Comenzamos rodeados de verde, en una casita muy acogedora en medio de la jungla hawaiana. La propietaria parece una mujer inglesa aunque no lo sea; elegante, algo distante y muy educada.
Estamos en la mesa preparados para desayunar junto a otras dos
parejas más mayores. Podríamos encontrarnos perfectamente en un escenario de
Agatha Christie. Incluso la conversación, educada y animada, es de película; se
trata de una conversación demasiado cercana para tratarse de personas que no se
conocen. Por fortuna, no hubo ningún cadáver. El desayuno estaba espectacular y
nos sirvió para enterarnos que la ruta que pretendíamos hacer esa mañana estaba
cerrada.
Todavía era
pronto para llegar a Hilo, donde íbamos a dormir, así que decidimos recorrer la
carretera de 4 millas que une Pepeekeo con Papaikou. Si antes nos sentíamos en
medio de la jungla, ahora nos habíamos convertido en Tarzán y Jane detrás del volante del Chevrolet
Malibú. Atravesamos túneles de árboles, fuimos escoltados por palmeras colonizadas
por lo que parecían hojas de taro y atravesamos ríos idílicos despojados de los
rayos del sol por el egoísmo de los árboles.
Una vez en Hilo,
fuimos recibidos por Diana, la casera del Hawaiian Ohana Home. Diana paraba muy
seca y sarcástica de primeras, pero pronto se cayó su escudo y nos regaló su
sonrisa y hospitalidad. Gracias a ella, nos dimos cuenta que el plan de subir a
la cumbre del Mauna Kea debería aplazarse por heladas y mal tiempo.
Compartimos escenario con un siciliano con el que coincidimos poco y por la noche, para cerrar el día de película se unirían dos personajes más: mientras cenábamos poke en la terraza, llegó un americano muy extraño que cojeaba porque según él había recibido un disparo. Nos dio la lata hasta altas horas de la noche hablando por teléfono y viendo la tele. El otro era un piloto inglés que llegó de madrugada y al que no vimos hasta el día siguiente…
Nos despertamos con la calma y lo primero que vemos al abrir la puerta es un hombre de unos sesenta años, entrado en carnes, con una venda en la cabeza y con la cara desfigurada por los hematomas. Antes de que pudiéramos siquiera preguntar, se presentó como el piloto inglés y se disculpó por las pintas. Dijo que se había caído recorriendo una ruta del Parque Nacional de los Volcanes. Las manos y la piedra volcánica no habían evitado que su cuerpo fuera frenado con la cara. A pesar de la desgracia, le llevaba importancia al asunto y reconocía que podía haber sido peor.
Compartimos escenario con un siciliano con el que coincidimos poco y por la noche, para cerrar el día de película se unirían dos personajes más: mientras cenábamos poke en la terraza, llegó un americano muy extraño que cojeaba porque según él había recibido un disparo. Nos dio la lata hasta altas horas de la noche hablando por teléfono y viendo la tele. El otro era un piloto inglés que llegó de madrugada y al que no vimos hasta el día siguiente…
Nos despertamos con la calma y lo primero que vemos al abrir la puerta es un hombre de unos sesenta años, entrado en carnes, con una venda en la cabeza y con la cara desfigurada por los hematomas. Antes de que pudiéramos siquiera preguntar, se presentó como el piloto inglés y se disculpó por las pintas. Dijo que se había caído recorriendo una ruta del Parque Nacional de los Volcanes. Las manos y la piedra volcánica no habían evitado que su cuerpo fuera frenado con la cara. A pesar de la desgracia, le llevaba importancia al asunto y reconocía que podía haber sido peor.
Pasamos el día de
turismo por la ciudad de Hilo, y entre otros lugares, visitamos el Museo del Tsunami, en donde una
pareja de hombres mayores nos hizo una introducción muy didáctica de la
historia coprotagonizada por la isla y estas catástrofes naturales. Tras la
introducción pudimos saturarnos con la cantidad de documentos alrededor de
estos fenómenos.
