miércoles, 1 de agosto de 2018

Soplando las velas (Kaluts-Tabriz-Kandovan-Tehran-Valencia)

Ali esperaba, móvil en mano, buscando entre la gente a dos gemelos; tenía una foto de uno de ellos que le había enviado el gerente del hostel de Yazd. No parecía preocuparle no tener ni idea de inglés. La sonrisa es el idioma universal; confiaba en su sonrisa. Como si de un libro de “Dónde está Wally” se tratara, se puso a buscar entre las caras de los viajeros que descendían del bus. Por fin dio con los “dogolu“ (gemelos).

Nos presentamos a Ali, que nos llevó en su coche perfumado de gasolina hasta el mismísimo desierto de Lut; el lugar más cálido del planeta, que registra temperaturas de unos 70ºC. El olor provenía del maletero donde tenía una reserva de combustible por si la moscas, pues donde nos dirigíamos no había gasolineras; el olor lo impregnaba todo y el calor lo potenciaba. Ahogarse en ese olor inflamable con la que caía, no era muy tranquilizador.



Llegamos al atardecer a los Kaluts, una zona famosa por sus formaciones rocosas que sobresalen como castillos en la arena conquistando el desierto. Subimos a uno de ellos obteniendo unas vistas magníficas. Nos encontrábamos a unos 48º pero el viento que soplaba apiadándose de todos los espectadores, hacía soportable la estancia. La botella de agua no aguantó el tipo y se hizo imbebible en poco tiempo. Tras el espectáculo volvimos al coche con Ali que nos esperaba con su eterna sonrisa y un “OK?”. Cenamos en el hostel y nos acostamos pronto, pues al día siguiente a las 4:00 debíamos estar en pie.




Madrugadores, nos levantamos para adelantarnos al sol y darle los buenos días. A continuación hicimos algunas paradas más por el desierto; sobre las 11:00, ya desayunados, nos dirigíamos al aeropuerto rumbo a Tehran, para coger allí un bus nocturno a Tabriz.



El eco del conductor nos despertó a las 6:30 “Tabriz, Tabriz, Tabriz”. Tambaleándonos bajamos del bus, cogimos mochilas y fuimos en busca de hostel. Dicen que “al que madruga Dios le ayuda”, y nosotros tuvimos la suerte de ir a parar a uno de los mejores hostels de la ciudad, regentado por un hombre mayor que era la personificación de la hospitalidad iraní. A pesar de haberle despertado, se levantó sin rechistar con una sonrisa, un “Welcome” y sin tener reserva hecha, nos dio habitación y el desayuno de ese día incluido.



El primer día en Tabriz paseamos y visitamos la Blue Mosque, una mezquita del año 1465 que envejeció de golpe debido a un terremoto que la dejó en harapos. Su ancianidad y fragilidad le confieren un aura especial.




Por la tarde visitamos la ciudad de Kandovan, muy similar a Göreme, ciudad de Capadocia en la que sus habitanes viven en casas excavadas en la roca al estilo troglodita. Disfrutamos de la bajada de temperaturas y de una lluvia tímida pero refrescante cuyas gotas nos preguntaban orgullosas si acaso no era mejor este tiempo que el de los Kaluts.


Al día siguiente visitamos el bazar, cuya historia se remonta a la Ruta de la Seda; Marco Polo escribió sobre este, allá por el siglo XIII. Nos dejamos perder, embriagados de colores y variedad de productos. Alucinando cómo el bazar cubierto más grande del mundo escondía lo impensable en una ejemplar convivencia: patas de vaca, diferentes tipos de azúcar, matamoscas, melones amarillos, detergentes, frutos secos, juguetes, joyas, y por supuesto alfombras; alfombras clásicas más rudas o más refinadas, pero también alfombras de seda enmarcadas como cuadros.

En el bazar conocimos a un hombre de ojos azules intensos que trabajaba en la oficina de turismo. Nos guió por las laberínticas calles para decirnos dónde comer. Se sentó con nosotros y nos dijo que le encantaba su trabajo porque podía conocer a gente de diferentes culturas. Hizo una diferencia importante que a veces olvidamos: la distinción entre los gobiernos de los países y las personas; que los gobiernos no se lleven bien entre ellos, no hace a sus ciudadanos más peligrosos como a veces parecemos pensar. Las personas de los diferentes países somos tan diferentes a simple vista, como similares en el fondo.

El último día madrugamos para coger un bus a Tehran y dirigirnos al aeropuerto de vuelta a casa. El bus y el avión nos harían recorrer de vuelta los paisajes de Irán. Un país que los medios han maltratado y nos han vendido como desértico y peligroso. No negaremos que al sobrevolarlo, el color amarillo-árido predomina, pero al observar más de cerca, surge una explosión de color que inunda sus mezquitas, sus bazares y sus gentes, cuyo único interés es hacer que el turista vuelva a casa pudiendo contar historias y aventuras, durante mil y una noches. Recordamos los infinitos “Welcome to Iran” de la gente, los favores sin esperar nada a cambio, las conversaciones unilaterales en farsi a las que respondíamos con una sonrisa... y con la mano en el corazón y ladeando la cabeza contestamos a esos recuerdos: “Mamnun” (Gracias)

Epílogo

Soplamos las velas rumbo a casa, y al mismo tiempo soplamos las de la tarta celebrando nuestra entrada número 100 mientras resuenan viejas canciones. Hace 14 años nos picó el gusanillo del viaje cuando nos embarcábamos rumbo a Perú. Desde ese día siempre empezamos el curso con “agujetas en las alas” (I. Serrano);  y “desde entonces su cabeza solo quiere alzar el vuelo” (Extremoduro).


Hemos aprendido la lengua universal de la sonrisa, conciliadora allá donde vayas; hemos aprendido a no dejarnos engañar tan fácilmente, pero también a desconfiar de los estereotipos y miedos que surgen al salir de la zona de confort; de la inexistencia de una verdad única, sabedores de que la cultura constriñe nuestra realidad. “Aprendimos a mirar con la duda entre los dedos y a tientas. Descubrimos que al final las palabras que no existen nos pueden salvar, sin hablar.” (Vetusta Morla). 

Desde  hace siete años intentamos relataros lo mejor que sabemos y podemos, lo vivido y lo aprendido. Siete años y “quedan tantos viajes, tanto por recorrer soñando...” (La Sonrisa de Julia). 

Gracias a los que nos habéis acompañado desde el principio, a los que os habéis ido añadiendo al viaje, a los que soportáis nuestros spams y a los que simplemente nos acompañáis en la monotonía del magnífico viaje del día a día. 

Suena una música pegadiza y la guitarra eléctrica de Carlos Sadness, se anima versionando a los Zombies apoyando nuestra búsqueda interminable. Seguiremos buscando a Wally muy atentos a través de las miradas de la gente, de los choques culturales, de los paisajes insondables y de nuestra imaginación. 


Cruzando amplios mares, escalando altas montañas, descendiendo a los glaciares. A través de desiertos, las junglas y los bosques, quizá te encuentre alguna vez. Y yo te buscaré en Groenlandia, en Perú en el Tíbet, en Japón, en la Isla de Pascua; y yo te buscaré en las selvas de Borneo en los cráteres de Marte, en los anillos de Saturno.”