Seoul nos da la bienvenida, a golpe de trompetas de organillo, con la sintonía en cuatro frases que anuncia la llegada del metro a la estación.
Tras hacer noche en un hotel a orillas del Cheonggyecheon, llevamos nuestras mochilas al último alojamiento, en Insadong, el barrio que acogió nuestra llegada hace más de dos semanas.
El día siguiente salimos hacia Incheon, la tercera ciudad más grande de Corea. Tras perdernos en las líneas de metro que comenzaban a fagocitarse a nuestros ojos confundiendo su lógica inicial, llegamos a Songdo Central Park, un decorado futurista y promesa biotecnológica.
En busca de cruzar los límites de la
realidad, llegamos al barrio Yeonnam-dong, que guarda una cafetería donde
puedes sentirte un personaje de dos dimensiones; pero antes de desdibujarnos, buscamos
un lugar para cenar. Damos a parar a un restaurante de barbacoa, el Usama (우사마), en el que están fotografiando los platos de
manera profesional, con paraguas y focos para la iluminación incluidos, para
hacer su carta más atractiva. Somos los únicos clientes junto a una familia, que
debe de ser famosa, pues antes de irse hacen ronda de autógrafos para cada
camarero. Superada la barrera del escaso apoyo del inglés, disfrutamos de una
carne deliciosa.
Al reducir el paisaje al blanco y negro, cualquier
nota de color aumenta la explosión visual. Eso es viajar: añadir color a la
rutina; incluir nuevos matices al cromatismo con el que nos hemos familiarizado,
acostumbrar nuestros ojos a captar nuevas longitudes de onda.
El último día dejamos atrás, al menos hasta
que se pongan de moda en occidente, los ventiladores de cuello (incluida su
versión de hielo) que confundíamos con auriculares, y subimos al avión.
Unos minutos antes de aterrizar, tras casi
14 horas de vuelo, los pasajeros seguimos las instrucciones de un vídeo explicativo
sobre cómo estirarse para activar la circulación. Cual deportistas de natación
sincronizada, desde la clase turista levantamos nuestras manos al unísono, dirigimos
los troncos a un lado y a otro, y giramos nuestros pies juntos, de puntillas,
desde el asiento.
Cabin crew prepare for landing…
La visita a un país es también parte de un
calentamiento; el verdadero viaje no acaba cuando uno vuelve a casa; sino que “acaba”
de empezar: el poso de la vivencia fermenta y se transforma.
El capitán miró a Fermina Daza […] Luego miró a Florentino Ariza…
El viaje que cala, que enamora al buscador,
es el que asegura el síndrome de abstinencia hasta el siguiente, el que espolea
los primeros picores de curiosidad por el país y su cultura. La sed continúa
porque el desplazamiento no es solo externo, y uno nunca vuelve siendo el mismo,
y uno nunca termina de aterrizar.
-¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del
carajo?
-Toda la vida.
(15
a 17 de agosto)
Jeje. Yo pensé q ya habíamos acabado el viaje y....sorpresa...nos quedaba el remate final. La vuelta a casa. El último día en Corea del Sur. Las últimas fotos.
ResponderEliminarY lara en medio de las fotos, haciendo sus gracias de niña. Eres total escribiendo, relatando.... y haciendo pensar un poco.
Hasta la próxima!!!
Que guay!! Me encanta la cafetería "bidimensional" tiene que ser súper chula!.
ResponderEliminarPor cierto....os habéis traído de recuerdo algún ventilador de cuello?? 😂Tienen que ser la leche jajajajaja.
Saluditos y bienvenidos !