarda reservas de agua. Los baobabs son árboles exóticos para nosotros, por su nombre y su apariencia y son resistentes a las inclemencias circunstanciales que surgen con el tiempo, pues saben encontrar soluciones a los grandes problemas. Así es también África. O al menos, la pequeña parte de ella que conocimos aquí en Senegal.



"Para querer a África no basta con soñarla, hay que caminar sus calles, reírse con su gente, escuchar sus alegrías o tristezas, sentirse ridículo por no entender nada y volver a sorprenderse para comprender. Cualquiera que ansíe conocer un territorio tan vasto y diverso debe recorrerlo con los ojos abiertos y cerrarlos para volver a empezar. [...] El movimiento es parte del aprendizaje." (Océano África-Xavier Aldekoa)

A todos esos ángeles negros que han hecho posible que nuestro viaje haya ido esbozando cada uno de sus pasos, y a todos los que nos han enseñado, djeredjef (gracias)

viernes, 10 de abril de 2015

On est ensemble (Djembering-Ziguinchor-Dakar)

El día amanecía en Djembering como un domingo con resaca, eran las 9 de la mañana y la plaza del pueblo, presidida por su enorme "Fromager" tenía a un par de personas y  música reggae a modo de after party. 

Nos despedimos de Gaston que se iba a trabajar, y tras darle las gracias nos respondió con una expresión típica wolof "Nio Far", "On est ensemble", "Estamos juntos", que significa "de nada". 
El "sept place" nos llevaba a Ziguinchor y se sucedían paisajes que ya habíamos recorrido: la cabra que gobernaba desde lo alto del termitero y que parecía no haberse querido mover de ahí en unos días, bicicletas, motos, baobabs...

Fue fácil llegar a Ziguinchor, pero el impertinente (o bendito, según se mire) destino quiso que no quedasen billetes de vuelta a Dakar en barco, por lo que nos tocaba volver en "sept place". Aprovechamos el día para descansar y darnos una vuelta por Ziguinchor. La tranquilidad del día parecía prevenir un agitado viaje, y no decepcionó. 

Nos levantamos a las 5:30 de la mañana, ya que según el trabajador del hotel (un fanático del Barça y de Mendieta), los africanos madrugan para viajar por dos razones: Una es aprovechar el fresco de la mañana y la segunda evitar dar explicaciones a la gente que te ve partir, así evitas que te echen un mal de ojo, si hay alguien que te tiene envidia. Sea por lo que fuere, nos adaptamos a las reglas y allí estábamos a las 6 de la mañana en medio de la "gare routière" esperando que nos consiguieran un asiento, dirección Dakar.

Las cosas funcionan así: puedes tener mucha paciencia e incordiar para que te den un asiento, o puedes pagar a un intermediario que se encarga de hacerlo, obviamente, con sus contactos, tarda 10 minutos cuando tú podrías pasarte 1 hora. Mientras esperábamos, se nos acercaron unos niños y nos pidieron que les hiciéramos fotos. Al rato, se acercó un hombre, preguntó si les habíamos pedido permiso, y sacó un carnet donde se leía "Police". Intentamos explicarle que eran los niños los que se habían acercado, pero resultó ser uno de estos policías cabezones que piensan arreglar el mundo a base de golpes en la mesa; nos  obligó a suprimir las fotos. Con una maniobra de despiste conseguimos salvar algunas, él se fue contento, y los niños se quedaron sin el divertimento de verse en la pantalla de la cámara.

A las 7 salíamos de Ziguinchor por fin,  despidiéndonos de nuestro ayudante fan de Mendieta, y agradeciéndoselo a base de CFAs, claro. De nuevo, la frase "On est ensemble" nos despedía de la ciudad.
Y volvían los termiteros, las aldeas que se quedaban rezagadas, edificios colonizados por completo, como si fuesen enredederas, por el color naranja de la todopoderosa Orange, vacas invadiendo la carretera,  árboles impasibles al paso del tiempo...el día comenzaba y la gente despertaba poco a poco. Algunas mujeres barrían los caminos de tierra que daban la bienvenida a sus casas y el coche ni se giraba a saludar. El Peugeot 505 del año de la picor, se concentraba en evitar los troncos en medio del camino, que anunciaban control policial o simplemente tenían la misión de ralentizar el paso de los coches por los pueblos. En el 505, la mayoría intentábamos conciliar el sueño manteniendo el cuello en equilibrio al ritmo de los baches, imitando a los singulares juguetes que adornan los salpicaderos de algunos vehículos.

