domingo, 31 de julio de 2011

Texas baby! (Natchez-San Antonio)

El camping lo encontramos; pero a la 1 de la mañana. El caso es que el primero en el que intentamos acampar, tenia en la entrada un cartel que señalaba específicamente que si se quería acampar, debía de ser antes de las 22h (eran las 00h); así que decidimos ir al siguiente, por evitar despertarnos con una multa por la mañana…
La carretera estaba vacía, en medio del bosque y evidentemente la única luz que había era la de nuestro Dodge, por lo que daba un poco de miedo pensar qué pasaría si alguien nos parase en mitad de la carretera… Llegamos al segundo camping y ponía lo mismo: para acampar, entre las 6AM y 10PM; así que, como era tarde y no queríamos seguir conduciendo, tumbamos los asientos que dan al maletero y  dormimos hasta las 6,30h.
Desayunamos unos donuts que habíamos guardado en nuestra nevera de picnic (de uno de los breakfast del hotel) y salimos en dirección hacia Houston.
Quien diga que en EEUU no se come bien es porque no ha probado la comida del sur. Tan pronto como entramos en Texas, la carne era un espectáculo. Comimos en un buffet por la carretera donde ya pudimos encontrarnos con los típicos cowboys tejanos.

Llegamos a Houston por la noche (más tarde de lo previsto) porque por lo visto, una de las carreteras que seguíamos, se llamaba igual en dos trozos diferentes. Escogimos el que nos llevó hacia un “camino de cabras” lleno de barro. Tras unos breves derrapes y cerciorarnos de que definitivamente ese no era el camino, volvimos marcha atrás hasta encontrar el que nos interesaba.

Como he dicho, llegamos a Houston por la noche, y como es una ciudad grande, algunos de los mapas que llevamos están incompletos y para colmo aquí están cada dos por tres haciendo obras en la carretera, volvimos a perdernos; nada grave, llegamos al albergue (que, casualidades de la vida, era el mismo en el que había estado Pablo en Spring Break).

Por la mañana nos despertamos a media hora de que se pasase la hora límite para hacer el check-out (la típica jugarreta de la batería del móvil que se acaba), así que mientras uno bajaba a hacer el check-out el otro aprovechaba para ducharse; y luego con la excusa de que estábamos buscando en google nuestro próximo destino, conseguimos ducharnos los dos. Ventajas de ser gemelos… El tío se extrañó un poco al vernos con cuatro ropas diferentes.
Por la tarde, llegamos a San Antonio. Nos habíamos escrito antes dos mails con los marianistas de aquí y nos invitaron a quedarnos en el colegio. Es increíble la forma en que nos han abierto su comunidad. Nada mas llegar, sin conocernos de nada ya teníamos las llaves. Nos recibió Father John; abrió la puerta y dijo “un abrazo hombre, un abrazo, bienvenidos” con su acento americano. Brother Jim nos enseñó el instituto (muy USA, con las fotos de las cheerleaders incluidas en una vitrina) y Brother Ed (el de la foto de abajo) nos llevó a ver la ciudad.

Hemos estado con ellos dos noches y mañana saldremos hacia Austin. Su acogida ha sido impresionante (cuando llegamos teníamos un cartel en la habitación de “Bienvenidos“).

Por la mañana hemos ido a misa con ellos, luego hemos ido a ver el Álamo (donde ocurrió la famosa batalla por la revolución de Texas, en la que se basó la película de John Wayne) y esta noche hemos cocinado tortilla española para ellos. Nos venia bien esta ‘parada’, la verdad. Hemos descansado y ya estamos preparados para seguir adelante.

Aún nos choca esta amabilidad y esta confianza, a pesar de que ya las viviésemos en el encuentro de Taizé en Zagreb. Desde luego uno no deja de aprender de los demás… todo un ejemplo de cristianismo.

jueves, 28 de julio de 2011

Luces de neón (St. Luois-Tupelo)

El enorme arco de Saint Louis nos dijo hola y adiós; pues al llegar a la ciudad (sobre las 11 de la noche), el hostal en el que queríamos dejarnos caer, estaba cerrado a cal y canto. “Check in hasta las 10 PM“, rezaba la puerta con las luces apagadas. Un poco resignados, decidimos que no nos gustaba el blues y que preferíamos encontrarnos con el rock y el country, así que nos dirigimos a la carretera para parar por algún sitio de camino a Nashville, dejando atrás la 66 (sólo por el momento).

