domingo, 3 de septiembre de 2017

Zàijiàn (Beijing)

Conforme el tren llegaba a la estación de Beijing, recogíamos las alas y volvíamos a la realidad, ebrios de lectura.
La capital nos volvía a dar la bienvenida una vez más bajo un cielo plomizo. Nos costó encontrar el hotel, que de nuevo se camuflaba tras un cartel escrito únicamente en chino; depositamos las mochilas y nos lanzamos a la calle para visitar la ciudad. Decidimos recordar el pasado, y comenzamos en el museo de arte Poly, que tiene una colección de objetos de bronce de la época Shang, unas estatuas de buda, y cuatro cabezas de animales del zodiaco chino que por lo visto fueron robados del Palacio de verano en uno de sus saqueos.

Buscando un pasado que pudiéramos recordar, nos fuimos a la villa Olímpica. La amplia plaza que accede al centro acuático nacional (más conocido como el cubo de agua) y al estadio olímpico (apodado el nido), entre otros, estaba llena de gente que recordaba aquel verano en que fue el epicentro del mundo y escenario de grandes epopeyas y récords.

Entramos en el Nido y tomamos asientos con el estadio vacío, intentando escuchar mientras rebobinábamos en el tiempo, los gritos de emoción que seguramente harían temblar las butacas. Subimos arriba y recorrimos el techo, gozando así de panorámicas de la villa olímpica y vista de pájaro del propio Nido.

Acabamos la tarde volviendo sobre nuestros pasos, (al igual que haríamos el último día) para pasear de nuevo por Nanluoguxiang que se negaba a cerrar sus tiendas, con la noche ya instalada.
El segundo día amaneció lluvioso y como en principio íbamos al Palacio de Verano, pero no queríamos confundirlo con el de invierno, dedicamos la jornada a hacer compras. O al menos intentarlo.
Antes de ello, buscamos un lugar para ver el combate de boxeo que algunos calificaban como la pelea del siglo. El bar que encontramos, abarrotado de extranjeros, se mojaba bajo una lluvia que tampoco quería perderse el evento. Que, aunque curioso, no dejó de ser un experimento con final previsto, que movió mucho dinero.
Las compras, también fueron pasadas por agua; no porque fueran al aire libre, sino porque los precios que nos decían antes de venir a China, eran cosa del pasado. Decidimos olvidarnos del poco productivo día con un delicioso pato pekinés.
Tras lo que podría definirse como una siesta, volvimos a las calles, para visitar la Gran muralla antes que las hordas de turistas la conquistaran.

Los datos alrededor de la muralla no son exactos, pues se comenzó a construir en el silo III A.C y se acabó en el silo XVII. Tiene una longitud de más de 8.000 km y posiblemente sea la construcción humana en la que han trabajado un mayor número de personas, ya que se contabilizan más de 800.000 trabajadores.


Como es de entender, un monumento de estas proporciones no se visita desde un único lugar. Nuestra elección fue Mutianyu que al tener un acceso más complicado que otras secciones, también tiene menos afluencia de visitantes.


Llegamos sobre las 8 de la mañana y pudimos disfrutar recorriéndola con muy poca gente. 
La muralla en sí es impresionante pero lo que realmente cautiva a uno es pensar en sus desorbitantes cifras, en la magnitud del proyecto, y obviamente apoyarse en estos cálculos mientras se ve como la muralla se alarga y zigzaguea sin temor a ser superada por las montañas.

Pasamos la mañana y parte de la tarde explorándola, viendo tramos totalmente reconstruidos y pasando por otros, casi abandonados, donde las plantas habían conquistado el terreno.



Dejamos atrás esta maravilla, votada como una de las siete maravillas del mundo contemporáneo. Y para ello, bajamos de la manera más curiosa: en tobogán. Y es que aprovechando la gran cantidad de turistas que la visitan, a alguien se le ocurrió, la genial idea de construir un tobogán, que parece interminable, y baja la montaña. Subidos pues, en una especie de trineo, dábamos la espalda a este enorme dragón de piedra, orgullo nacional que surca las montañas, sin temor al paso del tiempo ni al temporal. Serpenteando de las maneras más imposibles, y alejándose en la distancia, sumergiéndose en el horizonte.


Nuestro último día lo pasamos en el Palacio de verano, construido por Qianlong como refugio y escapatoria del caluroso verano en la ciudad Prohibida. Esta extensión de colinas y edificios, esta abrazada por el lago Kunming y recuerda a los paisajes idílicos chinos con sus imponentes lotos y sauces llorones que cubren parte de sus 290 hectáreas.

Ultimamos compras, y paseos de a contrarreloj antes de dirigirnos hacia el aeropuerto en el metro, nuestro último tren. Pasamos por la Railway Station, apoderados por una dosis de melancolía recordando flashes del viaje: las esperas en la estación, las interminables horas que sumábamos al contador en los diferentes transportes, los días raros, las dificultades de comunicación, el difícil reto de descifrar día a día y bajo nuestra atenta mirada, el comportamiento de los chinos (los escándalos que montan al teléfono, lo nerviosos que se ponen cuando tienen que pasar por una puerta y sus empujones, las coladas que se meten en todos lados, los escupitajos sin tapujos)… y todas las aventuras, que habíamos ido cargando a la mochila y nos pesaba facturar. Ya en el aeropuerto, nuestros labios sellados, pronunciaban en silencio y por última vez Zaijian (que en mandarín significa hasta la próxima).


2 comentarios:

  1. Bueno y ya en casa después del super viaje a toda CHINA y, después de veros la cara de felicidad....pues hasta el próximo verano...he viajado con vosotros y...ha sido estupendo.

    ResponderEliminar
  2. Hola, Quique. Soy José Gallardo. Por fin he visitado tu (vuestro) blog de buen/os viajeros, es decir, por fin he visitado China, Cuba, Senegal, Myanmar, EE.UU., Islandia... ¡Habéis estado por los principales continentes! Y disfrutando de muchos días en cada destino, como debe ser. Enhorabuena por disfrutar tanto de ese placer único que es viajar, o lo que es lo mismo, ver, escuchar, aprender, conocer, experimentar, sentir, pensar, caminar... de otra forma. Las fotos son muy bonitas y acertadas, de una excelente calidad. Y los textos también me han gustado, aunque todavía no he visto el blog a fondo. Me ha llamado la atención el retrato que hacéis de los chinos: nada como verlos en su "medio natural". Siento cierta envidia, sana, pues me imagino introduciéndome por ese intestino casi infinito que es la Gran Muralla, por ejemplo, sintiendo como se traga cada uno de mis pasos. Gracias por compartir vuestras experiencias. ¡Y ánimo con el curso que acaba de comenzar! Un abrazo para ti y los tuyos. Y recuerdos a mis amigos de Juan XXIII, en especial a Isabel y Julia. A ver si pudiéramos saludarnos un día.

    José Gallardo.

    ResponderEliminar