La primera parada fue en la frontera con Gambia. Nada más pasar la frontera notamos el cambio: un motorista con casco, letreros en inglés, policías uniformados de azul y una carretera claramente mejorada; pero dicen que no es oro todo lo que reluce y en breves sabríamos por qué. Bajamos para el control de pasaportes (en principio la visa de tránsito cuesta 1000 CFAs por persona), y los policías sonrientes nos pedían 5000 CFAs a cada uno, ya que según ellos la primera vez que te ponen el sello es más caro. Nosotros no teníamos tanto dinero, y argumentábamos que no era normal. Después de un rato insistiendo y pensando que no pasaríamos la frontera, aceptaron los 5000, con cara de "ya podéis darnos las gracias" y la sonrisa del estafador.

El coche dió su opinión cuando subimos "No es normal, se han pasado, es injusto". Todos estaban indignados, hermanándose con nosotros. Seguimos adelante hasta que la policía nos paró; de nuevo querían cobrarnos de más, no sabemos muy bien por qué. Nuestros compañeros saltaron indignados y al final nos libramos de pagar. De camino, maldecían a la policía de Gambia y su corrupción.


Segunda parada, el paso del río: El coche se para y vemos una cola interminable de vehículos de toda clase. El chófer apaga el coche, cosa que no se hace aquí ni para poner gasolina, por lo que podréis imaginar el alcance de la espera. Para hacer tiempo nos vamos con uno de nuestros compañeros de viaje "Famaga", un hombre de unos 35 años que nos adopta e invita a comer (sabía que ibamos pelados por culpa de la frontera) para hacer tiempo. Comemos "canne à boeuf" en un bar rodeado de paredes de chapa. El "canne à boeuf" es, básicamente, la carne de las salchichas con un salteado de cebollas, acompañado de mayonesa y pimienta. De vuelta compra agua para todos.


El coche no se había movido ni un puesto. Al ver la situación, a la paciencia le empezaron a fallar las piernas. Pasamos a otro bar, este más rústico si cabe y allí nos volvió a invitar a "canne à boeuf", a bolsas de agua (así es como se comercializa aquí además de embotellada, le haces un agujerito a la bolsa y bebes), tortilla y un café con leche. A nuestra espera se unió una de nuestras compañera de viaje y la hija de otros del grupo. La niña tendría 2 añitos y estaba para comérsela. El calor apretaba fuerte, tanto que derretía los minutos del reloj, que al gotear lentos e incesantes, despertaban la impaciencia. Así que nos tumbamos donde pudimos y nos echamos una siesta. Famaga decía que en dos horas habríamos pasado el río "Inch'Allah".

Llevábamos 5 horas y la cosa avanzaba poco, ya que muchos coches se colaban pagando a la policía, por lo que se estaba haciendo interminable. Un hombre aprovechaba para pintar las llantas y dejarlas relucientes, algunos se echaban la siesta bajo los camiones. Famaga ponía música en el coche y la teranga (hospitalidad en wolof) de nuestros compañeros de viaje nos permitía ser optimistas y ganarle el combate a la desesperación.

Un chico con el que habiamos hablado, criticaba la corrupción en su país y se lamentaba de que las cosas no fueran como en Europa, cuando su coche se coló por delante de todos saludando a la policía. Hay gente que pone precio a sus principios demasiado rápido...
Eran las 18:30 cuando finalmente subimos al ferry para cruzar el río. 9 horas después de llegar, conseguíamos dejarlo atrás.

