viernes, 1 de septiembre de 2017

Memoria oxigenada (Ayacucho-Lima-Amsterdam)

Llegábamos a Ayacucho, penúltimo destino peruano; menos turístico por su ubicación y difícilmente accesible hasta hace poco por su historia. Aquí empezó Sendero Luminoso en los ochenta y esta fue una de las zonas más afectadas; pero paradójicamente su historia la conoceríamos en Lima.

A Ayacucho se le conoce también como "la ciudad de las iglesias", por lo que ni es de extrañar que una de las ciudades peruanas con más renombre para celebrar la Semana Santa sea Ayacucho, ni que los destinos turísticos más representativos sean las mismas.

También son destacables su Plaza de Armas rodeada de arcos coloniales con sus correspondientes fachadas, y su gastronomía; por lo que aprovechamos para probar los deliciosos anticuchos y el cuy (cuya carne nos pareció demasiado escasa y fibrosa).

Quisimos visitar el Museo de la Memoria para enterarnos mejor del conflicto con Sendero Luminoso pero al ser sábado por la tarde estaba cerrado, así que llegados a Lima, con su cielo cenizo y fotografía de película de cine negro por su gris mate permanente, visitar el Lugar de la Memoria era el único must que nos quedaba.

En este ejemplar museo que utiliza la memoria como abono para construir futuro sobre las cicatrices, se entiende lo complejo del conflicto y los patrones de las guerras: aunque hubo bandas, es difícil etiquetarlas como buenos o malos porque todos ensuciaron sus manos de barro; no solo Sendero Luminoso, sino también el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), así como parte de las Fuerzas Armadas y el propio gobierno, que para encubrir las violaciones de civiles a manos de sus soldados encargó llevar a cabo esterilizaciones masivas entre la población para evitar las posibles pruebas.

Tras atrocidades como estas, el único escudo consolador para las víctimas (que fueron muchas y pertenecientes a todos los bandos) es el recuerdo en la sociedad, reivindicar la memoria y que se reconozcan los hechos, pues no hay peor sal para las heridas abiertas que negar la evidencia del sufrimiento perpetrado. 

Salimos del museo habiendo reconocido conexiones entre esta historia, la de Camboya, España y tantos otros países. ¿La historia interminable? Ojalá que no.

Paseamos por Miraflores, como si caminásemos por una ciudad europea; y para que no suene eurocéntrico, hay que matizar que simplemente no coincidía ese barrio con ninguna de las imágenes que nos habíamos encontrado por el país; casi ningún elemento identificable peruano: hasta ahora, ni habíamos visto a familias volando la cometa, ni haciendo picnic en el parque, ni centros comerciales con tiendas de lujo, ni edificios de varias plantas reemplazando a las viviendas familiares inacabadas (en eterna construcción, a falta de plata).

Las últimas horas en suelo peruano las pasamos conversando con Edgard, reviviendo momentos de la Ruta Inca (la memoria...) y escuchando pasmados la facilidad con la que se sacaba ideas de negocio de la nada. Sin duda no podía haber habido mejor broche de oro.

Medio día más tarde pisábamos la Vieja Europa de nuevo, haciendo escala de 20 horas en Amsterdam. La escala era larga, pero el horario no nos permitía llegar a visitar ni el Museo Van Gogh ni el Rijksmuseum, así que volvimos a pasear por sus calles y canales descubriendo las queserías holandesas ¡benditas!, en las que nos pusimos las botas a base de degustar los quesos de muestra de todas las tiendas que veíamos por el camino.

Sorprendentemente conseguimos sobrevivir sin ser atropellados por las bicis que se abalanzaban por la carretera sin ceder el paso a los peatones, mientras bajábamos desde el Bloemenmarkt o Mercado de las Flores hasta el Museumplein, frente a la famosa escultura de letras. 

En el Museo de Ana Frank pudimos volver a palpar la piedra con la que no deja de tropezarse la humanidad, sintiendo el bucle de la violencia absurda, el déjà vu histórico que supone re-conocer (aunque en diferentes culturas, épocas y grados) los mismos errores garrafales. Por eso es tan valiosa e imprescindible la memoria, para poder ver la piedra antes de caer de nuevo (para prever) y para curar las heridas que se abrieron con la caída (para reparar, memoria oxigenada).

Acabamos recogiendo nuestros pasos hacia el aeropuerto, concentrándolos en el Barrio Rojo (como la gran mayoría de turistas que no los reposaba bajo las mesas de un Coffee shop) atraídos por el choque que supone estar ante un escaparate de trabajadoras autónomas "vestidas" haciendo gala de un traje tan escaso y escueto.

El viaje llegaba a su fin, con la morriña de viajar apaciguada por el momento y la sed calmada. Ahora toca centrar el mono en buscar nuevos objetivos, nuevos paisajes, que quizás lleguen más pronto que tarde; ¿quién sabe? lo que sí es seguro es que aportarán nuevas luces, voces y miradas a nuestra forma de pensar y que seguiremos contando con vosotros. ¡Buen inicio de curso!

1 comentario:

  1. Bueno....cómo bien dices por el momento se terminó. Imaginaba q habría una más y por eso he vuelto a mirar.
    La historia siempre es "interminable".

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