lunes, 24 de julio de 2017

Agujetas en las alas (Valencia-Ámsterdam-Lima)

Sucede que tras trece años del viaje iniciático en que se nos inyectó la sed de viajar y recorrer mundo, un virus programado para que quemen agujetas en las alas (como diría Ismael Serrano) cada cierto tiempo y despierte la morriña de explorar paisajes desconocidos, vuelvo con Violeta tras "los pasos perdidos" al continente del realismo mágico, donde Macondo se hace carne, y en especial al país causante de que este blog crezca cada año y de que unos servidores busquen saciar su necesidad intermitente de emigrar.

Pero antes de llegar al país de los incas, nuestro avión (versión modernizada de las carabelas) hacía una larga escala en Ámsterdam. Dieciocho horas dan para mucho, así que aprovechamos para pasear por el Barrio Rojo mientras las cortinas escondían en horario infantil su mayor reclamo.

Conforme el sol se fue poniendo y empezábamos a ubicarnos entre tanto canal, la marea de turistas comenzó a subir y se hicieron más habituales los golpes en los escaparates de las exhibicionistas, indignadas por quienes hacían caso omiso de los carteles que pedían no tomar fotos.

Las luces de neón inundaban la ciudad bipolar, dando paso a la personalidad nocturna que duerme durante el día, cual Jekyll & Hyde.

Y por no alargar, daremos un salto en el tiempo de 24 horas desde que nos recibió el aeropuerto para acostarnos en los pocos sofás que encontramos sin posamanos (o antiviajeros haciendo escalas nocturnas) hasta el momento en que el avión aterrizó en Lima, pues todo lo demás es carne de olvido (tiempo de espera, de lectura, de paseos, de embarque...). Aunque he de decir, que esos tiempos muertos, inicios descargados de responsabilidades, son los que más se recuerdan durante el curso; sobre todo la voz de la máquina que más despierta el sentimiento de libertad y de tantos principios: "Please proceed to gate number..."

El caso es que todo estaba planificado para que al aterrizar nos llevase un taxi contratado hasta el hostal; sin embargo, nunca salen las cosas como se esperan, y tras pasar el control de inmigración, cuando solo quedaba la recogida de maletas (en el último paso de la burocracia migratoria), la cosa empezó a truncarse: no apareció la mochila, ni había taxi para recibirnos con nuestro nombre a la salida. Llamamos al hostal y nos reconocieron que habían olvidado avisar al conductor... Genial. Salimos del aeropuerto... Los taxistas son al turista lo que los periodistas a los famosos: se avalanchan con una única pregunta: "¿Taxi?" ¡Que empiece el regateo! En el hostal pagábamos 70 soles por la recogida y la negociación in situ empezaba en 135; se cerró en 60. ¡Viva el Perú!

A la mañana siguiente, por fin, visitamos Lima. La primera experiencia no fue un chapuzón en la nueva cultura, sino un "embutirse" para poder entrar en el bus metropolitano que nos llevaba a Lima Centro.

Empezamos paseando por la plaza San Martín, siguiendo por la calle Jirón de la Unión, una peatonal que desemboca en la Plaza de Armas: amplia y con una fuente protegida por policías, que aquí se hacen llamar "serenazgo". La plaza alberga palmeras, unos edificios coloniales de color mostaza, la catedral y el palacio de Gobierno.

Tirando hacia el noreste, a la neblina gris-cenizo que cubre toda la ciudad y esconde la luz del sol, las vistas del Cerro de San Cristóbal le sacaban los colores desde el Parque de las Murallas. Las casitas que se esparcen por las faldas, prácticamente unas encima de otras, maquillan y alegran el paisaje desértico y marrón grisáceo que domina Lima. El efecto difuminado recuerda a los dibujos hechos con tizas de colores sobre el suelo gris de un colegio.

Abrimos el apetito en el Mercado, donde el pescado tenía una pinta buenísima, todos ordenados y frescos; y es que ellos son el ingrediente principal del plato estrella peruano: el ceviche. Y rodeados de tanta comida, nos entraron las ganas de comprobar si la fama de la cocina peruana era la merecida, así que buscamos un restaurante donde comer en la Av. Tacna y nos topamos con uno en el que siendo los únicos extranjeros pudimos dejarnos aconsejar para empezar a deleitarnos con la cocina de aquí.

Por la tarde y ya aprovechando las últimas horas, pues al ser invierno anochece a las 18h, dimos un paseo por Barranco, el barrio bohemio de Lima. Cruzamos el Puente de los Suspiros, lugar predilecto de las jóvenes parejas peruanas para sus encuentros románticos, rodeados de nuevo por el color mostaza-colonial y acabamos el día en el mirador que se abre al océano.

El plan del día siguiente era todo una incógnita, pues queríamos salir hacia Paracas, pero dependíamos de la hora en que llegase el equipaje extraviado. Afortunadamente la mochila llegó a las 8h, cuando ya teníamos todo preparado. Durante estos días, en Perú se celebran las Fiestas Patrias, que aunque realmente son el 28 de julio comienzan la semana previa, así que antes de planificar la mañana, teníamos que comprar los billetes de bus para el siguiente destino. Ya no quedaban buses a Paracas, así que readaptamos la ruta para ir primero a Ica.

Nos despedimos de Lima visitando Miraflores, el barrio rico, buscando al Pichulita de Vargas Llosa por sus calles. La diferencia es tan grande que parece casi una ciudad diferente, más desarrollada pero menos auténtica. Eso sí, las vistas al océano desde el mirador de Larcomar, encima de los acantilados, son solo mejoradas cuando uno se acerca al Parque del Amor, subiendo por la costa.

Una escultura de una pareja de barro en pleno escarceo preside el parque, rodeados de bancos decorados con azulejos de colores a lo Gaudí. Los colores, los versos románticos escritos sobre ellos y la brisa oceánica animaban a quedarse allí más tiempo, pero este apremiaba y tuvimos que buscar el bus que nos llevase a la estación de Soyuz, desde donde saldríamos a Ica, una hora más tarde de lo previsto, pues nos lo habían reservado telefónicamente desde el hostal olvidando informarnos de que además de pagarlo, había que confirmar por Internet.

Pero no hay por qué molestarse. Al fin y al cabo, el tiempo no es tan objetivo como pensamos desde Europa, es una medida más que se adapta según culturas y países. Tomen asiento y sean bienvenidos al Perú. 

4 comentarios:

  1. Estupenda narrativa, para cuando el libro de viajes?.
    Muchos besos y sed felices.

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    1. Primero hay que encontrar al duende. O al menos su zapato. La verdadera novela está ahí... ;) ¡Un abrazo fuerte tíos!

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    1. Buenos recuerdos... ;) supongo que ha cambiado mucho desde tu visita. ¡El otro día justo le contaba el incidente a Violeta! Un abrazo, ¡nos vemos a la vuelta!

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