miércoles, 24 de julio de 2019

La lengua burlona del desierto (Sesriem-Lüderitz-Kolmanskop-Cañón del río Fish)

Justo antes de salir del Naukluft National Park, hicimos una breve parada para pasear por el cañón del río Sesriem antes de dirigirnos hacia nuestro siguiente destino: Lüderitz. No obstante, la distancia era grande y no llegaríamos en esta tercera etapa, al no ser recomendable conducir de noche debido a la nula iluminación y la aparición de animales que conquistan los caminos. Así que decidimos tomárnoslo con calma.

Los paisajes de lejanas y cada vez más próximas mesetas con tonalidades rojizas, marrón, cobre, violeta y hasta verde latón, no paraban de sucederse y extasiar nuestra vista. Caminos de polvo que se levantaba tras nuestro paso y traqueteo interminable, amenizados por señales de tráfico atípicas para nosotros: “Advertencia: órices”, “Peligro, zebras”, “¡Ojo jirafas!”. Y una parada de rigor en cada una; con calma, hasta que poco antes de que anocheciese nos encontramos con la Farm Tiras, una granja en medio del desierto, impoluta y verde, regentada por una agradable mujer que al quedarse viuda decidió seguir a solas con la misma.  Tenía el cámping ocupado, por lo que nos ofreció aparcar delante de una de las habitaciones a precio de acampada y pudiendo utilizar los servicios y la cocina. Al anochecer, la vía láctea presumía brillante y luminosa como nunca antes la habíamos visto.

Llegando a Lüderitz a la mañana siguiente, el paisaje cambió drásticamente, quedándose desnudo y exhibiendo únicamente dunas de las cuales el viento vertía su arena sobre la carretera, creando rutas perpendiculares a la misma. De imprevisto, el escenario había dado paso a la imagen del abandono; las señales de advertencia mostraban ahora el perfil de una hiena. Cruzábamos las huellas del pasado y dejábamos para mañana la ciudad de Kolmanskop.

Entrábamos en Lüderitz, y aquí el presente parecía más esperanzador, con casitas pintadas en colores vivos y llamativos. Nos alojamos en el aparcamiento exterior de una antigua casa colonial que conservaba dos puentes de mando de barco intactos como si hubiesen quedado allí varados. 

Esta ciudad costera, antigua colonia alemana, fue fundada para comerciar con el guano que podían extraer de las islas; y proliferó al descubrirse diamantes en las arenas del desierto. La fiebre por este codiciado mineral propició que brotase la ciudad de Kolmanskop de la nada, así como que quedase olvidada y desolada tras su paso, una vez se descubrieron diamantes de mayor tamaño más al sur y la Primera Guerra Mundial hacía sentir sus consecuencias. En 1956 ya no quedaba nadie.

El atractivo de esta ciudad fantasma es adentrarse en sus casas fagocitadas por las dunas, contemplar la mágica elegancia de lo que sobrevive al olvido y la ausencia; cómo de la amnesia que cubre la ciudad, se ha rescatado y se preserva la escondida belleza. Es como si una boa de arena hubiese tratado de engullir las casas para, en última instancia, vomitarlas y abandonar los restos.

Las puertas entreabiertas, encalladas, o invitando a adentrarse en las sugerentes ruinas, o vencidas por la lengua de arena que se burla de la efímera gloria, del esplendor pasajero. Las paredes desconchadas, pero conservando parte de su color pastel original, aún coquetas. Todo este abandono, aún habla desde el silencio.

Con su eco en nuestros sentidos, condujimos hasta el Naute Dam por carreteras que encuentran el horizonte, rodeadas de mesetas y paisajes acuarela. 

Aparcamos en un camping que hay junto a la presa y nos dejamos empapar por la luz del atardecer acompañados por una colonia de roedores a medio camino entre marmota y rata.

Por la mañana, tras acabar de completar el tramo que nos faltaba, llegamos al mirador del Cañón del Río Fish; el segundo más grande del mundo tras el del Colorado. Un mastodóntico paisaje de cortados, acantilados, planicies, entrantes y salientes rocosos se desplegaba al óleo y en múltiples colores frente a nosotros conforme nos acercábamos. 550 metros de profundidad a nuestros pies. Estábamos contemplando cómo el paso de los años había ido dejando espacio para que el río fluyese por su actual cauce. Todo un recorrido trazado por un gigantesco reptil de piedra, exclusivamente para que el Fish pueda lucirse a lo grande.

Admirados, dejamos el sur de Namibia para poner rumbo al norte, sin saber todavía cuál sería la siguiente parada de escala hasta Spitzkoppe.

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