martes, 19 de marzo de 2024

Dejarse llevar (Mauna Kea-Puna-Ka’u-Kailua)

Despertamos todavia de madrugada en el mismo lugar en el que lo dejamos: en medio de la nada en el hostel random. Estamos cubiertos por un manto de estrellas que nos sabe mal quitarnos de encima pero nos subimos al coche y conducimos hasta el amanecer para llegar al Visitor center del Mauna Kea. Tras los preparativos necesarios: desayuno para tener energía y hacer el check-in con los rangers; empezamos nuestra ascensión desde 2800 metros sobre el nivel del mar para conquistar la cima más alta de la isla. 

Las primeras millas son relativamente fáciles ya que, a pesar del gran desnivel, vamos pasito a pasito con calma. Las vistas nos van mostrando conforme ascendemos, todo el perfil de la isla con el mar a lo lejos. A partir de los 3800 metros, la cosa empieza a ponerse seria: el aire falta claramente y caminamos algo mareados. Las paradas, sin embargo, nos llenan de energía para empezar de nuevo. Paramos cada milla para beber, descansar y comer una barrita energética. 




Ya a 4000 metros disfrutamos de una panorámica de los observatorios de lo más fotogénica. El viento comienza a ser ensordecedor y la última milla se hace interminable. Por suerte, el camino se convierte en carretera y al menos avanzar por el terreno, es más estable.






Por fin, tras 5 horas de ascensión, llegamos al final del camino accesible a 4205 metros de altura, y es que la cima real del Mauna Kea es sagrada para los hawaianos y está prohibido llegar hasta ella. Descansamos agotados, resguardados del viento atronador, nos hacemos la foto de rigor y comenzamos a descender caminando derechos hacia el océano de nubes, con signos de mal de altura que se nos presenta con un dolor de cabeza que bombea nuestras sienes.

Si la última milla se había hecho larga, la bajada con 1400 metros de desnivel negativo, se hace eterna. A pesar de ello, hemos coronado la cumbre de la isla. Hemos llegado más alto que las nubes que ahora atravesamos y mojan nuestro rostro orgulloso y cansado. Por el camino, nos cruzamos con un ranger que nos pregunta si nos encontramos bien, antes de continuar camino hacia la cima. Hemos decidido bajar por la carretera para cambiar el paisaje y para evitar perdernos engañados por la niebla. Nos dejamos llevar paso a paso hasta llegar de nuevo al Visitor Center 8 horas más tarde. Satisfechos por el esfuerzo, avisamos a los rangers para hacer el check-out y les damos las gracias por asegurarse de que todos los que se aventuran, vuelven sin contratiempos serios. Con el mal de altura taladrando nuestras cabezas, nos ponemos en camino hacia nuestra nueva cama, en Volcano Village.




Al día siguiente, el dolor parece haber desaparecido casi por completo y nos alegra. Dedicamos la mañana a visitar una vez más el Volcanoes NP, admirando la belleza que quedó de la destrucción de las diferentes erupciones. 

La lluvia decidió ser nuestra compañera durante todo el día y nos encerró en el coche. Nos dejamos llevar por la carretera, alucinando con algunos caminos como la asalvajada Goverment Beach Road, de un solo carril, conquistada por una vegetación que no parecía contentarse con la primera fila y poco a poco, se iba apoderando del lugar. Comimos con vistas privilegiadas a una bahía en la que las olas reventaban con fuerza para lanzarse al aire y volar lo más lejos posible, regalándonos la frescura marina y la mejor banda sonora para serenar el alma.Tras la visita de varias playas con muy poca tregua de la lluvia, volvimos al Volcano Village para dejarnos llevar por los sueños y descansar nuestros cuerpos llenos de agujetas por la ascensión.

El penúltimo día lo dedicamos a explorar el sur de la isla. Empezamos disfrutando de un aromático café en el cafetal “Ka’u Coffee Mill”, nos compramos unos “malasadas” en la panadería más al sur de los Estados Unidos y nos dirigimos a la playa “Punalu’u”, pensando que sería una playa más de arena negra. Para nuestra sorpresa, después de desayunar, vimos  embobados cómo tres tortugas marinas tomaban el sol casi en estado comatoso, extasiadas de vitamina D. Lo mejor sin embargo, estaba por llegar. Nos pusimos las gafas de bucear con la esperanza de tener la oportunidad de ver a estos seres un poco más vivos y en su estado natural. 

Nada más entrar en el agua, casi nos da un paro cardíaco al ver una tortuga enorme, llevada por la corriente a nuestros pies. Una vez dentro del agua, el avistamiento de las tortugas se normalizó, si algo tan fascinante se puede normalizar. Estos animales, se dejaban llevar por la corriente hasta tal punto que golpeaban sus cabezas y casi se remolcaban. Estos movimientos, sin embargo, los llevaban a cabo con un efectividad casi mágica en la que entregarse a la corriente no era una forma de abandono, sino de fluir efectiva, que aceptaba con humildad la inevitabilidad de la corriente, guardando su energía para seguir viviendo.