El siguiente problema era pasar la frontera de nuevo. No sólo por si nos volvían a chantajear sino por si no llegábamos. La frontera cerraba a las 19h y quedaban 5km y 5 minutos para la hora. Todos los coches se pusieron a correr un rally donde no importaba ir por carretera o por arcén. Lo importante era llegar a meta ¡Y lo conseguimos! No sólo en tiempo, sino a nivel económico. Con la excusa de que anteriormente nos habían cobrado 5000 y no teníamos más que 1000 (excusa, que era real por cierto), pudimos pasar sin problemas esta vez. Y al dejar atrás Gambia tuvimos la sensación que volvíamos a la seguridad del hogar.

El día cansado de tanta aventura, empezaba a bostezar, pero antes de ponerse el sol, contempló cómo nuestro chófer cambiaba la rueda.
Con la noche encima, tuvimos que guiarnos por los faros del 505 que se enfrentaba a una carretera tan mala que prefería transitar por secundarias de arena plagadas de baches (o incluso, por el mismo arcén), antes que recorrer esa carretera llena de socavones, que más bien parecían volcanes. A las 22h, dos de nuestros compañeros bajaron y se despidieron. La familia con la pequeña, se iban somnolientos dándonos las gracias y deseándonos suerte. A lo que nosotros respondimos "on est ensemble". En los sept-place cuando una plaza se libra, se repone en seguida y a los 5 minutos recogíamos a dos nuevos viajeros. En el coche parece que todos teníamos la misma sensación: El ambiente ya no era el mismo, los forasteros no podían remplazar a la familia que habíamos dejado atrás. Después de tantas horas juntos, nos habíamos hecho los unos a los otros.

Llegamos a Dakar a las 2:30h, nos despedimos, nos dimos las gracias, on est ensemble.

miércoles, 8 de abril de 2015

Turismo béhong (Élinkine-Karabane-Cap Skirring-Djembering)

El bautizo senegalés ha sido paulatino. Comenzó en Élinkine paseando por las calles del pueblo hasta el partido de fútbol femenino; al día siguiente, esperando el "correo" (una barca que une Élinkine con la isla de Karabane), se nos acercaron Fatuh (una de las futbolistas de ayer) y Siri por pura curiosidad; nos invitaron a unirnos a su plan y nos despidieron con la promesa de tratar de coincidir a la vuelta de la isla.

Llegamos a Karabane casi a la hora de comer, así que dejamos las cosas en el hotel y nos pusimos a buscar restaurante; todo estaba ya cerrado excepto una cabaña donde nos encontramos con unos españoles que habían venido de cooperación al país y nos invitaron a compartir mesa. Uno de ellos era Amaia, que tras once años viniendo a Senegal a aprendido a defenderse en wolof. Lo que hace el idioma... acabamos cantando una canción española versión senegalesa, "¿e tú cómo te llama?", con la dueña del restaurante y sus hijos.

Los españoles tenían que irse pronto para volver a Djembering, donde estaban asentados, y nos invitaron a ir allí al día siguiente en lugar de dormir en Cap Skirring como teníamos planeado. La experiencia nos enseña que viajando no hay mejor plan que el que va surgiendo sobre la marcha, así que aceptamos la oferta.

Hasta ese momento no habíamos entendido cómo hacer turismo en Senegal; aquí no hay monumentos ni rascacielos, pero hay gente que espera compartir y conocer las diferencias y hay árboles que suplen la arquitectura urbana; humanidad y naturaleza, eso es Senegal. Los pasos para hacer turismo son simples: Empieza a pasear por las calles (o caminos de arena) con una sonrisa, observa, ¡no hagas fotos aún!, saluda a la gente que se acerca (los primeros serán niños) "-Bonjour, -Bonjour, os estrecháis la mano, -Kassoumaye?, -Kassoumaye kep! (en diola, ¿qué tal?), intercambio de nombres, y lo demás todo fluye si te sigues haciendo ver; fíate y déjate llevar; alguno seguro que querrá enseñarte su ciudad y compartir su forma de vivir. La clave es dejarse encontrar.

El porqué de evitar las fotos al principio es curioso; algunos creen que luego harás postales con sus rostros; ¡dicen que han visto cómo conocidos suyos eran comercializados sin saberlo!