Hasta la 1 de la mañana no conseguimos encontrar nada que se acoplara a nuestro presupuesto; al final, nos ayudó el conserje de uno de los hoteles en los que preguntamos; llamó a varios sitios y como no había nada, nos dejó usar su wifi para ver si encontrábamos algo nosotros con el portátil. A pesar de que no era su trabajo ‘salvarnos el culo‘ (pues no éramos clientes), se le veía preocupado por nuestra idea de dormir en el coche en un área de descanso. Después de buscar un rato sin éxito, le dijimos que no importaba, que íbamos a un área de descanso; entonces él (como habiéndolo dejado para la ultima opción) nos comentó que cerca de allí había un motel que no tenia muy buena fama pero que era barato y nos pidió que no durmiésemos en el coche. Nos frotamos las manos y lo convertimos en nuestro último objetivo del día. Obviamente, lo que nos encontramos era un motel estilo Norman Bates, pero el precio entraba dentro de nuestras posibilidades, así que no dudamos; aunque por si acaso era el motel de la película no nos atrevimos a ducharnos por la noche.
Por la mañana madrugamos y partimos hacia Nashville, por la “Great River Road” que cruza el grandioso Mississippi y le acompañamos en su recorrido durante unas cuantas millas. Pasamos por la ciudad que vio nacer al abuelete en el que se inspiró el personaje de Popeye.
Comimos pollo frito, en una barecito al lado de la carretera, acompañados por unos lugareños de la América profunda, de los de película.
Llegamos a Nashville sobre las 6 PM (record de llegada a una ciudad en nuestro road trip). Nada más dejar las cosas en el hostal, nos fuimos hacia el centro de la ciudad sedientos de country. Nashville no decepcionó y nos ofreció lo que esperábamos: una calle de bares de música country y bluegrass en directo, un tío tocando en la calle blandiendo su guitarra y tocando una pandereta con el pie, luces de neón por todos lados, que iluminaban la calle Broadway casi más que las farolas… Increíble. Cenamos de nuevo pollo frito (es típico de la zona), mientras escuchábamos a un grupo tocar una versión de “Ramblin’ man” muy chula.

Sobre las 10 visitamos el Tootsies, un bar legendario de la ciudad, donde tomamos una cerveza mientras un “country boy” nos deleitaba con su desparpajo tejano (por supuesto botas y sombrero incluidos).

Hoy nos hemos puesto camino de San Antonio, Texas, a donde planeamos llegar en 2 días. Hemos recorrido la “Natchez Parkway“, una carretera que une Nashville con la ciudad de Natchez, atravesando dos estados. Los ciervos han dejado de ser una anécdota, para convertirse en compañeros de ruta. Nos hemos cruzado con varios, que al escuchar el rugir del coche se alejaban asustados; unos más valientes que otros.

Pasada la tarde, hemos tenido que parar en medio de la carretera porque un grupo de pavos intentaba cruzar en fila al otro lado. Cuando nos han visto, han decidido que no era buena idea y se han vuelto hacia atrás.
Ahora que estamos en Tupelo, ciudad natal de Elvis Presley; habiendo cruzado la frontera de Tennessee, Alabama y Mississippi (donde nos encontramos actualmente), buscamos un camping para pasar la noche y poder continuar mañana con nuestro viaje.

martes, 26 de julio de 2011

La ciudad del viento (Chicago)

