New York New York ya quedó atrás hace un par de días. La carretera se ha apoderado al fin del viaje. Nuestro Dodge Charger, todavía blanco, va tragando millas poco a poco y ya van casi 1000. Los paisajes y los atardeceres merecen el cansancio de la conducción. Desde el atardecer que disfrutamos en New York desde el Empire State Building, hasta el de hoy, camino de Chicago, ha llovido mucho.
En New York tuve la oportunidad de volver a ver a Pam, mi madre americana, y Enrique de conocerla. Además de comer una sopa de ostras buenísima, pudimos ver la casa de su hijo en Long Island, y creedme, mereció la pena. Las vistas a la ciudad eran tan increíbles o más, que la sopa; sobre todo cuando cayó la noche sobre el rio Hudson.
No sólo vimos a Pam en New York, también vino Katie a hacernos una visita. Katie es una vecina mía de cuando vivía en Wilmington que vive en Connecticut, muy cerca de New York y aprovechó para pasarse.
Con ella comenzamos el viaje, ya que al vivir cerca nos ofrecimos a llevarle a casa. Al recoger el coche, nuestro próximo compañero estos dos meses, no pudimos evitar quedarnos flipando con el pepinazo que nos va a llevara a recorrer America.
La primera parada fue en Farmington, Connecticut, en casa de Katie, donde entre la comida, últimas preparaciones de viaje y consejos de última hora, el reloj nos traicionó y dio las 7 de la tarde cuando el Dodge empezaba a rugir. La novatada fue perderse por las carreteras minúsculas de esta pequeña ¿ciudad? Total que entre una cosa y otra, la noche se nos echó encima y en lugar de encontrarnos en las cataratas del Niagara, nos encontrábamos a mitad camino (si llega).
Las carreteras de la US-20 (una nacional) nos ofrecían signos de “peligro ciervo” uno tras otro, pero se negaban a ofrecernos el cobijo de algún motel de carretera, por malo que fuera. Así que sobre las 12 decidimos salir a la I-90 (autopista). Tras un par de intentos, nos pudimos cobijar en un pequeño motel regentado por un indio mayor al que despertamos por tratarse de las horas que eran.
El día siguiente amaneció con la esperanza de dejarnos llegar a Niagara Falls a la hora de comer y salir camino a Chicago ese mismo día. Nada más cerca de la realidad. Tras recorrernos la US-20, por eso de que las nacionales son más bonitas, hasta la hora de comer (en un restaurante de carretera muy americano, en el que una simpática camarera gorda, muy americana, te ponía la bandeja con la comida apoyada sobre la puerta del coche, para comer sin tener que bajar de este) y mas allá, decidimos acceder de nuevo a la I-90 para plantarnos en Niagara Falls a las 6 de la tarde.
Viendo la hora que era, pensamos que era mejor buscar alojamiento, ver las cataratas, acostarnos pronto y madrugar. De nuevo el destino se reía de nuestros planes y nos dejo caer en un hotel regentado por el hermano de un Palestino que trabajaba en recepción y al que misteriosamente caímos muy bien. Nos rebajó las habitaciones en un 75% del precio original.
Al acabar, la visita a las cataratas hemos empezado nuestra etapa más larga hasta ahora: De Niagara Falls a Chicago. El Dodge ha empezado a andar a la 1 y media del medio día, y aquí estamos a las 9:45 PM, a unas 100 millas de Chicago. El sol ha caído ya, regalándonos un atardecer mas y la noche se ha comido la carretera, que solo se dibuja gracias a las luces de nuestro querido Dodge y la de los otros coches, que como nosotros, pretenden llegar a algún lugar, en algún momento.
QUE GUAY!!!y que bien lo escribes Pablo!!!Me muero de envidia!!que os siga yendo bien, y que el destino os siga guiñando el ojo para que este viaje lo recordéis el resto de vuestra vida!!!Lomejor de los viajes son las cosas inesperadas! DISFRUTAD!!
ResponderEliminarCARLOTA!
GUAPIS, to me encanta, os voy a seguir toos los días. sois FANTASTICOS. BESETES
ResponderEliminarGenial, me encanta el blog, que sepais q me lo e añadido en marcadores para visitarlo todos los dias... espero q me seais fieles y publiqueis... wapos-!!! miticooooo
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