Así que el bautizo comenzó esa tarde, cuando los niños del restaurante nos hicieron partícipes de un día en sus vidas. Bouba, Souleymane y Abdoulaye ayudan por las tardes en el campo a su madre, sacando agua del pozo y regando el huerto. Se partían viéndonos hacerlo; luego, depende del día, se acercan a un poblado a comprar bolsas de cocos; allí los lugareños nos invitaron a probar el vino de palma y nos explicaron la forma de conseguirlo; cargamos con las bolsas y retomamos camino de vuelta, donde coincidimos con varios de sus amigos que también volvían de ayudar en alguna tarea (cargar con agua potable o con leña); a todos les encantaba verse en la cámara de fotos.

Al día siguiente nos despedimos, tomamos elcorreo de vuelta, un sept-place hasta Oussouye y un minibús hasta Cap Skirring con música africana incorporada gracias a unos altavoces amarrados a los laterales. Lamine nos enganchó a la llegada para que comiésemos en su restaurante, así que dejamos allí las mochilas y paseamos por el Benidorm senegalés (o el que fue hasta este año, pues el miedo al ébola ha espantado a una parte muy importante del turismo, como ellos lamentan).

En seguida se nos unió un hombre que andaba por allí y se dispuso a enseñarnos el mercado de pescado; cómo los salan para que duren hasta la época de lluvias cuando la pesca escasea, cómo abren las caracolas para quedarse con la carne, las rayas y los tiburones salados que envían a Gambia...

Al acabar de comer y tomar con Lamine los tres té a la menta (té reutilizado tres veces en la tetera) y tras su promesa de crear un grupo de música juntos (que bautizó con el nombre Béhong, que significa encuentro), salimos hacia Djembering. Llegamos al campamento donde nos íbamos a quedar pero no nos pareció suficientemente barato para lo que ofrecía, así que le preguntamos al encargado si tenía algo más barato; en seguida nos puso en contacto con su amigo Gastón y allí ocurrió el chapuzón bautismal. 

Gastón, un senegalés de corazón abierto como la mayoría de los que hemos conocido, nos llevó a su casa y decidimos quedarnos allí, como uno más, por fin (salvando las diferencias). Nos enseñó la ciudad; nos presentó a su familia y a sus vecinos; entramos en sus casas y fuimos bien recibidos; nos llevó a la playa, donde unos chavales se entrenaban haciendo combates de lucha senegalesa (el deporte nacional) y llegó el atardecer caminando por las calles de Djembering, mientras Gastón saludaba y sonreía a todo el mundo.


Cenamos con él, su novia y su hermana, todos del mismo plato, al estilo de aquí, y el día acabó en una discoteca donde éramos los únicos blancos bailando al son de la frenética música africana con la que se emborrachaban los jóvenes de la ciudad junto con la ayuda del vino de palma. El bautizo estaba completo; por fin éramos "turistas senegaleses" y habíamos comprendido que aquí el ser mochilero es un turismo de encuentro.


domingo, 5 de abril de 2015

Carreteras fluviales (Ziguinchor-Élinkine-Cachouane-Élinkine)

Con la marea aún meciéndonos, despertamos del letargo deseosos de ver nuestro primer amanecer en África. Salimos a la borda atentos a que asomase el sol por el horizonte, pero el sol descarado, pegó un salto y apareció unos metros por encima de la línea del horizonte, sin previo aviso.

Llegamos a tierra firme a las 10 de la mañana, pero como el tiempo aquí se echa la siesta, tuvimos que esperar una hora y media a desembarcar y recoger las maletas.

Poco nos costó encontrar alojamiento y ese tiempo ganado lo dedicamos a pasear por Ziguinchor. Nada más empezar nuestro paseo conocimos a "Doudou" que se autoproclamó nuestro guía en menos que canta un gallo.

Nos llevó paseando por el mercado de la ciudad, que la verdad, no habríamos visitado sin él. Con su ayuda pudimos ir poniendo nombres y propiedades a los diferentes frutos y productos expuestos, que pedían a gritos cambiar de dueño. De nuevo volvíamos a ser llamados "my friend" (nombre que recibe todo extranjero que visita un mercado) y éramos invitados a "sólo mirar".

Doudou nos coló en la catedral y la Alianza Franco-Senegalesa haciendo uso de sus amistades con los seguridades (pues al ser Día de la Independencia estaban cerrados al público general), pero el sol empezaba a atizar y nuestro estómago blasfemaba pidiendo algo de clemencia, así que volvimos al hotel para disfrutar de un buen plato de pollo yala antes de ir a la Isla de los Pájaros.

La Isla de los Pájaros es pequeña, y está cerca de la ciudad, pero sólo se puede visitar en piragua, que para los turistas, como podréis imaginar, se oferta a un precio "de amigo". Está gobernada por aves de todo tipo: martines pescadores, flamencos, pelícanos, pájaros-serpiente, garzas...

Mientras nuestra piragua se acercaba sin mucho sigilo a la isla, algunos habitantes se engalanaban y posaban para la foto, mientras otros preferían utilizar su tiempo en cazar algo para la cena y otros hacían carreras con nuestra piragua para restregarnos que no podemos alzar el vuelo.

Por la noche habíamos quedado con Doudou para agradecerle a sorbos de cerveza, el tour guiado desinteresado. Llegó justo en el momento en que el dueño del hotel nos ofrecía un tour de dos días a un precio desorbitado que disfrazaba de ganga. Cuando el dueño se fue, llegó la contra-oferta, mucho más jugosa. Ya estábamos a punto de aceptar, cuando llegó el dueño oliéndose el percal y se puso a decirnos que no nos fiásemos de Doudou, que lo acabábamos de conocer. Sin comerlo ni beberlo nos vimos envueltos en una pelea verbal entre ambos, que nos dejó una conclusión: Al día siguiente, nosotros seríamos nuestros guías.

Empezamos la mañana con un buen café y un buen zumo de paciencia,  ya que al ir por nuestra cuenta, nos tocaba ir en un "sept place". Como su nombre indica, el "sept place" es un vehículo de ocho plazas, que puede llevar a siete pasajeros. Pero claro, hasta que no está lleno no se pone en marcha. Con el coche al fin lleno, la primera parada era para repostar, y ¿para qué apagar el motor si es más rápido repostar sin parar? Bien apretados como dos africanos más, hemos visto pasar de largo las calles de Ziguinchor, pueblos con nombres que no sabemos pronunciar, el río  Casamance, vacas y cabras manifestándose en medio de la carretera, termiteros conquistando ambos lados de la misma, nuestra ciudad de destino, pueblos, vacas, más pueblos... y sí, nos hemos pasado de largo la parada, así que improvisamos y cambiamos de destino.

Bajamos en Élinkine, un pequeño pueblo pesquero, y de nuevo la aventura de hacer planes en Senegal. Nuestra idea era visitar Cachouane, un pueblo al otro lado del río pero nos dicen que no es posible si no es en piragua privada. Vamos al embarcadero, esperamos, saludamos a gente y al final, hablamos y negociamos el precio con un barquero. Objetivo conseguido ¿tiempo transcurrido? una hora. Un niño que vuelve de la escuela, el barquero y nosotros, nos lanzamos al río en una lancha que no iba cara al aire. Una visita a la Casamance, se queda insípida si no se surca el río.

Al llegar a Cachouane, comemos como reyes un pescado frito con cebolla y arroz (una de las especialidades del país) y nos damos un paseo por el pueblo y su espectacular playa. Si ayer la isla la gobernaban las aves, esta playa la gobiernan en secreto millares de cangrejos que se escondían al vernos y salían cautelosos cuando nos distanciábamos.

De vuelta a Élinkine y con la tarde muriendo, hemos paseado por las calles y asistido como los únicos blancos del pueblo a un partido femenino en el campo de fútbol, playa local. Había tanta tierra que no se podía considerar sino fútbol playa. Para cerrar la noche,  el muecín de la zona, nos ha deleitado con su falta de oído durante la llamada al rezo y hemos asistido atónitos a sus versos desafinados que más que llamar a la oración, parecían aconsejar a la gente que se encerrase en sus casas.      