Comimos poke, disfrutando de la calma de Lili’uokalani, unos jardines japoneses que dan al océano. Paseamos acompañados de las olas y agraciados por el buen tiempo, que hasta el momento no había acompañado; por lo que decidimos ir a la playa. Apuramos el sol en “Richardson Ocean Park”, buceamos y volvimos a deslumbrarnos con la diversidad marina que ajena a nuestro asombro, relucía sus vestidos al sol mecida por la marea. Al salir a secarnos al sol, el día nos hizo un último regalo cuando entre las olas, avistamos una tortuga que sacaba partes de su cuerpo intermitentemente: la cabeza para respirar, el caparazón revolcado por las olas, las patas intentando recobrar el equilibrio… y en la fase de pendiente de la ola, el mar se convertía en un escaparate en el que se percibía el perfil de la tortuga.
Como el miércoles el Mauna Kea continuaba con malas condiciones climáticas, fuimos hacia el suroeste, para visitar el Volcanoes NP. Desgraciadamente, la imagen mental que tenía con la lava al rojo vivo y ardiendo, se enfrío al ver que, a día de hoy, las erupciones habían finalizado.
Comimos poke, disfrutando de la calma de Lili’uokalani, unos jardines japoneses que dan al océano. Paseamos acompañados de las olas y agraciados por el buen tiempo, que hasta el momento no había acompañado; por lo que decidimos ir a la playa. Apuramos el sol en “Richardson Ocean Park”, buceamos y volvimos a deslumbrarnos con la diversidad marina que ajena a nuestro asombro, relucía sus vestidos al sol mecida por la marea. Al salir a secarnos al sol, el día nos hizo un último regalo cuando entre las olas, avistamos una tortuga que sacaba partes de su cuerpo intermitentemente: la cabeza para respirar, el caparazón revolcado por las olas, las patas intentando recobrar el equilibrio… y en la fase de pendiente de la ola, el mar se convertía en un escaparate en el que se percibía el perfil de la tortuga.
Como el miércoles el Mauna Kea continuaba con malas condiciones climáticas, fuimos hacia el suroeste, para visitar el Volcanoes NP. Desgraciadamente, la imagen mental que tenía con la lava al rojo vivo y ardiendo, se enfrío al ver que, a día de hoy, las erupciones habían finalizado.
Paramos en varios lugares y empequeñecimos al ver la fuerza de la naturaleza y el rastro de destrucción que dejaba atrás el magma al visitar la superficie de la tierra. Recorrimos el Kilauea iki Trail, que descendía a un lago de lava sólida expulsada por el volcán Kilauea, para volver a subir y poder verlo desde la distancia.
Sentimos la actividad contínua de los volcanes que expulsaban vapor al cielo como si de un dragón dormido se tratara y nos adentramos en la casa de uno de estos monstruos alados, recorriendo el tubo de lava “Nahuku”. Descendimos la carretera, serpenteándola hasta el final, donde comimos con vistas al mar y avistamos un tiburón que impasible, cruzaba ante nuestros ojos, sacando la aleta como quien saca pecho.
Satisfechos de
haber podido disfrutar del parque aunque fuera en blanco y negro, condujimos
hacia el sur, para pasar la tarde en un lugar bastante peculiar: el "Uncle Robert's Wednesday Night Market".
En medio de un asentamiento pesquero, una construcción precaria al más puro estilo chabóla, acoge todos los miércoles esta reunión de gente de la región que celebran el miércoles junto a turistas y hippies. Para seguir con las situaciones randoms, fuimos a parar al hostel más que he estado en mucho tiempo. Llegamos con
la noche encima y lo encontramos a duras penas, en medio de la nada, con una
construcción que recordaba a las “kasbahs” del Sahara disfrazadas de un estilo surfer.
Poco
importaba cómo fuera ya que el buen tiempo al fin, permitía que al día siguiente, nos aventuraramos a conquistar la cima
del Mauna Kea. Así que ni siquiera llegaríamos a ver el hostel a la luz del sol.
(11 a 13 de marzo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario