sábado, 30 de noviembre de 2024

Más allá del verde (Puerto Viejo-Cahuita)

Amanecimos con calma, degustando una taza de café desde la calidez de la cama, con vistas al ventanal que nos protegía de la lluvia y la niebla, pero nos ofrecía intimidad para observar las diferentes aves que se acercaban a pasar la mañana. Tras un rato de contemplación, nos pusimos en marcha, parando primero en una soda cercana para rellenar el vacío de nuestros estómagos antes de encaminarnos hacia Puerto Viejo. 

Tres horas más tarde, parábamos en Frogs Heaven, un centro de recuperación animal iniciado por un agricultor que, ahogado por las grandes empresas, decidió repoblar de vegetación una finca para que los animales tuvieran un espacio en el que habitar. El precio algo elevado, nos tenía expectantes por ver si valía la pena. Lo cierto es que, el guía, con sus explicaciones y su savoir faire, nos dejó satisfechos, descubriéndonos una cantidad de animales importantes y dándonos información sobre estos.

El highlight fue ver a la rana de ojos rojos que dormía camuflada hasta que el guía la despertó. Abrió los ojos rojos chillones, separó las patas y como si se tratara de un abanico al abrirse, nos ofreció una gama de hasta 7 colores diferentes. 

Vimos también, un basilisco y dos especies de ranas venenosas: la rana flecha o rana blue jeans, que es diminuta y se acercó dando saltitos al escuchar el vídeo de la llamada de otra blue jeans reproducido por el guía. Otra rana venenosa que avistamos, fue la rana verdinegra. 

Además, descubrimos tres especies de murciélagos, los murciélagos blancos, apelotonados bajo la hoja de una Strelitzia, que usaban de tienda de campaña. Parecían ratitas que se apretaban buscando el calor murciélago y apetecía agarrar de los mofletes y estrujarlos. Por lo que nos contó el guía, el 50% de los mamíferos del país, son murciélagos.

Al acabar el tour, todavía teníamos que hacer algo de tiempo antes del check in, por lo que aprovechamos para ir a la soda Magallanes para comer. Mientras esperábamos la comida, disfrutamos viendo unos tucanes llamados Aracari, darse un festín con las bananas que colgaban cerca nuestro.


Chilamate Rainforest Eco Retreat, nuestro alojamiento, superó las expectativas con una habitación limpia en medio de la jungla, vigilada por una enorme iguana inmutable a nuestros gritos de asombro. Pasamos la tarde paseando por los senderos privados del alojamiento, ataviados de botas impermeables que evitaban que nos llenaramos de fango. Conseguimos llamar a las ranas flecha usando el truco del canto en Youtube, pero no pudimos dar con las ranas de ojos rojos. Al caer la noche, nos fuimos a cenar a una soda antes de volver a nuestra habitación para entregarnos al sueño mientras una lluvia insistente taladraba el techo acallando los colores de la jungla.

Tanto nos entregamos al descanso que por poco nos perdemos el desayuno. Por suerte, vinieron a confirmar si estábamos interesados en comer y nos acercamos justo a tiempo.

Con energías renovadas, convencí a Bea para explorar la jungla, en busca de la rana de ojos rojos que me tenía obsesionado. Poco a poco nos adentramos más y más. 


Avistamos una cantidad importante de blue jeans, que impregnaban el suelo de puntitos rojo intenso. El verde estaba presente pero el color arcilloso y las coloridas ranas se negaban a darse por vencidos en la batalla cromática. Cuando llevábamos una hora de caminata, nos dimos cuenta de que el camino no iba a regresar hacia el hotel y se nos estaba haciendo tarde.

Deseando que las dotes de scout funcionasen, fui guiándonos caminando sobre nuestros pasos sin la ayuda de miguitas de pan. Utilizando en su lugar, las imágenes vívidas de lo que acabábamos de explorar. La lluvia era intensa y los nervios subieron la temperatura de nuestro cuerpo hasta hacernos sudar a mares. La posibilidad de habernos perdido no era muy confortable. 

Por suerte, la adrenalina, la suerte y la experiencia en caminatas, nos llevó de vuelta al hotel sanos y salvos.


Para acabar con buen sabor de boca, justo cuando íbamos a dejar las botas e irnos, una rana venenosa verdinegra apareció para alegrarnos el final de nuestra estancia. Mientras, un par de blue jeans hinchaban sus sacos vocales, marcando territorio y despidiéndose de nosotros, aportando su granito de arena a la banda sonora de la jungla.

Subimos al coche para dirigirnos al este con dirección a Cahuita en la costa del Caribe. Google quiso ponernos a prueba y nos mandó por carreteras terciarias, casi sin asfaltar y llenas de baches y socavones rellenados por agua. 

A la hora en que llegamos, nos quedaban pocas opciones para aprovechar el día, así que optamos por dar un paseo en Playa negra. Caminamos sobre la arena negra que nos transportaba a La Palma, rodeados de vegetación y acariciados por un mar más embravecido de lo que esperábamos del Caribe. Amparados por unas nubes que se fueron tintando de colores rojizos, anaranjados y rosáceos, el cielo se fue mimetizando con la arena de la playa, acabando en un fundido en negro. En nuestra retina, como si se tratara de fosfenos, todavía seguían presentes los colores chillones que se esconden más allá del eterno verde.     

(25 a 26 de noviembre)

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Pura vida (San José-La Fortuna)

En Costa Rica el dicho “Pura vida” engloba muchos significados que van desde un simple saludo, a una contestación de cómo va todo. Desde un canto agradecido a la vida, hasta un grito de aceptación a los contratiempos. Durante los siguientes dos días íbamos a ir descubriendo sus matices mientras nuestros pulmones se llenaban de aire puro. 

“Pura vida” como bienvenida.

El avión aterrizaba en San José tras un día entero esperando nuestra conexión desde Houston. Ya era noche cerrada cuando nuestros pies conquistaron el suelo costarriqueño. Gestionamos el papeleo para hacernos con nuestro coche de alquiler y nos dirigimos al centro de la capital con el único objetivo de descansar y empezar la aventura con energías renovadas. La hora de ir a dormir se hizo de rogar por culpa de la cena. Con todos los locales cerrados, sólo quedaba depender de aplicaciones de comida como Uber Eats y la espera nos dejó salivando más de la cuenta. 

“Pura vida” como señal de aceptación de lo que llega.

Nuestra primera jornada consistía en viajar de la capital hacia el norte, al distrito de La Fortuna. El viaje de tres horas, se alargó debido a los atascos y nos impidió llegar a nuestro destino antes de las 5 horas. Con nuestro nuevo horario de llegada, la barrera bajada del Parque Nacional del volcán Arenal, indicaba que quedaba descartada la visita para ese día. Despagados, nos fuimos directos al hotel, acompañados todavía por un cielo plomizo que se había subido al asiento trasero desde San José y se negaba en apearse. 

Mientras aparcábamos y bajábamos las mochilas, con la lentitud de un perezoso, el cielo gris, se dio por vencido y continuó el viaje en solitario sin despedirse siquiera. Nos recibió Sergio con una sonrisa y cómo no, con un “Pura vida”, el gerente del hotel nos anunció que había habido complicaciones con nuestra reserva pero que nos había compensado con su habitación favorita.


Cuando abrimos la puerta, la pared de ventanales dejaban entrar el paisaje como Pedro por su casa, y el sol, liberado al fin del cielo gris, dejó escapar todos sus rayos para que invadieran la habitación y sobrestimularan nuestros sentidos. 

¿Qué tal va todo? “Pura vida”. 

