viernes, 28 de julio de 2017

Los matices de la tierra (Ica-Huacachina-Paracas)

Por la ventana del autobús con rumbo a Ica se avistaba un paisaje desértico de pueblos apartados de la civilización, de casitas apretadas unas con otras y de polvo. La propaganda política se sucedía, pintada en los muros orientados a la carretera. Lo que nos llamó la atención fue la cantidad de pintadas exigiendo la libertad de Fujimori.

Contextualicemos: en las elecciones de 1990 vence a un Vargas Llosa que se postulaba a presidente; dos años después, da un autogolpe de estado; en 2000 se presenta a un tercer mandato (lo cual era inconstitucional) y sigue en el poder sin mayoría; ese mismo año se destapa una trama de corrupción en la que está implicado y huye de Perú, regresando arrestado en 2005 y siendo declarado culpable de violación de derechos humanos en 2009, año en que ingresa en prisión. 

Con todo este edulcorado resumen, sorprende que una parte de la población pida su libertad y que su hija Keiko haya estado a punto de ganar las elecciones de 2016; aunque hablando con nuestro guía en Paracas entendimos todo un poco mejor; pero dejemos la historia por el momento pues el bus ha llegado a Ica.

En el hostal nos enteramos que la carretera por la costa a Arequipa está cerrada, por lo que a la mañana siguiente hemos de replanificar. El GPS recalcula destino y nos envía a Puno, donde llegaríamos dos días después.

El mediodía nos sorprendió en la plaza de Armas regateando precios para la excursión a la Reserva Nacional de Paracas de la siguiente jornada. Por horarios del bus a Puno estábamos limitados a contratar una excursión privada, pues queríamos evitar las islas Ballestas que retrasarían nuestros planes. No pudimos haber tenido más suerte, pues esta decisión permitió que visitásemos Paracas casi en exclusiva mientras los tours grupales se entretenían en las islas.

Pero sigamos en el 21 de julio, donde un taxi nos lleva a Huacachina, un oasis en medio de las dunas. El oasis en sí se presenta con una estética más artificial que natural, pero las dunas que lo rodean son dignas de contemplar.

Comenzamos subiendo por una de ellas con el sol de frente y los pies hundiéndose a cada paso como si estuviésemos haciendo step. Nos llevó media hora llegar a lo alto de la montaña de arena desde donde el desierto nos deleitó con sus sinuosas jorobas de camello. Un mar de dunas se extendía ante nuestros ojos como estáticas olas de arena. Parece mentira pensar que esas curvas doradas tan perfectas sean formadas únicamente por el viento.

Las líneas de su espalda eran acariciadas por la brisa, que a su vez nos cubría silenciosa pero constantemente de fina arena, tomándonos por una parte más de la duna.

Bajamos dando saltos, recogiendo en nuestras botas parte de la arena que nos había sostenido en lo alto, para coger un buggy. Estos automóviles que recuerdan a los de la última película de Mad Max son la principal atracción de las dunas. Los areneros, 4x4 descapotables, desafían a las leyes de la gravedad subiendo casi hasta la cima de las dunas para girar en el último momento 180 grados redirigiéndose hacia la falda de las mismas en una suerte de barco pirata de las ferias. Así que en Huacachina el silencio del desierto es sustituido por los gritos de euforia de los turistas cuando el buggy hace una de sus piruetas.

Acabamos el día viendo atardecer desde lo alto de una de las dunas, después de una sesión light de sandboard, que es como el snowboard pero sobre arena como se puede  deducir.

A las 7:15 del 22 de julio, nos recogió en el hostal Carlos Hernández Hernández, nuestro chófer a Paracas. Como hemos adelantado, fue un acierto ir en tour privado. Entre otras razones, por la oportunidad de poder preguntar por la historia, la política, las costumbres... Así que en el camino hicimos un repaso a la historia política de Perú y comprendimos cúal es el denominador común de los dictadores que encuentran la conformidad del pueblo: el populismo. Acércate a los necesitados, dales seguridad y alimento y conseguirás que te defiendan; será más poderosa la imagen que construyas que lo que chirríen tus actos. Es un matiz importante.

Llegando a Paracas visitamos el Obelisco de la Independencia donde la leyenda cuenta que mientras José de San Martín descansaba en su empresa por liberar al Perú, pasaron unos flamencos volando y allí se fraguaron los colores de la bandera: en el blanco y rojo de los flamencos andinos que venían de Chile. Cerca del centro de interpretación, se reunía una colonia y pudimos observar sus extraños bailes y sus tortuosos cuellos de cisne. La siguiente parada fue visitar las playas rodeadas de escarpados acantilados de la reserva.

Primera parada: junto a la playa Supay, la Catedral; un saliente de roca que tras el terremoto de 2007 perdió la forma que le había dado nombre al verse amputado de la tierra a la que permanecía conectado. Frente a este peñasco, observando las manchas blancas que cubren la roca, Carlos nos habló de la Guerra del Guano, un abono natural que resultó ser 30 veces más potente que el de vaca y el motivo de guerra contra Chile a finales del siglo XIX. Menuda cagada...

Segunda parada: playa Yumaque, que en comparación con las siguientes no consiguió destacar.

Tercera parada: playa Roja. Con un lobo marino varado y rodeado de carroñeros nos recibía una de las playas más espectaculares; no tanto por su ubicación sino por la variedad de colores que visten sus tierras. El color granate oxidado de su orilla contrasta con las olas turquesas que lo bañan y con el ocre sulfuroso que cubre el acantilado que termina en ella. La naturaleza, pese a lo que algunos pensarán, no necesita filtros de Instagram para conseguir presumir de colores saturados. Disfrutar de esta maravilla sin estar rodeado de turistas es un privilegio.

Las tres playas que nos quedaban por ver (Lagunillas, la Mina y el Raspón) son un reclamo, más porque en ellas esté permitido el baño que porque puedan rivalizar con las anteriores.

Sin embargo, la primera ofrece la posibilidad de estar prácticamente cara a cara con el pelícano peruano que posó para nosotros durante un buen rato, orgulloso de su plumaje y ladeándose como buen modelo.

Volvimos sintiéndonos afortunados de haber podido disfrutar de la clase magistral de historia ante tales paisajes, prácticamente solos y con el tiempo que nos hizo (a pesar de que aquí es invierno). Pero como en el viaje siempre hay una de cal y otra de arena, y de arena ya íbamos sobrados, terminamos la jornada en la estación de bus, saliendo una hora y media más tarde de lo previsto y con un trayecto por delante que creíamos que era de 18 horas y acabó siendo de 28... pero eso es otra historia que merece ser contada frente a otros paisajes...

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