Era evidente que no llegaríamos a Chicago ese día… Moe, nuestro amigo-palestino-conserje del hotel de Niagara Falls se ofreció a buscarnos alojamiento en Chicago (pues si reservaba él la habitación, nos hacían descuento como trabajadores del hotel) así que hacia allí fuimos, preparados para decir que trabajábamos en la lavandería del Niagara Falls Hotel (siendo hispanos nadie dudaría que fuese cierto). El tío hizo la reserva de nuestra habitación a su tarjeta de crédito directamente; increíble; lo que implicaba que si no llegábamos, le cobraban a él la habitación de todas formas. El caso es que el hotel que nos reservó estaba a casi una hora de Chicago; en Lansing (Illinois). Eso sí, gracias a Moe nos ahorramos esa noche por lo menos 70 dólares. En fin, llegamos a Lansing gracias a nuestros mapas de carreteras sobre las 22h tras perdernos un poco buscando la calle. Menos mal que aquí las calles se nombran por números… 


Al día siguiente subimos a Chicago, que rezuma ecos de gangsters. En el metro que nos llevaba del hotel a la ciudad conocimos a Bernardo (mexicano) y a Walter (un chino vendedor de hamacas) con los que visitamos la ciudad. Estas son las grandes cosas que te depara el viaje; de repente, te ves compartiendo experiencias con alguien al que no conoces de más de 15 minutos; una pasada... Comimos en un McDonalds, donde nos dimos cuenta que puede decirse que es el restaurante oficial de los indigentes americanos. Estuvimos viendo la ciudad con ellos hasta las 17h, cuando Bernardo cogió el metro hacia el aeropuerto y Walter decidió volver al hotel porque estaba reventado. Pablo y yo nos quedamos un rato más, conociendo la ciudad.


Las vías del loop (una especie de tranvía que cruza la ciudad por encima) y los callejones con edificios llenos de escaleras de incendio hacen sentir a uno que Al Capone le espera escondido tras alguna salida de emergencia. Chicago es amarillo y marrón cuando miras hacia adelante y tiene el negro y azul de las cristaleras de los rascacielos cuando miras hacia arriba. Nos encantaron la escultura que llaman la ‘bean’ (por tener forma de habichuela) que refleja todo el paisaje que la rodea, y la vista desde el piso 103 de las Sears towers (ahora llamadas Willis Towers), el edificio más alto de EEUU, donde puedes caminar casi literalmente por el cielo gracias a una cristalera que hay en el suelo.

Como curiosidad, en la ciudad está la primera mansión Playboy (en cuyo jardín habían, sospechosamente, dos conejitos). Tras dos días, nos dirigimos desde el hotel hasta la calle Adams St. donde empieza la histórica Route 66. En nuestro Dodge sonaba Highway to Hell cuando pasamos por el cartel que marca el inicio de la carretera que unía Chicago con Los Ángeles. Ahora nos dirijimos hacia el Sur en la carretera por excelencia de USA, la Mother Road. 






Nos acercamos a Springfield entre maizales y campos verdes; el sol está a punto de ponerse, y por la carretera ya nos hemos encontrado con varios ciervos (lo cuál, para unos europeos como nosotros, es algo que no se ve todos los días). Una vez suenen notas de blues provenientes de Sant Louis, nos desviaremos al este, al otro lado del Mississippi, en busca de la ciudad de las luces de neón, el viejo Rock & Roll y el country: Nashville.
Pero visto lo visto, eso puede que sea mañana. Probablemente, esta noche dormiremos por el camino en algún motel de carretera. Mother Road decidirá...


Yo nací para ser viento y los caminos recorrer (decía Carlos Goñi).

sábado, 23 de julio de 2011

Atardeceres (Desde New York hasta Chicago)


New York New York ya quedó atrás hace un par de días. La carretera se ha apoderado al fin del viaje. Nuestro Dodge Charger, todavía blanco, va tragando millas poco a poco y ya van casi 1000. Los paisajes y los atardeceres merecen el cansancio de la conducción. Desde el atardecer que disfrutamos en New York desde el Empire State Building, hasta el de hoy, camino de Chicago, ha llovido mucho.
En New York tuve la oportunidad de volver a ver a Pam, mi madre americana, y Enrique de conocerla. Además de comer una sopa de ostras buenísima, pudimos ver la casa de su hijo en Long Island, y creedme, mereció la pena. Las vistas a la ciudad eran tan increíbles o más, que la sopa; sobre todo cuando cayó la noche sobre el rio Hudson.