Siguiendo los consejos de Sergio, nos sacudimos la pena por no poder visitar el Parque, yendo al Mirador del silencio; siendo según él una mejor opción. El mirador, prometía vistas al volcán, que continua activo, y senderos selváticos más exigentes. Armados de un mapa y de ganas de explorar, nos adentramos en la selva, avistando colibrís, pavas, tucanes de pico iris y hasta dos “momotas”, que son unas coloridas aves de larga cola azul, que acaba en forma de péndulo. 

Una hora más tarde, llegábamos al mirador. El sol arropaba al volcán Arenal con unas sábanas anaranjadas que se extendía por el cielo y se doblaban en el horizonte. El volcán adormilado, se anclaba a la vida y no dejaba de suspirar nubes grises que demostraban que el dragón podría cerrar los ojos, pero continuaría despierto.

Antes de volver a nuestra habitación, cenamos en Jalapas, un restaurante a espaldas del Arenal, que domina el lugar desde un cerro con unas vistas espectaculares. La noche, sin embargo, tapó con un velo impenetrable el paisaje y nos obligó a tirar de imaginación llenando el negro de colores.

“Pura vida” como canto a la vida. 

Por la mañana del domingo, la cafeína recorría nuestro flujo sanguíneo, despertando cada músculo mientras nos adentrábamos en Místico Park, un parque en medio de la selva que regentan puentes colgantes que desean ser fotografiados, mientras emulan la marea con sus balanceos ondulantes. El paisaje era dominado por el verde, que tomaba diferentes tonalidades y formas. Algunos seres con delirios de grandeza, pretendían ningunearlo con vistosos colores. Una esterlicia por aquí, un tucán por allá. Sin embargo, por muy vistosos que fueran, la dominancia del verde era abrumadora. 

Nuestra siguiente visita fue precedida por una parada para reponer café. Llenos de energía, nos dispusimos a bajar los 500 escalones, que nos llevaban a la catarata La Fortuna. 

Con una caída de unos 75 metros, el agua revienta la calma del lago creando pequeños maremotos. La crudeza del salto junto al imponente verde que adornaba todo alrededor, hacía difícil ahogar el grito “pura vida” que nacía en lo más profundo del alma y pretendía ver la luz a través de nuestras gargantas.

Empapados de vida, subimos las escaleras encontrándonos de camino, con una víbora de pestañas de color amarillo chillón, que se abrigaba de la humedad hecha un ovillo descansando plácidamente. Un poco más arriba, una manada de hormigas nos recordó con sus picaduras porqué hay que llevar calzado cerrado en la selva y nos hicieron bailar claqué para que no se nos olvidara.

El día era perfecto y no lo empañaba ni la lluvia perenne. Un perezoso, ajeno al festival del agua avanzaba lentamente entre los árboles, dejándonos una imagen más para el recuerdo. 

Con el frío en los huesos, nos dirigimos al río Choyin para calentarnos en sus aguas termales, rodeados de locales y de vegetación que ni el vapor lograba empañar. 

Comimos en la soda Las hormigas, haciendo las paces con los insectos, que lo único que pretendía era proteger su vida y hacernos bailar. Las sodas, son restaurantes familiares en los que se suele servir comida tradicional a precios más asequibles. Nuestro estómago se llenó de “casado”, un plato típico a base de carne, frijoles, arroz y plátano frito.

“Pura vida” como despedida.

Con la esperanza de ver la puesta de sol desde las espectaculares panorámicas de nuestra habitación, volvimos al hotel provistos de comida y una botella de vino para celebrar la vida. La noche despidió al día con una puesta de niebla que no permitió al cielo engalanarse de colores esta vez. Aquí en Costa Rica, sin embargo, la naturaleza busca la manera de darle la vuelta a la tortilla y cuando la oscuridad lo invadía todo, unas tímidas luciérnagas obraron el milagro y consiguieron bajar las estrellas a la selva en medio de un cielo encapotado. 

¡Pura vida!  

(22 a 24 de noviembre)