Después de este momento tan único, fuimos al punto más meridional de la isla y caminamos durante una hora siguiendo la costa hacia el noreste, en busca de otro lugar extraordinario: La playa de arena verde llamada Papakolea beach. 

Esta parte del litoral no sólo sorprende por el color de su arena, sino por encontrarse rodeada de un precipicio que parecía irse desconchando con una gracia natural que la embellecía todavía más.
Cerramos un día fantástico cenando en el “Hana Hou”, un local muy acogedor que parecía salido de una película americana. Uno de esos en los que te sirven café sin preguntar y te atiende una mujer mayor en delantal rosa, preguntando cómo va el día. No tomamos café, ni nos sirvieron con un delantal, pero la imagen mental seguro que os acerca a la realidad del lugar. Sumémosle música en directo de un hombre mayor con pintas de profesor de historia y añadamos las estupendas tartas caseras de cualquiera de estos locales cinematográficos. Bocado a bocado, saboreanos el cierre perfecto del viaje.   

El último día lo dedicamos a volver a Kailua, recorrer sus calles y digerir todo lo vivido. Se acababa la aventura y volvíamos a la corriente de la monotonía, deseando haber aprendido de las tortugas, que muy sabiamente disciernen cuándo toca dejarse llevar por la marea y cuándo nadar en su contra para llenar la vida de VIDA. 

Aloha!

(14 a 17 de marzo)

sábado, 16 de marzo de 2024

He viajado a lomos de la lava un volcán (Honokaa-Hilo-Volcanoes National Park)


Comenzamos rodeados de verde, en una casita muy acogedora en medio de la jungla hawaiana. La propietaria parece una mujer inglesa aunque no lo sea; elegante, algo distante y muy educada.
Estamos en la mesa preparados para desayunar junto a otras dos parejas más mayores. Podríamos encontrarnos perfectamente en un escenario de Agatha Christie. Incluso la conversación, educada y animada, es de película; se trata de una conversación demasiado cercana para tratarse de personas que no se conocen. Por fortuna, no hubo ningún cadáver. El desayuno estaba espectacular y nos sirvió para enterarnos que la ruta que pretendíamos hacer esa mañana estaba cerrada. 


Dejamos atrás el “Waipi’o Wayside B&B”, para visitar el valle de Waipi’o desde la distancia, conformándonos con el mirador desconsolados por no poder recorrerlo.




Fuimos bajando hacia el sur, parando primero en el Kalopa State Park, un bosque algo apartado del turismo pero cuya vegetación parecía imitar a un escenario de X-Files cuando se grababan en Vancouver. Pudimos recorrer un kilómetro adentrándonos en las entrañas del tranquilo bosque, antes de dirigirnos a las ‘Akaka Falls.




Estas cataratas están rodeadas por un paisaje de jungla tropical que incluye helechos gigantes, banianos (Ficus benghalensis) centenarios, bambús altísimos y unas plantas muy curiosas provistas de cinco nervios centrales.


Todavía era pronto para llegar a Hilo, donde íbamos a dormir, así que decidimos recorrer la carretera de 4 millas que une Pepeekeo con Papaikou. Si antes nos sentíamos en medio de la jungla, ahora nos habíamos convertido en Tarzán  y Jane detrás del volante del Chevrolet Malibú. Atravesamos túneles de árboles, fuimos escoltados por palmeras colonizadas por lo que parecían hojas de taro y atravesamos ríos idílicos despojados de los rayos del sol por el egoísmo de los árboles.

Una vez en Hilo, fuimos recibidos por Diana, la casera del Hawaiian Ohana Home. Diana paraba muy seca y sarcástica de primeras, pero pronto se cayó su escudo y nos regaló su sonrisa y hospitalidad. Gracias a ella, nos dimos cuenta que el plan de subir a la cumbre del Mauna Kea debería aplazarse por heladas y mal tiempo.
Compartimos escenario con un siciliano con el que coincidimos poco y por la noche, para cerrar el día de película se unirían dos personajes más: mientras cenábamos poke en la terraza, llegó un americano muy extraño que cojeaba porque según él había recibido un disparo. Nos dio la lata hasta altas horas de la noche hablando por teléfono y viendo la tele. El otro era un piloto inglés que llegó de madrugada y al que no vimos hasta el día siguiente…
Nos despertamos con la calma y lo primero que vemos al abrir la puerta es un hombre de unos sesenta años, entrado en carnes, con una venda en la cabeza y con la cara desfigurada por los hematomas. Antes de que pudiéramos siquiera preguntar, se presentó como el piloto inglés y se disculpó por las pintas. Dijo que se había caído recorriendo una ruta del Parque Nacional de los Volcanes. Las manos y la piedra volcánica no habían evitado que su cuerpo fuera frenado con la cara. A pesar de la desgracia, le llevaba importancia al asunto y reconocía que podía haber sido peor.