No sólo vimos a Pam en New York, también vino Katie a hacernos una visita. Katie es una vecina mía de cuando vivía en Wilmington que vive en Connecticut, muy cerca de New York y aprovechó para pasarse.
Con ella comenzamos el viaje, ya que al vivir cerca nos ofrecimos a llevarle a casa. Al recoger el coche, nuestro próximo compañero estos dos meses, no pudimos evitar quedarnos flipando con el pepinazo que nos va a llevara a recorrer America.






La primera parada fue en Farmington, Connecticut, en casa de Katie, donde entre la comida, últimas preparaciones de viaje y consejos de última hora, el reloj nos traicionó y dio las 7 de la tarde cuando el Dodge empezaba a rugir. La novatada fue perderse por las carreteras minúsculas de esta pequeña ¿ciudad? Total que entre una cosa y otra, la noche se nos echó encima y en lugar de encontrarnos en las cataratas del Niagara, nos encontrábamos a mitad camino (si llega).





Las carreteras de la US-20 (una nacional) nos ofrecían signos de “peligro ciervo” uno tras otro, pero se negaban a ofrecernos el cobijo de algún motel de carretera, por malo que fuera. Así que sobre las 12 decidimos salir a la I-90 (autopista). Tras un par de intentos, nos pudimos cobijar en un pequeño motel regentado por un indio mayor al que despertamos por tratarse de las horas que eran.


El día siguiente amaneció con la esperanza de dejarnos llegar a Niagara Falls a la hora de comer y salir camino a Chicago ese mismo día. Nada más cerca de la realidad. Tras recorrernos la US-20, por eso de que las nacionales son más bonitas, hasta la hora de comer (en un restaurante de carretera muy americano, en el que una simpática camarera gorda, muy americana, te ponía la bandeja con la comida apoyada sobre la puerta del coche, para comer sin tener que bajar de este) y mas allá, decidimos acceder de nuevo a la I-90 para plantarnos en Niagara Falls a las 6 de la tarde.


Viendo la hora que era, pensamos que era mejor buscar alojamiento, ver las cataratas, acostarnos pronto y madrugar. De nuevo el destino se reía de nuestros planes y nos dejo caer en un hotel regentado por el hermano de un Palestino que trabajaba en recepción y al que misteriosamente caímos muy bien. Nos rebajó las habitaciones en un 75% del precio original.


Las habitaciones eran una pasada con una cama King Size para cada uno, Internet, tele de plasma y moqueta en el suelo, muy acogedora. No creo que encontremos nada parecido por el mismo precio en nuestro camino. El económico precio no era la única sorpresa que nos iba a ofrecer el palestino. Tras ver las cataratas de Niagara de noche (otra de esas maravillas que no tienen precio), nos fuimos de fiesta con él y con otro trabajador del hotel, que era de Kazajistán. Fuimos a Buffalo (muy cerca de Niagara Falls), al concierto del sobrino de nuestro nuevo amigo palestino. La noche acabo en el casino, donde se dejo 400 dólares en menos de 30 minutos.






El día de hoy ha empezado con la visita inevitable de las cataratas, las hemos visto desde la parte americana, desde arriba, en un mirador, y desde abajo con el tour, tan conocido por las películas, que te lleva en barco a la base de las cataratas. Ese barco de dos pisos en el que se agolpan turistas, todos con sus chubasqueros azules, para calarse de agua y poder decir que han estado justo debajo de las cataratas. Pues sí, nosotros hemos estado ahí, y merece la pena aunque a veces no se perciban las cataratas por culpa de la niebla creada por el propio agua al caer.





Al acabar, la visita a las cataratas hemos empezado nuestra etapa más larga hasta ahora: De Niagara Falls a Chicago. El Dodge ha empezado a andar a la 1 y media del medio día, y aquí estamos a las 9:45 PM, a unas 100 millas de Chicago. El sol ha caído ya, regalándonos un atardecer mas y la noche se ha comido la carretera, que solo se dibuja gracias a las luces de nuestro querido Dodge y la de los otros coches, que como nosotros, pretenden llegar a algún lugar, en algún momento.