sábado, 20 de julio de 2019

Dunas de azafrán (Barcelona-Windhoek-Sesriem)

Bienvenidos a uno de los países con menor densidad de población del mundo, con tan solo 2 millones y medio de habitantes y una media de tres namibios por kilómetro cuadrado. Os invitamos a desempolvar vuestras imágenes de África y a dejar que sean envueltas por el polvo de las carreteras de grava y arena, infinitas y desiertas, que va dejando la estela de nuestra Toyota Bushcamper. Un viaje en el que los trayectos son parte del destino y la música una pasajera más en los caminos por el namib (“llanura grande y seca” en nama). 

Sin más preámbulos, reclinad vuestros asientos, abrochaos los cinturones, permeabilizad vuestros prejuicios y disfrutad con nosotros de un roadtrip en 4x4 por Namibia y Botswana, con parada en Zimbabwe para visitar las Cataratas Victoria. 

Llegamos a Windhoek tras casi 30 horas de trayecto. Ese primer día estaba reservado a planificar lo poco que quedaba, cambiar euros a NAD (dólares namibios) y descansar. Traíamos abrigo porque aquí es invierno, pero mentalmente estábamos tan poco preparados, que el gerente del hostal se quedó sorprendido ante nuestra pregunta de cómo apagar el aire acondicionado de la habitación. “No tenemos aire acondicionado...”.

La mañana del 17, tras las explicaciones técnicas y los consejos pertinentes, avituallamos nuestra Bushcamper en un supermercado cercano, llenamos el depósito y pusimos rumbo a Sesriem, siempre por la izquierda, por donde se conduce aquí. Maps.Me, una aplicación tipo Google Maps que se puede utilizar offline, marcaba que estábamos a 332 km. ¡Tardamos más de 6 horas en recorrer la distancia! Si al límite máximo de velocidad (que suele ser de 80km/h porque la mayoría de carreteras son como pistas forestales) se le suma que cada poco parábamos a fotografiar a los animales que se cruzaban o pasaban por el camino... Babuinos, facóqueros (o Pumbas) y sobre todo elegantes órices con sus rectos y estilizados cuernos, retrasaban la llegada a nuestra meta.

Al día siguiente, tres horas nos separaron de la entrada al Namib Naukluft Park, por donde se accede a Sossusvlei, recorrido esta vez detenido por una manada de zebras que galoparon delante de nosotros hasta encontrar la salida que les permitió alejarse de la amenaza humana.

En el destino es donde se encuentran las fotogénicas dunas ocres, imagen estandarte del país, algunas de las cuales superan los 300 metros de altura. Empezamos subiendo la Duna 45 acompañados únicamente de una pareja de Israel (escenario muy diferente al que viviríamos la mañana siguiente al amanecer). El tiempo apremiaba, pues las puertas del parque cierran a las 19:15h y a las 18:30h anochece, así que una vez coronada la duna y con las vistas de los alrededores en nuestras retinas, nos acercamos hasta el parking de Sossusvlei, envueltos por un paisaje azafranado.

Un shuttle nos acercó hasta la entrada del Deadvlei, pues nos acobardaron las advertencias de un encallamiento casi seguro para conductores inexpertos de 4x4. Este lugar es un tributo natural a la belleza del paso del tiempo y sus estragos. Aquí se han quedado inmortalizados en danza los troncos de los árboles que un día se abastecían de un lago hoy desecado y reducido a suelo blanquecino que contrasta con el azul claro y limpio del cielo y el anaranjado cálido de las dunas que lo rodean, especialmente la Big Daddy, de 325 metros. 

Acabamos el día viendo atardecer desde lo alto de la Duna Elim, encontrando la foto que atestigua la postal del sol africano de El Rey León; sol que atraía el manto rojizo de las dunas y lo reservaba para devolvérselo al día siguiente, pulido en colores dorados. Y en busca de ese momento de cesión de luces nos despertamos a las 5:30h para encontrar un asiento en el palco de la Duna 45.

Éramos los segundos en cola esperando que las puertas del parque abriesen, y al recorrer los 45 kilómetros hasta la duna que toma su nombre de la distancia que la separa de Sesriem, más de 20 coches nos habían adelantado. Parece que las ansias de llegar nublaban sus cuentakilómetros omitiendo e ignorando los límites de velocidad establecidos, por lo que a nuestra llegada, una hilera de personas que ya simulaban la columna vertebral de la duna, disputaban la meta tratando de suplir con jadeos el hundimiento de sus pies en la arena. Otros, entre los que nos encontrábamos, adelantábamos sin remordimientos a los que se nos habían colado anteriormente. Y en la cresta, llegó el momento. El sol aparecía en el horizonte mientras en nuestras cabezas una voz cantaba los primeros versos de El ciclo de la vida: una despedida redonda para la primera etapa de nuestro viaje. 





6 comentarios:

  1. esplendido relato que nos lleva con vosotros hasta lejanas tierras. disfrutad y tened cuidado.

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  3. Uf...menos mal que es invierno!!!
    Como siempre fantástico leeros porque es viajar también.cuidaros y besos a los dos.

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  4. Qué pasada de paisajes. Menuda envidia! Me ha matado lo del aire acondicionado. Preguntad la clave WiFi la próxima vez, jajajaja.

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  5. Precioso pero, parco en fotografías. mi imaginación tiene un límite, la pluma no es suficiente. Un beso grande, aunque tardío.

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