Pasamos el día de turismo por la ciudad de Hilo,  y entre otros lugares, visitamos el Museo del Tsunami, en donde una pareja de hombres mayores nos hizo una introducción muy didáctica de la historia coprotagonizada por la isla y estas catástrofes naturales. Tras la introducción pudimos saturarnos con la cantidad de documentos alrededor de estos fenómenos.
Comimos poke, disfrutando de la calma de Lili’uokalani, unos jardines japoneses que dan al océano. Paseamos acompañados de las olas y agraciados por el buen tiempo, que hasta el momento no había acompañado; por lo que decidimos ir a la playa. Apuramos el sol en “Richardson Ocean Park”, buceamos y volvimos a deslumbrarnos con la diversidad marina que ajena a nuestro asombro, relucía sus vestidos al sol mecida por la marea. Al salir a secarnos al sol, el día nos hizo un último regalo cuando entre las olas, avistamos una tortuga que sacaba partes de su cuerpo intermitentemente: la cabeza para respirar, el caparazón revolcado por las olas, las patas intentando recobrar el equilibrio… y en la fase de pendiente de la ola, el mar se convertía en un escaparate en el que se percibía el perfil de la tortuga.
Como el miércoles el Mauna Kea continuaba con malas condiciones climáticas, fuimos hacia el suroeste, para visitar el Volcanoes NP. Desgraciadamente, la imagen mental que tenía con la lava al rojo vivo y ardiendo, se enfrío al ver que, a día de hoy, las erupciones habían finalizado.

Paramos en varios lugares y empequeñecimos al ver la fuerza de la naturaleza y el rastro de destrucción que dejaba atrás el magma al visitar la superficie de la tierra. Recorrimos el Kilauea iki Trail, que descendía a un lago de lava sólida expulsada por el volcán Kilauea, para volver a subir y poder verlo desde la distancia.

Sentimos la actividad contínua de los volcanes que expulsaban vapor al cielo como si de un dragón dormido se tratara y nos adentramos en la casa de uno de estos monstruos alados, recorriendo el tubo de lava “Nahuku”. Descendimos la carretera, serpenteándola hasta el final, donde comimos con vistas al mar y avistamos un tiburón que impasible, cruzaba ante nuestros ojos, sacando la aleta como quien saca pecho. 


Acostumbrados a La Palma, el impacto del parque fue menor de lo que podría ser para alguien que nunca ha estado en tierra de volcanes. Sin embargo, la lava aquí toma formas sorprendentes: se presenta agresiva en forma de rocas que parecen cortar con sólo tocarlas; también se muestra mansa con formaciones que recuerdan al merengue o al brownie y otras en las que se observa cómo las ondas se han ido solidificando parsimoniosamente.


Satisfechos de haber podido disfrutar del parque aunque fuera en blanco y negro, condujimos hacia el sur, para pasar la tarde en un lugar bastante peculiar: el "Uncle Robert's Wednesday Night Market". 
En medio de un asentamiento pesquero, una construcción precaria al más puro estilo chabóla, acoge todos los miércoles esta reunión de gente de la región que celebran el miércoles junto a turistas y hippies. Para seguir con las situaciones randoms, fuimos a parar al 
hostel más  que he estado en mucho tiempo. Llegamos con la noche encima y lo encontramos a duras penas, en medio de la nada, con una construcción que recordaba a las “kasbahs” del Sahara disfrazadas de un estilo surfer. 
Poco importaba cómo fuera ya que el buen tiempo al fin, permitía que al día siguiente, nos aventuraramos a conquistar la cima del Mauna Kea. Así que ni siquiera llegaríamos a ver el hostel a la luz del sol.     

(11 a 13 de marzo) 

lunes, 11 de marzo de 2024

Aloha! (Kailua-South Kona-North Kona)

El deseado descanso de "Spring break"  aterrizaba al fin en el aeropuerto internacional de Kona. Un aeropuerto diferente a todo lo que hemos visto hasta ahora, en donde las terminales están expuestas al aire libre como si de cabañas se tratara al más puro estilo Port Aventura.

Llevábamos muchas horas de vuelo, así que dedicamos la tarde a recoger el coche de alquiler, hacer el checking en el Aeolian Ranch, que sería nuestra casa por dos días, y a saciar nuestros estómagos con delicioso poke y cerveza local.