Del tiempo estancado (Dakar-Isla de Gorée)

Quién nos diría a nosotros que uno de los mayores choques culturales que íbamos a sufrir es la diferente percepción del tiempo... Senegal enseña a andar, a dejar de correr, a plantearse el viaje de otra manera, donde no cuenta la cantidad de lo visto sino de lo vivido en el día a día. Y es que aquí, como decía, el tiempo tiene su ritmo particular. Nuestro avión llegaba a Dakar a las 00h de aquí (2 horas menos que en la península española) y no entraba en nuestros planes sumar 45 minutos de cola para pasar la aduana, ni llegar al hotel que teníamos reservado y encontrarnos una sonrisa arrepentida que decía en su mejor francés "lo siento, está todo ocupado". En nuestros relojes eran las 4h españolas y ponernos a buscar por las calles senegalesas algún hostal que nos aceptase, no era una opción. Menos mal que la teranga (hospitalidad en wolof) de la que tanto alardean es algo bien merecido y la misma mujer se disculpó y ofreció a encontrarnos alojamiento, además de invitarnos a cenar cuando volviésemos a Dakar.

Al día siguiente las calles nos daban la bienvenida, adoquinadas de tierra como en otros tantos lugares, con azulejos de arena, con taxis destartalados y sin cinturones, con neumáticos reutilizados como juguetes u objetos decorativos de la calle, con el olor reconocido por nuestras fosas a una mezcla de suciedad y sándalo y con una horda de vendedores ambulantes rodeando (y a menudo invadiendo) la carretera.

Esperamos casi una hora para sacar el billete que nos llevará por la tarde a Ziguinchor (capital de Casamance) celebrando el ritual de las sillas. Al llegar, el guardia de seguridad te da un número (como en la carnicería) que determinará el lugar donde te sientes (en cinco filas de seis); cada vez que le toca el turno de ser atendido a uno, el siguiente ocupa su puesto, de manera que cada cierto tiempo todo el mundo cambia de asiento dibujando un movimiento zigzagueante cuando los primeros de esa fila pasan a sentarse en el último asiento de la siguiente. Conseguimos el billete y sacamos el de Gorée. Nueva cola. Las esperas... y todo esto con nuestras mochilas a cuestas. 

Y por fin llegamos a Gorée sobre las 12h, una isla frente a Dakar que mantiene el estilo colonial y la Casa de los Esclavos, pues desde aquí partían los mismos hacia América. Los rojos y ocres desconchados y difuminados pintan las casas al tiempo que las buganvillas las coronan y adornan; la calle principal que lleva al castillo está bordeada de baobabs y de una "exposición" de cuadros, entre los que un cepillo de dientes, una calculadora o un trozo de tenedor sirven para crear figuras o cuerpos o partes del mismo.

La isla es tranquila y "sus gaviotas" son cernícalos que la sobrevuelan incansablemente; en las calles nos encontramos una partida de damas cuyas fichas eran botes diferenciados en la tapa y a un artista que vende baobabs-bonsai que se pone a charlar con nosotros.

Paseamos disfrutando del tiempo ralentizado y visitamos la Casa de los Esclavos que aún grita en eco la fragilidad de la libertad.


Cuando empieza la tarde (a las 17h) ya estamos embarcados para viajar a Ziguinchor, aunque hasta las 20h no salgamos. Las esperas, otra vez... dos televisiones retransmiten el mensaje del presidente Macky, pues mañana 4 de abril se cumplen 55 años del día de la independencia. Para acabar el día, recibimos las normas de seguridad en cuatro idiomas, con tres intérpretes y un modelo plantado con el chaleco salvavidas (que también hace las de intérprete); desde luego hay que admitir que nunca habían sido tan interactivas como hasta hoy, con turno de preguntas incluido.

El barco zarpa rumbo a Casamance donde llegaremos a las 10h del día siguiente... A esperar...