El viernes nos dirigimos hacia el sur. Desayunamos en The Coffee Shack, donde probamos por primera vez el codiciado ¨Kona Coffee¨ endémico de la isla. Sorbito a sorbito disfrutamos del exquisito café, mientras nos deleitábamos con unas panorámicas de la isla, donde un mar de vegetación se adentraba en el océano azul.

La siguiente parada fue en la playa Two Step, en la que hacer buceo, parece transportarte a un mundo psicodélico en el que los blancos y negros son fagocitados por colores vivos y diversos. La cantidad de colores que se presencia, sólo es igualada en los platós de Bollywood. Los peces más ¨vulgares¨ son de un amarillo tan chillón que fuera del agua salta a la vista y los deja al descubierto. Sin embargo, esto sólo es el inicio de la paleta de posibilidades cromáticas: peces rosas y morados, negros con los ojos naranjas, peces arco iris…you name it. Por si fuera poco, la morfología de estos no deja de ser menos diversa: está la forma del tamboril, el estilo del pez luna, la forma triangular del pez mariposa, los cuerpos alargados del pez trompeta o el descomunal tamaño de un pez loro de un metro de largo. Sea como fuere, lo que parecía necesario en esta parte del océano era no pasar desapercibido y llevar mucho, pero que mucho maquillaje encima.

Avergonzados por nuestra simplicidad, salimos del agua para visitar el Pu´uhonua o Honaunau National Historical Park. Este lugar sagrado era un refugio para algunos hawaianos. Aquí venían a redimirse o morir los que quebrantaban el kapu (Las reglas sociales). Los que conseguían llegar sin perder la vida, eran remunerados con una segunda oportunidad. Después de una serie de rituales.

Imbuidos de historia, nos alejamos recorriendo el “Trail 1871” durante varias millas. No fuimos recompensados por grandes vistas pero el sol nos pegó un chapuzón que nos dejó los cuellos rojos y nos recordó que necesitábamos comprar crema solar.

El Sábado nos despedimos de nuestro rancho hawaiano desayunando con las vistas espectaculares que regalaban los ventanales del comedor. El paisaje tras los cristales, transpiraba una calma que parecía detener el tiempo mientras el vaho del café llenaba nuestros pulmones. Tras este momento zen, teníamos energía suficiente para dirigirnos hacia el norte de la isla. 

Después de algo más de una hora de carretera, llegó la primera parada del día para visitar el valle de Pololu. Un trekking relativamente corto pero muy recomendable, desciende hasta la rocosa playa en la que muere el rio Pololu. En la bravura del océano, el rio transforma su vida tranquila para unirse a la marea ante la mirada atenta de acantilados que, impasibles, recibían las embestidas de las olas.

La siguiente parada fue en el pueblecito de Hawi, cuyos edificios recordaban a la arquitectura del lejano oeste, sin llegar al glamour de Fort Worth. Nuestra idea era comer aquí pero el restaurante que buscábamos había pasado a mejor vida, por lo que  poco a poco fuimos bajando la costa de vuelta a Kailua.

Paramos en Mahukona beach park, donde un antiguo puerto ofrecía la calma perfecta para volver a sumergirse en los decorados de “La Sirenita” una vez más. Siguiendo hacia el sur, visitamos Spencer beach park, en la que un parque lleno de vida miraba hacia una playa llena de gente que recibía olas de sol. La penúltima parada fue en Hapuna beach, conocida por ser la playa de arena blanca más alargada de la isla. Aquí nos animamos a pegarnos un chapuzón y tumbarnos cual reptiles, en busca de vitamina D.


Acabamos el día en Kua Bay, disfrutando de cómo se funde el negro de la lava volcánica con el beige de la arena, los turquesas y los azules marinos del océano, entre ola y ola, junto a un cielo que comenzaba su incendio habitual, antes de apagarse como cada noche.


El domingo amanecimos tarde secuestrados por la comodidad de la cama en la “Bamboo House”, nuestro segundo hospedaje en Hawaii, que pedía a gritos fotos instagramer con su combinado de madera barnizada, jardín tropical y estilo yogui.

El día plomizo, empañó las visitas a la conocida playa Magic Sands y a la bahía de Kealakekua en la que el capitán Cook murió en 1779 después de cambiar el rumbio de la historia hawaiana por completo. 

A pesar del mal tiempo, pudimos disfrutar de un tour gratuito a la Greenwell Farms. Una granja que desde 1850 produce café de Kona. Nos explicaron todo el proceso, nos dieron una vuelta por los alrededores y pudimos probar el delicioso café antes de ponernos en ruta hacia el valle de Waipio al otro lado de la isla transportados por el ukelele de Carlos Sadness preguntándose ¨¿Hay alguien ahí?¨

(7 a 10 de marzo)